Tiempo de magos: la gran década de la filosofía, 1919-1929 (Taurus, 2019), de Wolfram Eilenberger, es una obra tanto para el público especializado como para quienes deseen sobrevolar por primera vez el cielo de la filosofía alemana del siglo pasado. Un libro que no escatima en su belleza literaria ni en su profundidad filosófica. Tiempo de magos… es como una filosofía que al unir varios puntos: la vida cotidiana, los afectos personales, las desilusiones políticas, los conflictos sociales y económicos, y todo lo que configura al espíritu de una época, logra dibujar una narrativa lúdica sobre la historia del pensamiento filosófico en una de las décadas más intensas de Alemania: 1919-1929, con Ludwig Wittgenstein, Martin Heidegger, Walter Benjamin y Ernst Cassirer como protagonistas.
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Con Wolfram tuve oportunidad de platicar sobre su libro y otros asuntos relacionados con la filosofía. Aquí, el resultado de ese diálogo.
—Kant habla de la crisis de la metafísica que no sabe cómo seguir y que no puede funcionar igual que las ciencias, una crisis que es heredada de tus cuatro magos filósofos; una crisis de identidad en la cual parece que a la filosofía no le queda mucho por hacer. En este sentido, y más radicalmente, parece que Heidegger y Wittgenstein quieren terminar con la filosofía.
Todo filósofo quiere terminar con la filosofía, pero nadie puede, y esa es la confianza de la filosofía. Tú hablaste de Kant; creo que su pregunta básica sigue siendo “¿qué significa ser un ser humano?”, y a pesar de que nos hacemos preguntas que no podemos responder, tenemos que seguir haciéndolas. Has dicho que Wittgenstein quiere terminar la filosofía. Eso es verdadero en un sentido, pero al mismo tiempo se da cuenta que no puede terminar con el corazón de la metafísica, que tenemos esa extraña condición humana de estar lanzados hacia el infinito, de ser parte de un universo infinito, pero al mismo tiempo ser mortales. Siempre existirá una tensión entre lo finito y el infinito: si bien tenemos que morir, porque somos seres finitos, también podemos tener acceso al infinito de muchas maneras. Una manera de leer Tiempo de magos es enfocados en esta condición en la que estamos todos, de la cual Heidegger, Benjamin, Cassirer y Wittgenstein se ocupan desde su propio lenguaje filosófico. Todos abordan esto que yo llamaré una tensión metafísica. Heidegger y Wittgenstein lo hacen quizá desde un enfoque muy radical, para finalmente aceptar que dicha tensión no desaparecerá. Así que no podemos fingir que lo resolveremos con un análisis lógico del lenguaje o con la superación de la metafísica. Ellos se preguntan, considerando el pasado, qué camino deberá seguir la filosofía para seguir siendo importante, y proponen diferentes caminos desde su ámbito cultural específico, un camino en el que, en general, intenté resolver los errores del pasado, pero al mismo tiempo reconocer que la tradición tiene que seguir.
—En tu libro, Heidegger y Wittgenstein no parecen tener una solución clara frente a esta crisis de la filosofía, sino más bien abrirle la puerta a la mística y a la religión con una visión muy original.
Otra forma de leer Tiempo de magos es a partir de las reflexiones alrededor de lo decible y lo indecible, lo cual es muy importante para Heidegger, Benjamin y Wittgenstein. Las cosas que queremos decir, pero no podemos explicar con el lenguaje y la experiencia, son las que realmente importan en la vida. Estas reflexiones son místicas si definimos “misticismo” bajo la idea de que lo que tiene más sentido para la existencia no puede ser nombrado con términos científicos, lo cual significa que estos “magos” quisieron primero descubrir los límites de lo decible desde esa herencia kantiana, para después poner el énfasis en que lo indecible importa más que lo decible. Y aunque tradicionalmente no se piensa a Benjamin, a Heidegger y Wittgenstein como precursores de una línea de pensamiento filosófico común, sino que se estudian como fundadores de distintas escuelas filosóficas, para mí la forma en que afrontaron el problema de lo indecible me hizo interpretarlos como pensadores radicales y antimodernos, y en esto radica mi descubrimiento, si es que es un descubrimiento: los tres trabajaron en el mismo problema desde sus propios conceptos: el problema de cuál era la energía inicial de la filosofía en sí misma.
