Vida sintética: cómo ha hecho la ciencia para fabricar vida en el laboratorio

Ciencia

La biología ha dado un paso enorme al identificar los genes para el desarrollo normal de organismos de laboratorio.

La primera célula artificial fue construida con base en los microorganismos existentes más simples. (Foto: National Cancer Institute)
Gerardo Herrera Corral
Ciudad de México /

La célula construida en 2016 de manera artificial en laboratorio fue llamada Syn3.0. A este organismo no se lo encuentra en la naturaleza ni será recordado con algún nombre en latín. No nos referiremos a él en términos lingüísticos como lo hacemos con la Helicobacter Pylori —bacteria que infecta al estómago produciendo úlceras— y la razón, poco elocuente, es que a diferencia de los microorganismos naturales este fue diseñado en una computadora de la misma manera como se construye un lego, juntando piezas de aquí y de allá. En el mejor de los casos, a la célula sintética se le acabará conociendo como “Sintia”, apelativo cada vez más común para este indiferente pionero de la vida artificial. De manera que quizá se recordará con este nombre a la primera forma de vida creada por los seres humanos.

Cuando se fabricó, uno de los precursores de la vida sintética, el biólogo Craig Venter, dijo: “Es la primera especie autorreplicante que hemos tenido en el planeta y cuyo padre es un ordenador”.

Los investigadores crearon en laboratorio un genoma viable con el número mínimo de genes necesarios para realizar las funciones vitales. Para llegar a este “arreglo artificial vivo más sencillo que la vida misma”, se tomó el material genético del Mycoplasma genitalium, bacteria parasitaria que vive en el tracto urinario y que es el organismo más simple que existe con tan solo 525 genes. Al ir quitando parte por parte, un gen tras otro, se llegó al conjunto mínimo requerido. Se pensó entonces que la célula simplificada tendría 473 genes, los requerimientos para ser considerado ser viviente.

En un reporte del gran avance publicado en las revistas especializadas hace unos meses, alguien recordaba al escritor francés Antoine de Saint-Exupéry cuando dijo: “La perfección no se logra cuando no hay nada más que poner sino cuando no hay nada más que quitar”.

Sin embargo, no era posible explicar el propósito de 149 de los genes que quedaron y, aunque parece poco, este número representa un tercio del total. Esto no sería tan malo como el hecho de que el crecimiento y la replicación de este microscópico Frankenstein ocurrían de manera caprichosa con formas extrañas en sus descendientes. La nueva especie, creada en laboratorio, se multiplicaba cada tres horas, pero los productos de la autorreplicación tenían forma impredecible.

En marzo de este año se ha logrado por fin entender el diseño perfecto con algunas piezas que faltaban, de manera que tenemos ya un organismo con el mínimo necesario de genes que permite la replicación controlada.

Ahora se han agregado siete genes y con ello se cuenta ya con un organismo de diseño impecable cuya forma y autocopiado es predecible. La célula fabricada en laboratorio de acuerdo con las prescripciones que dicta una computadora requiere entonces de 480 genes, en contraposición con los 25 mil genes que contabilizamos en las células humanas o los 100 mil que requiere un árbol de pino.

El nuevo bicho, producto de la imaginación humana, es vulnerable; sólo subsiste en un cultivo de laboratorio repleto de azúcar y nutrientes y moriría de inmediato si se lo sacara de ese medio controlado.

Una de las tentaciones teóricas es la posibilidad de definir lo que sería una “célula mínima universal” que permita entender de manera general el fenómeno de la vida. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas porque si se hubiera partido de un microbio diferente se habría terminado con un bicho de laboratorio distinto. De manera que todo parece indicar que una estructura vital universal no existe. ¡Hay muchas maneras de vivir!

En todo caso, no es la primera vez que pasa en la biología —pero sí quizá la más espectacular— que se muestra la manera como esta disciplina ha alcanzado el nivel más alto de sofisticación con que se puede predecir lo que ocurrirá cuando un arreglo de moléculas se acomoda de manera conveniente.

Estos avances han despertado la inquietud de los filósofos que ya reflexionan alrededor de pensamientos como “sustitución de Dios”, “sustitución de la naturaleza”, “destrucción del valor de la vida”, etcétera.

Las noticias alarman a mucha gente que percibe como amenaza el dominio de la técnica y el poder de generar vida con una computadora y algunos instrumentos de laboratorio. Más allá de todo, el conocimiento nos da mejores herramientas para preservar y no para destruir pues no se pretende crear organismos que intervengan en la cadena natural, sino que realicen tareas específicas. La generación de combustible a partir del carbono que ha sido liberado a la atmósfera con un organismo diseñado ex profeso es un ejemplo de lo que está en la mente de los grupos que trabajan en la generación de vida en laboratorio, pero no es la única posibilidad.

Los avances en la biología son sorprendentes. Uno de los últimos secretos profundos de la naturaleza, el fenómeno de la vida, nos parece cada vez más comprensible y menos misterioso.

​AQ

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