Vanessa Springora: “Me enfrenté a un predador orgulloso de ser pedófilo”

En portada

En su libro El consentimiento, la editora ofrece un testimonio desgarrador de los abusos perpetrados por el escritor Gabriel Matzneff cuando ella tenía 14 años.

Vanessa Springora, ilustración de Boligán.
Melina Balcázar Moreno
París /

En 1985, con sólo 14 años de edad, Vanessa Springora conoció al escritor Gabriel Matzneff, 36 años mayor. Comenzó entonces una dolorosa historia de dominio y humillación con el muy influyente, aunque poco leído, personaje de la elite literaria y cultural parisina, cuya defensa de la pedofilia caracterizaba sus libros. Nadie se opuso a la relación, nadie tampoco protegió a Vanessa Springora puesto que había dado su consentimiento. Su testimonio muestra que tal cosa no es posible cuando hay coerción.

—Al leerla, sorprende la manera sobria y precisa con la que relata los terribles hechos de los que fue víctima. ¿Cómo encontró este tono tan justo —en todos los sentidos de la palabra— para escribir su historia con Gabriel Matzneff?

Tardé 30 años en escribir El consentimiento (Lumen, 2020). Es breve, con una escritura quirúrgica, casi clínica. Tal vez su forma se debe al tiempo que dejé pasar antes de hacerlo. Reconstruí mi vida personal, me volví madre, tuve una familia y obtuve así la distancia que me permitió utilizar ese tono que, espero, sea justo. Si la hubiera escrito a los 25 años hubiera puesto mayor afecto, rabia, una emoción a flor de piel.

La forma es el fruto de una larga introspección y elaboración. Al principio escribí con un tono más novelesco, maquillaba las identidades de Gabriel Matzneff y la mía. Pero sentí que había algo deshonesto en escribir una novela a partir de lo que viví pues él me había invisibilizado en sus libros. Mi objetivo debía ser reapropiarme de mi historia y, para ello, tenía que ser honesta, absolutamente sincera en mi enfoque y aparecer con mi propia identidad. Comencé a escribir en 2014 y tras dejar reposar el texto me di cuenta de que decir yo y escribir en presente me permitía rencontrar mi estado de ánimo, ser más justa respecto a mis sentimientos de entonces, o incluso anteriores, puesto que el libro comienza con mi infancia, a los cinco años, para explicar las condiciones que dieron lugar a esta historia. También influyó que la literatura que me gusta es así, depurada, sobria. Buscaba también una forma directa y accesible para todo público, en especial los adolescentes.

—El libro comienza con su desconfianza hacia los libros que la condujeron a alejarse del mundo editorial durante largos años. ¿Cuál es su relación actual con la escritura?

El gran entusiasmo e interés que ha suscitado el libro desde hace un año, ahora con traducciones a varias lenguas, me ha ofrecido una experiencia maravillosa. He recibido numerosos correos de lectoras y lectores que se han identificado con mi historia, aunque las suyas sean muy distintas. Pero justamente a través de la noción de consentimiento lograron entender aspectos de lo que vivieron. Me di cuenta de que la literatura tiene un impacto, que posee virtudes terapéuticas, catárticas, no sólo para quien escribe sino para los demás. Mi desconfianza respecto a los libros se debía a que sabía que pueden ser un veneno, tóxicos, que pueden funcionar como una trampa, una manipulación, como ocurrió en mi caso, cuando Matzneff me encerró en ese personaje de ficción, creado a partir de nuestra historia y explotado durante 30 años en su beneficio. Desconfiaba también del mundo editorial, pues me había mostrado una gran irresponsabilidad. Sin embargo, cuando por fin logré escribir, comprendí que la literatura podía cambiar a la sociedad, tener una influencia en muchos ámbitos como el derecho, la psicología, las costumbres. El libro suscitó un debate en el mundo editorial, en los medios, en torno al consentimiento de los menores de edad. Hoy me he reconciliado con la escritura y estoy lista para escribir de nuevo.


El consentimiento sacudió el medio editorial y obligó a numerosas personalidades literarias a justificarse y pedir disculpas. Bernard Pivot, el presentador del célebre programa Apostrophes, quien recibió a Matzneff en seis ocasiones, tuvo que rendir cuentas tras la difusión en las redes del extracto de 1990 que lo muestra presentándolo de manera desenfadada como “un verdadero profesor de educación sexual”, “un coleccionador de chiquillas”, entre las risas del resto de los invitados. Solo la escritora canadiense Denise Bombardier se indignó y lanzó una frase que en aquella época nadie tomó en cuenta: “la literatura no puede servir de coartada, hay límites, incluso para la literatura”. ¿Qué opina de estas reacciones? ¿Las temía o esperaba?

