El artista multidiscipinario alemán Wolfgang H. Scholz, reacio a definir la libertad, termina por llenar ese vacío con una expresión casi gastronómica: “la libertad es tener chance de saborear mis ideas”.
Su obra incluye trabajo fotográfico en Tepito, colaboraciones con el coreógrafo y bailarín japonés de Butoh Katsura Kan, que influyó filosóficamente también para desarrollar su obra escénica El vacío, que se montó en 2018 en el Museo del Chopo y en el 2019 en el Ex Teresa Arte Actual; e incluso, una especie de hormigas en Acapulco, cuyos machos pierden sus alas después de aparearse, inspiró una de sus películas de ficción con mayor renombre internacional, Alas perdidas (Verlorene Flügel, 2000).
Cineasta, fotógrafo, pintor, performer, coreógrafo, crítico de literatura, Scholz festeja casi cuatro décadas de reflexionar y crear sobre el espacio con la publicación de un libro cuya manufactura parece hechizarlo: The Void (El vacío, Turner 2019) y que, al mitigarse la pandemia por covid-19, presentó esta semana en el Museo del Chopo y que reúne imágenes de sus obras, muchas en Ciudad de México.
“¿Qué tipo de espacio es significativo?. El acío es el espacio”, se pregunta y responde el artista.
Cuenta que quiso hacer un libro de arte, no un libro de artista, ni un simple catálogo, estructurado con imágenes de sus diferentes proyectos de manera temática. En él, sus obras en cine, fotografía, instalaciones y multimedia dialogan entre sí, para que el visitante-lector entienda su idea de la imagen.
“Este libro me parece un tesoro por su calidad de impresión”, comenta con sonrisa casi infantil sobre la edición que incluye un prólogo del crítico Irving Domínguez y la transcripción de una charla que Scholz sostuvo en Nueva York con la celebridad del mundo del arte, Boris Groys, a quien le comentó que considera su pintura más como su “yo” emocional, y al cine y la fotografía como algo conceptual.
“Eso tiene mucho que ver con el cuerpo y el movimiento. Pienso que para usted es muy importante que se trate del cuerpo. Un cuerpo que está solo, en un espacio negro. Eso es una dimensión existencialista: el solitario en el mundo y el solitario en la nada. Si en este contexto usted dice ‘conceptual’ es porque en lo conceptual es fácil identificar un tema con más claridad que en la pintura”, le respondió el crítico alemán a su colega artista.
Y sí. Scholz asiente. Su temática durante una época era la soledad. Pero, sobre todo, el espacio ocupa buena parte de su reflexión artística, y pone por ejemplo cómo se desarrolla el movimiento dentro del espacio y cómo el espacio, en su obra fotográfica Laberinto, por la que pasó tres años inmerso en Tepito, se convierte en esa interacción entre las personas y la psique dentro de una sociedad concreta.
Comenta que para él las ideas son imágenes y que también le ha suscitado mucho interés, en su trabajo como documentalista, la interacción entre la realidad y la ficción, en cosas que creemos que existen, como el Tiempo, pero que son ficción. En México desarrolló una obra fotográfica en el ámbito del land art a partir de espectaculares o billboards en carreteras y ciudades, que, en esos espacios, contenían solo números de teléfono de gente anónima para poder alquilarlos. Siempre la idea de vacío.
De sus filmes Tiempo de cuervos (2014), Alas perdidas (1999), El impresor de Otto Dix (1992), entre otros, seleccionó imágenes para el libro El vacío, al igual que de sus series fotográficas Tepito, el laberinto inteligente, Capullos, Caras-Dos Lados y sus retratos de personajes, lugares y situaciones.
Scholz (Dresde, 1958) nació en el contexto de la dictadura en la República Democrática Alemana, con padres disidentes políticos, lo que limitó sus posibilidades para acceder a la educación artística; su única opción fue el deporte, vivir encerrado tres años en instalaciones deportivas para la práctica del canotaje, una disciplina en la que se convirtió en campeón mundial y olímpico con su equipo nacional.
