Velada con Juan Soriano

Guía de forasteros

El artista mexicano sintió curiosidad por las paradojas del tiempo y el espacio, y logró plasmarla en parte de su obra pictórica y escultórica.

Juan Soriano, 1920-2006. (Fototeca MILENIO)
Carlos Chimal
Ciudad de México /

Juan Soriano y el corredor de arte Marek Keller me invitan a cenar una vez más en su espacioso departamento cerca de la Plaza de la República de París. A ambos les gustaba discurrir acerca de los posibles niveles de realidad que la pintura y la escultura permiten imaginar, incluso palpar.

¿Cómo es eso?, pregunté.

“Lo que puede ser mostrado, no puede ser dicho”, respondió Soriano.

Quise ver en esta frase una explicación al silencio genuino que suele envolver determinadas obras de arte.

Tocamos el asunto del papel que desempeñan los críticos. ¿Son simples intermediarios o realmente arrojan luces? Soriano estuvo de acuerdo en que, sobre todo las guías de los museos, hacen una labor enorme, pero al final discreta. Aun así, ¿existen zonas poco exploradas del arte cuyo significado y razón de ser no ha podido (o no ha querido) interpretar la crítica convencional?

Vale decir que Soriano no fue tolerante con los formalistas versados en la teoría y su oportuna, conveniente acuñación de neologismos. Para él se trataba de ideologistas prestos a encontrar el sentido social de la obra, aunque no lo tuviese, o bien de aformalistas engolosinados con sus propios gustos e intereses. Todos buscan iluminar una zona parcial y corren el riesgo de caer en la distorsión total, eso sí, “poética”, ironizó Juan.

Sin ser ningún radical (de hecho, más bien fue una persona tradicionalista), Soriano tradujo a su manera los vericuetos en los que se había enfrascado la ciencia, abriendo muy variados frentes, al menos desde la década de 1930, tanto en la biología molecular, la genética o la biomedicina, como en la física del estado sólido y la de las altas energías, o bien en la neurofisiología y su vínculo con ideas evolucionistas que se estaban revisando, a ochenta años de la publicación del libro de Charles Darwin.

A diferencia de los muralistas, quienes consideraban el espacio newtoniano, macroscópico, como algo totalizador, dedicándose en cuerpo y alma a expoliar esa veta, a Soriano el surgimiento de una visión holística de los fenómenos físicos lo llevó por otros caminos. En cuadros como El desterrado (El velorio), de 1946, en el que la vela de un enorme candelabro apenas puede ser encendida por una niña, insinúa la granulidad en el acontecer. Durante esos años se consolidó la mecánica cuántica como un método poderoso para predecir la realidad en dimensiones muy pequeñas. Juan tuvo experiencias oníricas alrededor de semejantes descubrimientos. El tiempo puede ser discontinuo, al igual que el fluir de la luz.

'El desterrado (El velorio)', de Juan Soriano. (Museo de Arte Moderno)

También es oportuno hacer notar que apenas una década antes de que Juan pintara dicho cuadro se había logrado medir el núcleo del átomo, el cual resultó ser sorprendentemente diminuto, de hecho, diez mil veces más pequeño, el equivalente a un hueso de durazno en el estadio de futbol más grande del mundo. Lo más increíble fue descubrir que en su interior existen partículas aún menores, los protones y neutrones, y dentro de éstas, otras todavía más reducidas en masa, pero con características propias. El sueño se había vuelto realidad.

Según contó Soriano durante la cena, él estaba interesado en estos temas, sin llegar a ser un apasionado, como Salvador Dalí. Existe un tipo de gusto, un sentido de la curiosidad por parte de algunos artistas hacia determinados asuntos, por ejemplo, las paradojas del tiempo y el espacio, quienes tienden a preferir las explicaciones científicas por encima de las de índole místico o paranormal. Soriano tuvo esa inquietud y logró plasmarla en parte de su obra pictórica, así como en muchas de sus esculturas. Ejemplos son los cuadros Niños jugando (1942) y El pescado o Pez luminoso (1956).

Al salir esa noche de su casa crucé por la plaza de la República, cerca del monumento de bronce creado por los hermanos Morice a fin de conmemorar los valores de la República francesa. También puede considerarse esta plaza símbolo del París combativo, pues aquí se peleó una última escaramuza con el ejército de ocupación nazi antes de ser expulsado por partisanos y guerrilleros.