No quise escribir un libro que fuera un ajuste de cuentas. Evité el pathos y el tono victimario. Mi intención era generar una discusión y reflexionar sobre lo que había hecho posible la complacencia, la ceguera completa del medio, y lo que permitía que continuara en 2013, con la atribución a Matzneff del prestigioso Premio Renaudot de ensayo. Me afectó mucho pues pensaba que nuestra época había cambiado, pero no, perduraba una concepción de la literatura que hacía posible recompensar, sin que nadie protestara, a un escritor abiertamente pedófilo. Con la publicación de mi libro cierto número de personalidades mediáticas tuvieron que tomar una posición. Descubrí la secuencia que usted evoca, y a la cual no asistí, tiempo después. Muestra a Denise Bombardier criticando la presencia en un programa tan popular y respetado de un hombre que en sus libros afirma su gusto por sodomizar niños de países subdesarrollados. Para ella, la única diferencia entre Matzneff y los viejos perversos que atraen a los niños es que en lugar de dulces él utilizaba su reputación. Vemos que hay un abismo de incomprensión entre su discurso —que sorprendentemente utiliza nuestro vocabulario de hoy— y el de los demás escritores invitados. En aquella época gente importante del mundo editorial la tachó de histérica o de “mal cogida”, como Philippe Sollers. Con El consentimiento, quería situar los acontecimientos en su contexto y mostrar que ha habido una evolución que no sólo se debe al movimiento #MeToo, sino también a los numerosos casos de pedofilia en Francia que cambiaron nuestra mirada. En los años de 1970 aún había dudas respecto a la pedofilia, se pensaba que era una orientación sexual como la homosexualidad. Hoy sabemos que se trata de una patología que nada tiene que ver con una preferencia sexual. Me parece importante que alguien como Pivot se vea obligado a posicionarse y que acepte que entonces se anteponía la literatura a la moral; sin embargo, pienso que comete un error cuando concluye su análisis afirmando que hoy anteponemos la moral a la literatura. No es cuestión de moral, es la ley que condena la pedofilia y la castiga con la prisión. No hay razón alguna para que una persona que hace su apología en libros autobiográficos no se someta a la misma legislación que los otros ciudadanos, so pretexto de que es escritor o artista.

Quería articular cosas que se nos presentaban desarticuladas, mostrar el vínculo con los hechos reales que Matzneff relata en sus libros y sus consecuencias, porque no se trataba de ficción. Me han reprochado que, con una perspectiva como la mía, nunca se hubiera publicado Lolita de Nabokov, pero no es así pues se trata de una novela. Es claramente una ficción, nadie puede decir que Humbert Humbert encarna a Nabokov, o que el autor haya cometido los hechos relatados en su novela. El caso de Gabriel Matzneff es por completo distinto. La persona cuyo nombre aparece en la portada, quien dice yo en el libro es él y cuando relata cada uno de sus actos de pedofilia no pueden sino serle imputables. Quería recordar al mundo de la edición la diferencia entre la autoficción —el relato autobiográfico— y la ficción, en la cual debe haber una total libertad. En la novela, necesitamos personajes que se sitúen más allá de la moral, necesitamos monstruos. Hay que conservar el mal en la literatura, pero cuando hablamos de escritos autobiográficos la cuestión de la responsabilidad se plantea, no sólo de los autores, sino de los editores. Desde un punto de vista deontológico, ¿es aceptable dar la palabra a un pedófilo, un terrorista, un narcotraficante, un nazi, un antisemita cuando cada uno de estos actos lo reprime la ley? Volviendo a la pedofilia, que es un crimen juzgado penalmente, si sabemos que es un acto grave, nada justifica la complicidad con contenidos pedófilos que, en internet, por ejemplo, están prohibidos, porque aparecen en un libro, que además hace su apología. No se trata de poner trabas a la libertad de expresión, se trata más bien de un arbitraje: la literatura, como todas las producciones artísticas y culturales, es un indicador de lo que es tolerable o no en una sociedad. El éxito que ha tenido El consentimiento es una manifestación del cambio en nuestra época.

Vanessa Springora, escritora francesa. (AFP)

—La ironía del destino ha hecho que usted dirija hoy las ediciones Julliard, que publicaron en 1974 el casi manual y panfleto de pedofilia de Matzneff Les moins de seize ans (Los de menos de dieciséis años). Su trayectoria me hace pensar que una nueva página en la historia de la edición en Francia ha comenzado a escribirse.