“Entrenar canotaje fue mi única posibilidad de ir a la escuela. Estudiar institucionalmente no es importante para mí, es más importante estudiar para ti mismo. Hice también estudios de antropología y de otras disciplinas para tener herramientas para mis trabajos artísticos. A pesar de las restricciones que tuvimos en la RDA, mis colegas y yo pudimos exponer, siempre de manera ilegal, en iglesias y otros lugares; para mis películas, también fue complicado encontrar materiales en la calle, no era posible comprarlos, pero aun así hice cortometrajes y documentales, todos igual de ilegales”, cuenta.
Hasta los 24 años dejó el deporte y logró matricularse en la Academia de Arte de Dresde de 1982 al 85, aunque llevaba más de seis años dedicado a la pintura y al dibujo, casi de manera clandestina en su país, que no toleraba la disidencia. Su primera exposición, en la galería AB de su ciudad, fue un éxito en 1987, aunque colectiva y al margen de la ley comunista. Ya desde entonces realizaba documentales.
“Tres meses antes de la caída del Muro de Berlín (9/11/89) logré huir a Alemania Federal a través de Hungría. Dos veces antes lo había intentado y fui encarcelado en ambas; en la tercera lo logré. Fue algo muy duro, no podría describirlo. Llegué a Múnich y empecé a desarrollar mi carrera en el cine y la televisión, aunque relegué mi trabajo de pintura y dibujo”, comenta Scholz en su casa en Coyoacán.
“La libertad es muy importante, pero no es posible definirla de alguna manera. Es tener chance de saborear todas mis ideas. Aunque siempre existe un pero, porque al vivir entre tantas personas, cada quien cree tener su libertad y existe la pregunta ¿hasta dónde la libertad?. Siempre existen límites.
“En Alemania, por ejemplo, hay manifestaciones en la calle donde la gente grita: ‘Yo quiero libertad’. Eso es chistoso porque ellos tienen la libertad de gritar ‘Yo quiero libertad’”, eso no pasa en otros países con gobiernos con dictaduras, como ocurrió en Alemania Oriental. Pero lo importante es que cada quien trabaje con esa idea y ese aspecto de búsqueda de la libertad”; expone el artista visual.
A México llegó ya en la década de los noventa de vacaciones y un fotógrafo alemán lo llevó al Centro de la Imagen y su entonces directora había visto una obra multimedia suya, por lo que le ofreció presentarla en ese foro con la bailarina Isabel Beteta, colaboración que derivó en una relación artística y afectiva de ya casi tres décadas con esta coreógrafa mexicana. Desde 2001, se instaló en el país.
“He colaborado con muchos artistas mexicanos, entre ellos Isabel Beteta, el fotógrafo Gerardo Suter y el artista plástico Alberto Castro Leñero”, explica Scholz, que ha expuesto o proyectado sus obras en el Museo del Chopo, el Centro de la Imagen, las galerías José María Velasco, UAM-Iztapalapa, Goethe-Institut Mexiko, Cineteca Nacional, Filmoteca de la UNAM y Museo del Arzobispado.
Sobre su trabajo con Butoh y la influencia que ejerció en su obra, lamenta que esa danza haya devenido en una moda en México, donde bailarines y coreógrafos creen que es solo pintarse el cuerpo.
“Esta idea del Quinto Elemento de la danza Butoh, del vacío, es fundamental en mi obra, es casi mágica esa idea de poder desarrollar una imagen con el movimiento en el espacio, ofrecer un momento increíble de una situación de muerte y violencia, llegar a un punto y congelar un momento. Ahorita lo que vemos en México es la idea de Butoh como una moda nada más”, sostiene.
Su obra multidisciplinaria también le ha costado trabajo ofrecerla en México, a pesar de su trayectoria.
“Los galeristas solamente quieren pintura, fotografía o dibujo. Y también, una vez una galerista me dijo: ‘Ya no pintes más’, porque ella solo quería instalaciones. Es raro. Eso te quita mucha energía, por eso muchos artistas solo pueden avanzar con un tipo de obra. Por ejemplo, Günther Uecke tiene excelentes dibujos, pero nadie quiere comprarlos porque su fama son los clavos y quieren un objeto con clavos”, expone Scholz mientras muestra los catálogos de sus exposiciones y videos de sus filmes.
AQ