—¿Qué significa “la energía inicial de la filosofía en sí misma”?
Diré que la energía inicial de la filosofía es, y estoy tomando aquí un gran riesgo, la energía metafísica, y hay diferentes maneras de hacerlo. Puede ser desde la reflexión entre la inmanencia y la trascendencia, entre lo indecible o lo decible, entre lo finito o lo infinito. Todas son formas de darle nombre a esa energía inicial de la metafísica, esa tensión sin la cual no hay filosofía ni debería haberla. Lo trágico de la filosofía actual es que en muchos medios académicos se ha olvidado esa energía central de la filosofía; se han despachado de una vez por todas, bajo el pretexto de que no tienen sentido, los problemas metafísicos clásicos. Especialmente en el mundo analítico, las preguntas metafísicas se han declarado durante mucho tiempo un sinsentido, un ejercicio inútil carente de verdad. Sin embargo, creo que esto está cambiando, y que en algunos autores hay una consideración de la metafísica, un regreso de los problemas metafísicos, por lo que creo que la filosofía volverá a encontrar un nuevo camino.
—¿Cómo sería ese nuevo camino? ¿Sería algo así como una filosofía alrededor de los temas de la conciencia, de la inteligencia artificial o de las ciencias?
Todos esos filósofos que hablan de conciencia en este momento dicen que no saben qué es, y que no parece haber ningún progreso o interpretación infalible al respecto ni en las ciencias, ni en las neurociencias, ni en la inteligencia artificial. Para mí lo valioso de la filosofía, similar a la dialéctica de la teología negativa, es pensar sobre lo que no podemos conocer pero nos gustaría conocer, y casualmente es lo que necesitamos en la actualidad, recordar lo poco que sabemos del mundo que nos rodea y lo humilde que puede llegar a ser nuestro conocimiento. Porque en otras áreas sí que existe esta divertida idea del progreso, pero si haces filosofía y te tomas la metafísica de forma seria, te darás cuenta de que no solo no sabemos qué es lo esencial, sino que el progreso es una ilusión. Y con esta idea antiprogresista también Wittgenstein, Heidegger y Benjamin estarían de acuerdo. La filosofía es siempre circular acerca de las mismas preguntas desde distintos caminos, y estos distintos caminos están determinados por el clima cultural, que va cambiando con la historia, y junto con ella caminan las ideas de la filosofía.
—En el libro dejas muy bien marcado el zeitgeist de la época, ese clima moderno de revoluciones científicas, industriales y políticas que influye drásticamente a Heidegger y Cassirer, como los influye también el contexto personal y geográfico. ¿Cómo se podría mantener la distancia entre las preocupaciones personales e intereses políticos y la objetividad en la construcción de una posible obra filosófica?