Eso espero. De cualquier forma, una página nueva se escribe hoy en la edición. Primero, porque se feminiza, cada vez hay más mujeres que dirigen editoriales —yo soy ejemplo de ello—, lo cual hace que cambien los contenidos que se publican. Así la misoginia o las visiones de la mujer que la reducen a un objeto sexual, decorativo, o a su papel de madre o esposa, desaparecerán de la literatura, porque las mujeres ocupamos hoy un lugar diferente en la sociedad. Contenidos de ese tipo aparecerán como pasados de moda y quienes los escriben estarán en completo desfase con su época. Nada hay en tal cambio que limite la libertad de expresión.

Me considero feminista, pero no estoy en guerra contra los hombres, no soy de las que los odia. Al contrario, creo que hay hombres que son feministas y que pueden ser aliados en nuestro combate por la igualdad. Pero constato con tristeza que quienes se opusieron de manera violenta a mi testimonio y protegieron a Matzneff de eventuales “ataques” fueron hombres con poder e influencia en los medios.

—Muestra el modo en que Matzneff seducía a sus presas. Cuestiona así que exista un real consentimiento entre una joven de 14 años y un hombre 36 años mayor que ella.

No hay consentimiento posible. En la primera parte del libro quería analizar mi propio consentimiento, ser honesta desde el inicio y dejar claro que Matzneff no me obligó ni me violó, que estaba fascinada por él. Necesitaba comprender cómo una chica de 14 años puede enamorarse de un hombre de 50 que tenía la reputación sulfurosa de sólo interesarse en niños y adolescentes.

El consentimiento en los menores es algo que debemos cuestionarnos y suprimir. En Francia la mayoría sexual se establece a los 15 años, no es legal tener relaciones con una menor de tal límite sólo si da su consentimiento. Pero ¿cómo podemos decir que un o una menor de 15 años es capaz de dar su consentimiento ante un adulto que tiene poder porque físicamente es más fuerte y a sus ojos encarna la autoridad, es decir, es quien pone los límites y dice lo que está bien o no? Forzosamente hay una coerción, una influencia, un dominio que tiene secuelas en la vida adulta. Dos cosas debemos analizar: la libertad de elegir —pues podía negarme o aceptar y yo cedí a su seducción— y la igualdad. Sólo puede haber consentimiento de igual a igual, sin que haya manipulación o dominio de por medio. Además, para poder elegir, debemos tener todos los elementos que nos permitan saber si nos equivocamos o no, si nos ponemos en peligro, debe haber un “consentimiento informado”. No dudo que existan verdaderas historias de amor que nazcan antes de la mayoría de edad sexual. Pero en mi caso —que es el de muchos—, me enfrenté a un predador, que se asumía públicamente como pedófilo. No podemos hablar de un real consentimiento.

—Su libro no se limita a denunciar los abusos de Matzneff sino la complacencia, si no es que la complicidad, del medio literario, intelectual y artístico de la época, al que pertenecía su madre, con quien vivía entonces, y que nada hizo para protegerla. ¿Se trata de una crítica de la manera en que la generación de 1968 concebía la sexualidad y la libertad?

Mi madre fue víctima de los excesos de la revolución sexual. Había tenido una educación católica muy estricta, con muchos tabúes e interdicciones en torno a la sexualidad. Quiso actuar conmigo de manera diferente a sus padres y desde muy niña me habló del cuerpo femenino y de una vida sexual. Me dio absoluta libertad de vivir mi vida, de tomar mis propias decisiones. Además, como trabajaba en el medio de la edición, a ella también la fascinaba la figura de escritor que encarnaba Gabriel Matzneff, la de un transgresor del orden moral, de las leyes a las que se somete la gente ordinaria. Me parece que no conocía realmente su obra y creyó lo que él le decía sin darse cuenta del peligro que en realidad yo corría. La sedujo y manipuló como a mí. Pensó que vivíamos una verdadera historia de amor, que estaba enamorado de mí, que no me haría daño. Mi madre ignoraba hasta qué punto llegaban sus excesos, su consumo frenético de niños y adolescentes; siempre necesitaba nuevas conquistas, en gran cantidad. Después le costó mucho reconocer su propia responsabilidad. Creía, al igual que su generación, que estaba prohibido prohibir y pensaba que había hecho bien en dejarme vivir sola mi vida desde los 14 años. Cuando leyó el libro comprendió todo mi sufrimiento en aquella época y en los siguientes años. Sólo al leer mi testimonio logró pedirme perdón y pudimos finalmente reconciliarnos. El libro fue benéfico para ambas.

​AQ

LAS MÁS VISTAS