Una forma de sentir antiburguesa

La aparición de El lector decadente (Atalanta, 2017) brinda la oportunidad de revalorar y acercarnos al decadentismo literario desde otra perspectiva.

Con selección y prefacios de Jaime Rosal y Jacobo Siruela
Silvia Herrera
Ciudad de México /

Con selección y prefacios de Jaime Rosal y Jacobo Siruela, el libro se divide en dos partes. La primera, responsabilidad de Rosal, se acerca a la tradición francesa, mientras que la segunda, cuidada por Siruela, está dedicada a Gran Bretaña. La nómina de autores convocados es la siguiente: Charles Baudelaire, Théophile Gautier, Isidore Ducasse, Jules Barbey d'Aurevilly, Villiers de L’Isle-Adam, Joris Karl Huysmans, Jean Moréas, Marcel Schwob, Pierre Louÿs, Léon Bloy, Stéphane Mallarmé, Octave Mirbeau, Jean Lorraine, Henry Venn Lansdown, Eric Stanislaus de Stenbock, Max Beerbohm, Oscar Wilde, Aubrey Beardsley y Alesteir Crowley.

Como lo recuerda Rosal en el prefacio a la sección francesa, el término "decadente" lo comenzó a usar la crítica académica en contra de los escritores que pretendían tomar distancia del naturalismo en boga. Anatole Baju, fundador del periódico Le Décadente littéraire et artistique (1886), posteriormente reducido a Le Décadente, explicaba en un ensayo: “Era un verdadero contrasentido, que nos vino impuesto. (...) Para evitar el mal propósito que esta palabra poco afortunada podía generar en nuestra estima, preferimos tomarla como bandera”. Menos un “movimiento literario” que “una forma de sentir”, como lo precisa Rosal, el decadentismo forma parte de la modernidad y es una de las vanguardias del fin de siècle. Este aspecto lo observa con precisión Siruela en su texto: “lejos de tratarse de una peculiar rareza retrógrada del pasado —como solía tipificarlo casi toda la crítica literaria del siglo XX—, el decadentismo es más bien uno de los primeros movimientos artísticos genuinamente modernos, que reflejó en el espejo de la literatura el otro rostro (siempre variopinto) de la modernidad, tal como había empezado a hacer Baudelaire a mediados del siglo XIX”. En su libro Modernidad, Peter Gay no menciona explícitamente el decadentismo, pero en él aparecen varios de los escritores convocados en El lector decadente (Baudelaire, Gautier, Wilde) así que las ideas pueden extenderse. Hablando de Baudelaire, que abre el volumen preparado por Rosal y Siruela, Gay escribe las siguientes palabras luego de repasar el juicio contra Las flores del mal: “Baudelaire aparece como el primero de una serie de rebeldes culturales distinguidos que atenuarían paulatinamente, hasta su parcial anulación, la percepción de la obscenidad y la blasfemia como delitos, y pugnarían por erradicar la distinción entre vida pública y privada”.

Como todas las vanguardias, dos rasgos del decadentismo fueron la rebeldía y la provocación; pero igualmente se debe hablar de elitismo y refinamiento por su hiperconciencia artística. El estilo, tanto en la escritura como en su modo de ser —el dandismo— será su rasgo característico. La rebeldía va en contra de la sociedad burguesa y la expresión épater le bourgeois, aunque aparecida alrededor de 1830, será su divisa. El sexo, las drogas, el satanismo, en suma, el malditismo, estarán abocados a derrumbar los principios burgueses, y por ello no es una exageración calificar de “revolucionarios” a estos escritores. Ellos consideraron literariamente lo que se produjo, entre otras, en la época de decadencia del Imperio Romano; en Francia, ese momento de crisis lo representó la guerra contra Prusia (1870–1871), que marcó el fin del Segundo Imperio. Estéticamente, la rebelión de Huysmans contra el naturalismo de Zolá, ese positivismo literario al que inicialmente estuvo adscrito, marca al movimiento. Rosal cuenta el episodio en el que Zolá le echa en cara su distanciamiento; Huysmans lo que replica fue que tenía la necesidad de “abrir las ventanas”, “de romper los límites la novela”. Pero para él la verdadera culpa del maestro fue “¡el haber glorificado la democracia en el arte!” En el fragmento de A contrapelo (À rebours), la novela–manifiesto del decadentismo, a través de su protagonista Des Esseintes, Huysmans marca categóricamente la diferencia entre ambas sensibilidades: “a Des Esseintes el artificio le parecía la marca distintiva del ser humano”.

La sociedad burguesa a la que atacaron, sin embargo, cobró algunas víctimas al movimiento. Baudelaire, ya lo indicamos, casi fue una de ellas, pero a Oscar Wilde sí le cobró factura en el juicio de sodomía que se le interpuso. Así lo expone Peter Gay: “La opinión más extendida entre la mayoría de los comentaristas es que el principal instigador y beneficiario de la acusación de Wilde fue el público mojigato, insulso y resentido de clase media, impaciente por descargar toda su ira contra el autoproclamado héroe cultural que, con gran esnobismo, se había burlado de la moralidad y los gustos de los ciudadanos corrientes”.

No pocas sorpresas depara la selección de autores. Jean Moréas queda en la memoria con un cuento zoofílico; de Octave Mirbeau, se deja de lado su novela Diario de una camarera, que fue filmada por Luis Buñuel, y se elige un fragmento de El jardín de las delicias, donde el pasaje de un torturador chino, que se ve a sí mismo como un “artista”, hará recordar a la elizoldiana Farabeuf; otra revelación es la presencia del ocultista Alesteir Crowley, que con su texto "Absenta: La Diosa Verde", hará lamentar que no sea la bebida original por excelencia de los decadentistas.

Jacobo Siruela observa que la importancia del libro radica en que estamos viviendo “una era decadente que aún nos resistimos a asumir como tal”. La otra tarea es descubrir cuáles son los escritores decadentistas de hoy que la representan.

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