Es precisamente en ese espíritu de lucha en el que muchos artistas buscan inspiración cuando vienen a vivir, al menos durante un tiempo, a esta ciudad ruda. Soriano había mencionado durante aquella velada a Lilia Carrillo, ya que, afirmó, ella expresó con claridad semejante visión holística de los fenómenos físicos; pintó una especie de abstraccionismo figurativo, cuya marca principal es la contradicción activa, no excluyente, sino más bien complementaria, en la que también podrían encontrarse Wolfgang Paalen (Así es la vida, 1959) y Cordelia Urueta (Enigma, 1984). Al otro lado de la tradición figurativa, pero compartiendo la misma visión holística, podríamos situar a Juan O 'Gorman con su Autorretrato múltiple (1950).

Luego me di cuenta de que a todos ellos los unen estas calles; en diferentes momentos y desplazándose en diversos espacios, de alguna manera existen puntos de contacto, chispas que se encienden en sitios aleatorios por el roce casual, diferido. Según me dijo Soriano, fue él quien animó a Lilia Carrillo a vivir su aventura parisina, cuando el existencialismo comenzaba a pasar de moda.

No obstante, Soriano estaba convencido de que los escritos de Simone de Beauvoir, Jean–Paul Sartre y Albert Camus no habrían de pasar de moda: la prueba está, dijo, en que le permitieron a Lilia darse cuenta de que la única vía de racionalizar la angustia, de enfrentar la pesada carga de lo cotidiano, era a través de la pintura. De acuerdo a la historiadora del arte Margarita Martínez Lámbarry, su temporada pateando estas calles marcó la gestación de la variante automatista, estilo que la conduciría a un lirismo abstracto y al informalismo. No lejos de aquí, en la Casa de México, conoció a Manuel Felguérez, con quien compartió ideas estéticas y la vida misma.

El motivo de Wolfgang Paalen para venir a París y luego a México fue similar, pues huía también de un demonio interno, como Lilia Carrillo, si bien en el caso de Paalen no era solo la angustia de vivir, sino la posibilidad de acabar de tajo con esa sensación. Sus dos hermanos se habían quitado la vida antes de abrazar el surrealismo como una forma profiláctica de conducirse en adelante.

Cordelia Urueta laboró en la embajada mexicana en esta ciudad a fines de los años de 1930, pero el estallido de la Segunda Guerra los obligó a ella y a su esposo a salir de Europa. Mientras pudo, también recorrió estas calles, empapándose de las corrientes pictóricas de vanguardia a fin de experimentar con lo abstracto y lo figurativo. Su fuerte bagaje intelectual y familiar pudo ahogarla, como sucede a quienes se embelesan con el suave vaivén del río Sena. No fue así, encontró forma de no perder la línea de flotación al comprender lo que sucede en ese brazo de agua llamado arte.

Juan Soriano se refirió al ámbito onírico y el desafío psicológico que implica enfrentarse al retrato. Por ese proceso “traumático” pasaron tres notables muralistas (Orozco, Rivera y Siqueiros), a pesar de sus propias obsesiones ideológicas y espirituales. Junto con la escuela mexicana de pintura, el muralismo llenó docenas de metros cuadrados de discursos y buenas intenciones, pero eso no impidió que las novedosas ideas acerca de la conciencia permearan su estilo de pintar.

Lo demuestra el hecho de que su poder expresivo creció por sí solo cuando él y el resto de los muralistas usaron formatos pequeños. Por ejemplo, Retrato del arzobispo Luis María Martínez (1944) de José Clemente Orozco, Postguerra (1942) de Diego Rivera y El Cristo judío (1967) de David Alfaro Siqueiros contienen elementos exacerbados de lo que significa el proceso traumático mencionado por Soriano.

Su sed de experimentación los llevó a abrir horizontes al diálogo internacional del arte (Rivera en Madrid, Siqueiros en el periódico catalán La Vanguardia); sus poderosos egos no lograron enceguecerlos por completo, y tampoco huyeron de la verdadera experimentación, de manera que en su obra puede respirarse el clima contradictorio que se vivía debido a los descubrimientos científicos del momento: la nueva realidad atómica, el neodarwinismo y el desarrollo espectacular de las matemáticas.

Como apuntó Juan Soriano, ninguno estaba consciente de saber expresar ideas científicas, muy alejadas de su cotidianeidad. En realidad, la pasaron muy entretenidos tratando de mantener su libertad de expresión.

AQ

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