Para Môn Jugie
Fundada hace quince años en un barrio céntrico de la ciudad de Lille, aunque siniestro y poco concurrido, la librería internacional V. O. (Versión Original) edificó, en 50 metros cuadrados, una babel de novelas en diferentes idiomas. En su escaparate asoman la otredad gótica de Anne Radcliff, el decaído don Juan de Schnitzler, la espesura psicológica de los cuentos de Emilia Pardo Bazán, la mutante Ferrare de Giorgio Bassani, la poesía de Juana Ibarbourou, que será “como un escándalo en la barca de Caronte”.
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Si ahora mismo ustedes pisaran el umbral multilingüe de V. O. con las ganas de un libresco menú corrido, de entremés Môn les brindará Terre promesse de Milena Agus, una saga familiar desfasada sucedida en Cerdeña y portada por Fecilita, una joven amorosa del comunismo y del sexo; de plato fuerte, Pinturas de guerra de Ángel de la Calle, una novela gráfica guiada por la fuerza poética de la Maga de Cortázar y cuyas intrigas abrazan las artes latinoamericanas, las guerras contrainsurreccionales y el retrato de Jean Seberg; de postre, Mostarghia de Maya Ombasic, una autoficción que desentraña, entre lo terrible y lo jocoso y a través de la figura del padre, el duro exilio de toda una familia y su añoranza por la ex Yugoslavia; de sobremesa, Chan Ajau, El principito en maya yucateco que también podrán saborear en coreano, en gallego, en georgiano, en kasmansa, en latín, en pastún... En fin, con Saint-Exupéry, en la librería V. O. recorrerán el mundo.
Cuando se le pregunta a Môn, norteña oriunda de Lyon con raíces vietnamitas, cómo se le ocurrió condensar la dispersión del idioma alemán, español, inglés, italiano, japonés, portugués y ruso en el paisaje de lo novelesco, contesta igual que el capitán Hadock: “la idea es a la vez sencilla y compleja”.
Môn deseaba montar salones literarios al estilo de la marquesa de Rambouillet y de la señora Geoffrin, que cultivaron en sus tertulias y en épocas distintas todas las audacias del lenguaje para crear una nueva estética del pensamiento. Desgraciadamente, los encuentros literarios no se organizan sólo con pasión: en el “mercado-mundo” en que vivimos, literatura sin plata no dura. Entonces, con su bagaje políglota y el modesto capital que fue acumulando en otras historias profesionales, creó V. O. para tener su “cuarto propio” y así sostener las charlas en letras extranjeras con la venta de libros.
Môn confiesa que no hay nada de glamur al comprar narraciones, cómics, poemarios, obras de teatro para volver a venderlos dentro de un monopolio editorial que dicta lo que hay que leer, globalizando las vitrinas de las librerías generalistas, que para existir se ven obligadas a hacer alarde de los éxitos no de literatura sino de venta, y eso de Ulán Bator a Lomé pasando por Tzintzuntzan. De ahí el anhelo de Môn de especializarse para no decepcionarse del producto de consumo que es el libro: “Adaptarse a la literatura plebiscitada por la aplastante máquina publicitaria de algunas exclusivas casas editoriales no es cuestión de moda para una librería independiente como la mía, sino de supervivencia. Mi desafío es, en medio de algunas novedades de las que mi renta no puede escapar, diversificar la selección que hacen los lectores, aconsejarles otros caminos narrativos para enriquecer sus bibliotecas personales, darles a descubrir pepitas que no sean las del gremio mediático y por supuesto convencerlos de comprármelas. Por muy apetecible que sea espiritualmente la literatura, con ella, pan y cebolla no rellenan la copa de champán que me tomo cada domingo”, concluye con irónicas carcajadas.
La librería organiza también talleres de historia del arte en la lengua de Leopardi y la de Dickinson, meriendas para niños en la de Schiller, conversatorios sobre temas de actualidad en la de Guillén, noches samovares en la de Ajmatova. Exposiciones de cerámica, fotografías, joyas, pinturas pueblan a veces el interior del local y dejaron allí sus huellas, entre muchos, los artistas Agnès André, Yves Cocatrix, Carlos Maciel Kijano o Jussara Teixeira de la Peña. Comercio de proximidad, la gente entra en la librería no forzosamente para comprar sino para hablar y restaurar un lazo sensible en climas urbanos donde el megacelular se ha convertido en el principal interlocutor. Hasta se ha creado una cadena de solidaridad entre varios de los países que habitan Lille. Es frecuente que, mientras Marie, sicóloga jubilada, cobra los libros de la presentación de tal noche y Môn trapea la sala después del cóctel de bienvenida, que siempre tiene el toque de la cocinera ucraniana, Vicky, los escritores invitados cenen en los restaurantes colindantes del turco Ali o de la china Shuna.
En el microcosmos de V. O., lejos de los algoritmos que empobrecen nuestras voces y del Google traductor que idiotiza e insensibiliza las lenguas, se han sentado y han debatido muchas hablas que dialogan con los siglos, imaginadas en Alemania con Daniel Kehlmann, en Argentina con Juan Gelmán, en España con Isabel Alba, en Irlanda con Nuala O’Faolain, en Italia con Claudio Magris, en Portugal con Lídia Jorge, en San Salvador con Rafael Menjívar Ochoa, en Ucrania con Andreï Kourkov...
¿Y en México? Môn sonríe maliciosamente. Atendió a varios, “solo hombres”, hace notar con pertinencia, y recuerda las burbujas de Coca Cola con las cuales Paco Ignacio Taibo II relató la batalla de Celaya con un Pancho Villa aficionado a los espárragos; recuerda a Sergio González Rodríguez fingiendo tocar el bajo para explicar la música de su geografía espiritual; recuerda a José Ángel Leyva que tuvo el privilegio de versificar y soñar toda la noche en la librería; y enseña, en la sección de literatura hispanoamericana, las novelas de Guillermo Fadanelli, J. M. Servín, Martín Solares, Roberto Wong, que pisaron el umbral de su vida que es el libro. Los recuerda y recuerda que sus maletas de librera a punto de jubilarse ya están listas para una nueva aventura.
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