Visitas guiadas al universo de Gerardo Deniz

Entrevista

Fernando Fernández publicó recientemente 'Mar en turco', libro de ensayos dedicados al autor de Grosso modo, calificado por Octavio Paz como el “poeta más original entre los aparecidos en América y España”.

Gerardo Deniz, 1934-2014. (Foto: Omar Meneses)
José Homero
Ciudad de México /

En el último mes —precisamente anticipándose a los noventa años del natalicio del poeta, que se celebraron el 14 de agosto— ha comenzado a circular Mar en turco. Ensayos sobre Gerardo Deniz (Bonilla Artigas Editores, 2024), una compilación de los asedios que Fernando Fernández (Ciudad de México, 1964) ha dedicado a la obra del “poeta más original entre los aparecidos en América y España”, como lo definió Octavio Paz al leer los primeros poemas del entonces autor inédito.

Más allá de las claves para adentrarse en la densa selva textual deniciana, el libro ofrece valiosos datos para desentrañar su no menos compleja y elusiva personalidad. Buen caminante y mejor guía, Fernández nos conduce por territorios insólitos para los lectores de Juan Almela Castells, nombre real del poeta, desvelando aspectos fascinantes como la historia de su padre, Juan Almela Meliá, una figura destacada de la historia española del siglo XX, o la enigmática aparición de un sosias literario de Almela hijo en una novela de María Luisa Puga.

Mediante visitas guiadas —término caro a Deniz— a las diversas facetas del escritor, atisbos a la intimidad de la persona y panorámicas que lo sitúan en el contexto de la literatura mexicana, Fernández presenta un retrato cabal de Gerardo Deniz. Para profundizar en algunas cuestiones suscitadas por esta inmersión submarina, entrevistamos al poeta, ensayista y editor, quien también es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y del Seminario de Cultura Mexicana.

Fernando Fernández, poeta, ensayista y editor mexicano. (Foto: Jesús Quintanar)

¡Qué alegría leer tu libro, finalmente, Fernando, y además conversar contigo! Dime, ¿cuándo comenzaste a concebir esta obra? ¿Fue proyectada previamente o surgió gradualmente? ¿Fruto de un propósito o hija de la circunstancia?

Gracias, querido Homero. Me da una especial alegría conversar sobre este tema contigo, pues tú estuviste en la primera línea de fuego en la pequeña batalla crítica en favor de la obra de Deniz, en los primeros años noventa. Casi desde el día en que conocí a Juan Almela me propuse escribir sobre su obra, al grado de que, casi inmediatamente, cambié el tema de una tesis de licenciatura sobre Juan Ramón Jiménez que tenía muy adelantada y decidí hacerla sobre él. En 2016, le propuse al Fonca un proyecto de libro que, con la excepción de los cuatro capítulos que he tenido que dejar fuera para no hacerlo excesivamente voluminoso, es el que aparece ahora.

Tu libro comienza, propiamente, con un capítulo dedicado a la correspondencia de Gerardo Deniz con Octavio Paz. Esta relación comenzó con la admiración de Deniz hacia Paz, gracias a cuya lectura descubrió la poesía. En tu caso, ¿cómo fue tu descubrimiento de Gerardo Deniz?

Ya lo he contado en otras ocasiones, por ejemplo, en Contra la fotografía de paisaje (2014). El poeta Julio Hubard me mostró, lleno de admiración, unos poemas de un autor que él mismo acababa de descubrir, de nombre muy extraño. Como hacíamos una revista literaria que circulaba en la Facultad de Filosofía y Letras, conseguí su teléfono y le llamé para solicitarle algún inédito. Ya desde la primera conversación, un viernes de 1988, cuando pasé a su departamento a recoger los poemas, me sentí fascinado por su personalidad y su conversación, y a partir de ese día desarrollé con él una amistad que duró 26 años, lo que le quedaba de vida. El descubrimiento de su poesía ocurrió unas semanas después, leyendo su libro Grosso modo. Me volvieron loco aquellos versos que dicen, refiriéndose a una casa de disfraces que había en la colonia San Rafael: “allí alquilaban ropas insólitas, fraques y futraques, / atuendos de odalisca suripanta, de margrave”. En esos versos me pareció descubrir un lenguaje en su máximo esplendor, como no lo había en ningún otro poeta a la vista.