Creo que ambos, Heidegger y Cassirer, eran encarnaciones paradigmáticas de lo que significaba ser alemán en ese momento. Por un lado, tenemos al filósofo de ascendencia judía, un pensador cosmopolita, que estudia en la Universidad Humboldt de Berlín, y es formado en esa academia globalizada. Y, por otro lado, está el joven y salvaje Heidegger que piensa en conceptos como “miedo”, “muerte”, “autenticidad”, que no cree en la técnica, ni en el progreso, que no ve la solución en la razón ni en la cultura humana, sino en desprenderse de eso y abismarse en sí mismo. Estos dos filósofos son arquetipos de la forma en que puede enfrentarse una existencia, no solo en aquella época, sino en la actualidad. Podemos sentir el mensaje de Heidegger que advierte la amenaza de la técnica frente a la naturaleza, la sugerencia de llevar una existencia que no sea marcada por la lógica del mercado, etcétera. Podemos así, desde nuestro siglo, leer su filosofía como un pensamiento sincero, nacido de un genuino corazón humano; y al mismo tiempo, podemos ver por qué Cassirer y su idea de apertura, de razón simbólica y cultura, también es una idea atractiva para otros. No creo que tengamos que enmarcar la constelación histórica y personal como una decisión que debemos tomar. Quisiera creer que el desarrollo de una filosofía es tan solo un conocimiento de las voces que teníamos en nuestro interior. Ahora bien, es cierto que Heidegger ha abierto una gran polémica de un tema bastante oscuro que se debate en Alemania: su ideología política que se radicalizó en los años treinta. Sin embargo, no creo que sea necesario ligar el vocabulario de su obra y sus ideas sobre el nacionalsocialismo. Es una posibilidad, pero no necesariamente hay una conexión. Y hay una razón de peso para pensarlo, y es la influencia que la filosofía de Heidegger tuvo por ejemplo en Lévinas, Arendt, Hans Jonas y todos esos discípulos que tomaron sus temas en un sentido diferente, muy abierto y en otra dirección. Es importante que le apostemos a la apertura para pensar en nuestra propia situación cultural y mantener en mente que los heideggerianos y los cassireanos son alternativas igualmente válidas que podemos tomar para entender las constelaciones de nuestra época.
—Saltando ahora un siglo, ¿qué piensas de la situación actual de la filosofía alemana? ¿Qué filósofos podríamos importar para los lectores latinoamericanos?
Pienso que algunas estrellas continúan brillando en el firmamento de la filosofía, seguimos viendo su luz, pero ya están muertas desde hace mucho. Por ejemplo, sobre la escuela de la teoría crítica no me parece que haya algo nuevo qué decir. Por otro lado, en la tradición analítica, el lenguaje alemán no es muy importante. La filosofía alemana actual no es relevante en absoluto; lo importante de la filosofía analítica sucede en inglés y en el mundo anglosajón. Sin embargo, creo que sí hay una nueva generación de filósofos: Markus Gabriel, Byung-Chul Han, Michael Hampe, quienes aparte de su trabajo universitario escriben libros accesibles a un gran público e incluso novelas. Markus Stein es otro ejemplo, también Armen Avanessian y una gran filósofa: Eva von Redecker, que hace cosas maravillosas. Existe un gran mercado para esta filosofía que es accesible a un público general, no especializado, pero además, esta nueva generación está haciendo cosas interesantes desarrollando su labor intelectual dentro y fuera de la universidad. Por otra parte, desde el discurso académico pienso que hemos perdido el horizonte desde hace algunas décadas. En la academia hay buenos profesores de filosofía, pero si llegas a comparar lo que se hacía en la época de Heidegger y Cassirer, o incluso en los años sesenta, con gente como Niklas Luhmann, con lo que se hace en la actualidad, te das cuenta que no ha pasado nada relevante en los últimos 50 años. Estamos en una zona muy seca, pero estoy seguro que vendrá el arcoíris.
—Si tuviéramos aquí a los cuatro magos protagonistas de tu libro, ¿qué crees que tendrían que decirnos sobre lo que sucede en la actualidad?
El análisis no sería tan diferente. Benjamin escribiría sobre el internet como un nuevo fenómeno. Heidegger sobre ese miedo que tuvo en su tiempo y que muchos de nosotros compartimos: el miedo a la técnica. Cassirer estaría encantado por la época, fascinado con la idea de la Unión Europea, sería un sueño hecho realidad, y diría que siempre hay una tendencia filosófica que suele resaltar las tinieblas de la época pero que al menos la Alemania —y la Europa— que estamos viviendo son luminosas. Wittgenstein se resistiría a cualquier idea de progreso y sería el mismo personaje oscuro que era en su época.
—Tu libro nos deja una congoja, parece que Wittgenstein, Heidegger y Benjamin son muy infelices. ¿La felicidad no existe, o al menos la filosofía no contribuye a conseguirla?
Creo que la felicidad existe, y la encontramos a veces; otras veces no hay forma de encontrarla, pero la idea de que la filosofía te hará feliz es un crimen.
ÁSS