Vasco de Quiroga y la libertad positiva

Bichos y parientes

Julio Hubard nos introduce a las revolucionarias ideas de Vasco de Quiroga sobre el libre albedrío.

Vasco de Quiroga fue el primer obispo de Michoacán (Ilustración: Juan O'Gorman)
Julio Hubard
Ciudad de México /

Vasco de Quiroga no era hombre de la iglesia jerárquica sino de la ciudad, los litigios jurídicos y la vida productiva; lo hicieron obispo sin que hubiera pasado por ninguna formación de clérigo. La influencia que recibe de la Utopía de Tomás Moro es innegable, no solo porque lo cita sino porque coincide, como punto de partida, en suponer la radical igualdad entre personas: no una igualación de bienes en el mundo, sino de la esencia humana. No se hace ilusiones respecto de la “natural bondad” de nadie, como Bartolomé de las Casas, que veía en todos los indios almas buenas e inocentes; ni es como los encomenderos, que los juzgaban como bestias de trabajo.

El buenazo de Las Casas, tan admirable y noble, tan bravo en su defensa del bien y en la abominación del mal, deja como herencia un sueño, un icono y una entelequia jurídica llamada indio. Algo muy contrito y muy medievalote: hemos sido el mal y la crueldad sobre unos indios buenos que, si pecan, es por ignorancia, no por maldad, y es nuestra responsabilidad velar por ellos y conducirlos al bien.

Para Quiroga, en cambio, no se puede concebir al indio como persona y tratarlo jurídicamente como algo distinto, ni menos, ni más, ni especial. Como Moro, no vacila en hallar ambas cosas, bien y mal, mezcladas todo el tiempo entre las potencias humanas: no es la constitución del alma sino las circunstancias en el mundo. El mal no solo no es evitable sino que resulta necesario para la existencia de la libertad y la posibilidad de salvación de los libres. Solo puede ser bueno quien elige y obra el bien, y eso no depende de raza, ni casta, ni nación. Quiroga parece comprender que hay formas del mal que operan como disparadores del bien y la libertad. Eso, en el siglo XVI, y en el ámbito de la colonización, resulta extrañísimo. Nada en la herencia hispánica lo anticipaba y todavía está sin elucidarse en qué modo la concepción de la naturaleza humana de Moro marcó el pensamiento moral y hasta teológico de Vasco de Quiroga.


No hay manera de explicar su osadía teológica y jurídica excepto por aquella confianza radical en la igualdad de la naturaleza humana que generó espacios, territorios y tradiciones de pueblos libres y productivos. Echó a andar una medida que provoca enojo: los indios debían seguir en la servidumbre de las encomiendas, al menos durante dos generaciones, y cuando hubieran aprendido artes y oficios, se les liberaría. Salvando todas las diferencias históricas, quitó los pesos ideológicos y las restricciones, y los indios se volvieron empresarios, artesanos y comerciantes; construyeron una sociedad próspera, cuyos beneficios llegan hasta... ¿podemos decir “hoy”? Quizá ya no. Nos cayó encima, aplastándonos, aquel Estado que cree que debe imbuir el bien sin ver que solo nos sofoca.

La diferencia con Las Casas es de raíz. El dominico, como medieval, tomista y aprovechado discípulo de Vitoria, todavía piensa en jerarquías del bien y el mal; su imaginación ignora las distancias y la secuencia en el tiempo. Sacar al indio de su servidumbre por vía del derecho y las leyes pintó un retablo de salvación, pero no generó libertad porque no era posible la autosuficiencia: el libre albedrío, sin posibilidad de actuar en libertad, es una nueva forma de la servidumbre.

Quiroga, en cambio, había entendido un punto ajeno por completo al universo hispánico. Cuando se piensa desde la pura teoría, la libertad se define, en su forma “negativa”, como libre de restricciones externas (“libre de…”). Pero en la práctica, la dinámica de la libertad se complica: ¿para qué querría ser libre una persona que no tiene instrucción, ni sabe oficio, ni logra participar en la sociedad? Por ejemplo, un par de siglos después, Booker T. Washington vio con horror cómo los esclavos que él mismo había liberado, durante la Guerra de Secesión estadunidense, se apresuraban a ponerse de nuevo como esclavos en otras fincas. Como libres, no tenían modo de sobrevivir porque no sabían leer ni hacer nada que los vinculara a la vida civil para ganarse su sustento. Libres de amo, pero esclavos de las condiciones reales. Isaiah Berlin define la libertad “positiva” como la facultad de llevar a cabo las decisiones y actividades libres (“libre para…”). Pero eso lo había inventado ya Quiroga: que antes de soltar una persona a su libre suerte, tenía que quedar en capacidad de sostenerse en la libertad civil. Las manutenciones, tutelas y protecciones no han hecho más que baldados y víctimas.


​LVC

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