Aun cuando tu libro se presenta como una compilación de “Ensayos sobre Gerardo Deniz” tiene la andadura de un perfil biográfico. Sin embargo, más que centrarse en la persona, se enfoca en el personaje poético, ofreciendo una biografía estética de Deniz…

Escogí llamar a los textos “ensayos”, abusando quizás un poco del significado de ese término y huyendo de la palabra “estudios”, que quizás hubiera sido más adecuada. Me gusta la libertad que supone el género ensayístico, el cual me permite acudir a ciertos recursos más cercanos al periodismo, y no por fuerza académicos. En el libro, como sabes, uso con mayor frecuencia su nombre real, puesto que de esa manera nos referimos sus amigos siempre a él. En su caso se comprueba algo que leí en alguna ocasión con respecto a que los seudónimos, en las letras en español, son bastante más volátiles que en la literatura en lengua inglesa.

Cada capítulo está precedido de epígrafes de Veinte mil leguas de viaje submarino, la novela de Julio Verne tan admirada por Deniz. Tales citas no solo introducen los capítulos, sino que también puntean la historia que se narra entre líneas, el perfil del poeta, y ayudan a configurar su personalidad. ¿Cuál fue tu propósito? ¿Cómo tramaste este efecto o recurso?

Veinte mil leguas de viaje submarino era uno de los libros preferidos de Gerardo Deniz. Él mismo ya no sabía la cantidad de veces que lo había leído a lo largo de su vida. Tanto le gustaba que, a mediados de los años setenta, cuando escribía los poemas que terminarían siendo Gatuperio (1978), imaginó una extensa serie de situaciones insólitas, trufadas de apretadas referencias culturales y científicas, tomando prestados los personajes y los escenarios de la novela de Verne, y las llamó “20,000 lugares bajo las madres”, de acuerdo con como también puede traducirse el título francés original a causa a la homofonía de esa lengua. Ya como adulto, dado que se había visto apartado de sus investigaciones científicas, le gustaba decir que, al igual que le ocurrió al capitán Nemo desde que se sumergió en el agua de los océanos, había quedado al margen de las novedades que en otros tiempos tanto lo apasionaron. Cuando estaba escribiendo Mar en turco, releí yo mismo la novela y me pareció que algunos fragmentos podían puntuar la sintaxis del libro.

Portada de 'Mar en turco. Ensayos sobre Gerardo Deniz', de Fernando Fernández. (Bonilla Artigas Editores)

Al asomarnos a la intimidad de Almela —¡qué atrevimiento el nuestro leer su correspondencia!—, se revela que su acercamiento epistolar a los personajes a los que dedicas sendos capítulos —Octavio Paz y Georges Dumézil— fue impulsado por la admiración. Y ambos influyeron, en distintas facetas, en la personalidad literaria del poeta.

Los dos resultaron, cada uno a su modo, trascendentales para Gerardo Deniz. En la obra del primero es donde descubrió, joven aún, la poesía; diez años después, se animó a mandarle unos poemas a la India, donde Paz era embajador, y recibió una respuesta tan entusiasta que no necesitó de otro estímulo para decidir dedicarse seriamente a ella. Dumézil significó el segundo gran descubrimiento de su vida porque se produjo cuando se veía forzado a abandonar los laboratorios científicos y daba un giro hacia la lingüística y el estudio de las lenguas del mundo. El historiador francés le abrió un universo prácticamente infinito de culturas que a partir de entonces fueron su principal alimento intelectual.

Sea a través de sus propias confesiones —en las cartas—, a través del personaje de la novela de María Luisa Puga o bien del juicio crítico de Eduardo Milán —“soledad infranqueable” llama a su posición poética—, Deniz se nos presenta como una figura singular, dueño de una gran soledad.

Singular como pocas, lo que marcó su literatura en todos los sentidos. Milán se refiere con esa expresión a que ciertas características de su obra son absolutamente únicas en el contexto de la poesía de la lengua, donde ocupa una soledad difícil de franquear. En persona (y tú lo sabes porque también lo conociste), daba la impresión de ser indiferente y frío, incluso hosco; sin embargo, como le ocurrió a María Luisa Puga, todo el que lo trató de cerca sabe que detrás de esa apariencia se escondía un hombre que bullía de calor humano y emoción.

A propósito de esa personalidad, Almela se nos presenta en su correspondencia e incluso en la configuración literaria de María Luisa Puga, como un hombre apasionado; un hombre que vivió el amor intensamente, válgase la expresión.

Un hombre de muchas pasiones, todas ellas vividas discretamente y de puertas para dentro. Entre las muchas cosas que dice en la novela el personaje de María Luisa Puga, y que estoy convencido de que ella tomó al dictado en alguna de las conversaciones que mantuvieron en el cubículo de él en la editorial Siglo XXI, me gusta en particular cuando Juan afirma que sufrir por un amor no logrado es una patología del amor, y que pensar de otro modo es tanto como aceptar que la tifoidea es parte de la gastronomía. Es admirable, dicho sea de paso, la fidelidad con que la Puga retrató en su novela al Juan Almela de la vida real.

¿Cuánta de esa pasión se decantó en su poesía? ¿Consideras que hay una veta amorosa en ella, más allá de la paráfrasis paródica de Amor y Oxidente?

Yo creo que el amor es uno de los motores de su poesía, aunque no siempre lo sea de modo evidente, como casi nada en él. Recuerdo poemas y secciones completas de prácticamente todos sus libros, donde aparece el tema. Quizás uno de los lugares más notables sea la sección “Natércia”, de su libro Gatuperio, que incluye un poema amoroso, de corte erótico, que se prolonga a lo largo de varias páginas y constituye uno de los momentos de mayor complejidad y riqueza verbal de toda su obra.

Para no invocar a Rúnika, presencia erótica que se convierte en el espíritu protector de una gran comarca de su poesía.

Tienes razón: Rúnika, con lo que ella significa, es otro ejemplo de lo que quiero decir. El personaje surgió espontáneamente en la redacción de Picos pardos (1987), un largo poema que fue resultado, por vez primera en toda su trayectoria, de un lenguaje y una imaginación liberados de la apretada referencialidad con que había trabajado hasta ese momento. Deniz revivió al personaje al año siguiente para hacerla protagonista de la sección inaugural de Grosso modo (1988), que tituló “Fosfenos”, que es como se llaman las falsas sensaciones lumínicas que se producen en la retina (como cuando nos tallamos los ojos). Pienso que con esa palabra —preciosa, por cierto— quiso subrayar el engañoso papel que juega la luz en los llamados del erotismo y el sexo.

En tu panorama de las reacciones que suscitó el artículo de Evodio Escalante sobre la obra de Deniz no ofreces tu visión particular, siendo que en esa época fuiste también de quienes rompió su lanza en defensa de la poesía deniciana, como muchos otros poetas y críticos de nuestra generación. ¿Recuerdas tus impresiones de entonces?

Me gusta pensar que mi libro es, antes que cualquier otra cosa, expositivo, sobre todo atendiendo a la gran necesidad de literatura que ayude a entender al poeta, tanto en términos biográficos como artísticos. Por esa razón, he intentado reservar mis opiniones lo más que he podido. Por otro lado, no recuerdo que el artículo de Evodio Escalante, a quien siempre he tenido en gran estima, provocara en mí mayor reacción. Creo recordar que fui de los pocos entusiastas de Deniz que, más allá de registrar la manera en que él vivió el asunto, no escribió nada al respecto.

¿Cómo se dio el descubrimiento del archivo Deniz? ¿Fue un legado del propio poeta, de la familia? ¿Dónde se encuentra?

Pues no hay propiamente archivo. Tengo los papeles que conseguí reunir a lo largo de muchos años, más los que él mismo me cedió unos pocos días antes de entrar al hospital y morir. Me gustaría algún día, con el beneplácito de la familia, legar esos papeles a alguna institución universitaria o académica.

Tu libro abarca varias de las facetas que tuvo Deniz: traductor, prosista, melómano, lector de poesía —aun cuando su gusto al respecto fuera muy estricto—. Un auténtico deslinde, para citar a don Alfonso. ¿Hubo algunas de estas caras que te costará más trabajo abordar?

No, realmente. Desde que elaboré mi tesis de licenciatura sobre su poesía, conté con su ayuda y pude plantearle de inmediato cualquier duda o problema. Todo el que conversó alguna vez con él sabe que era una experiencia fascinante oírlo hablar sobre cualquiera de sus temas. En los años finales de su vida incorporé, a mis visitas a su casa, una grabadora, cosa que él aceptó entre divertido y escéptico, y gracias a ello cuento con muchas horas de audio archivadas que algún día podrían ver la luz en forma del libro.

Fuiste director de Viceversa y de varias editoriales artesanales, en las cuales publicaste artículos y libros de Deniz, ¿cómo fue tu relación con él como autor? ¿Qué te gustaría evocar de ese trato profesional?

Una relación perfecta, como lo fue en todos los aspectos de nuestra amistad de más de un cuarto de siglo. Era un placer recibir sus originales mecanografiados en papel revolución, sin tachones ni enmendaduras, siempre impolutos. Quizás destacaría su seriedad y su puntualidad, y su enorme disposición a aceptar participar en cuanta aventura editorial le propusiéramos, ya fuera escribir una columna periódica en las páginas de la revista, o la publicación de sus famosas “visitas guiadas”, cosa que hicimos en el año 2000.

AQ

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