“Contradecir la versión oficial produce credibilidad”

Fernando Escalante Gonzalbo, uno de los dos autores del ensayo “De Iguala a Ayotzinapa. La escena y el crimen”, afirma que su intención es “construir algo un poco más sólido que la reacción (mediática) frente al caso de Iguala”.

Remitir a Ayotzinapa subraya el carácter de estudiantes de las víctimas. (Jorge Carballo)
Fernando Escalante Gonzalbo y Julián Canseco Ibarra consideran que “los medios presentan noticias en México con descuido de los hechos”. (Omar Franco)
Ciudad de México /

En entrevista, el sociólogo Fernando Escalante Gonzalbo y el internacionalista Julián Canseco Ibarra hablan de su libro De Iguala a Ayotzinapa. La escena y el crimen (Grano de Sal, 2019), en el que analizan lo que se ha publicado en los medios de comunicación sobre los hechos del 26 y 27 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero, en los que hubo 17 heridos, murieron nueve personas y desparecieron 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa.

Esos sucesos, dicen, se convirtieron en símbolo, en un acontecimiento llamado “Ayotzinapa”, plenamente incorporado al orden cultural.

¿Cómo nace la idea de este libro que, según advierten, no es sobre la masacre de Iguala ni sobre lo que llaman el “acontecimiento Ayotzinapa”, sino acerca de lo publicado al respecto en los medios?

Fernando Escalante Gonzalbo: En el origen está la incomodidad por el modo como los medios presentan las noticias en México, con descuido de los hechos y una manera de abordar las cosas que deja mucho que desear; teníamos la intención de construir algo un poco más sólido que la reacción (mediática) frente al caso de Iguala y darle una magnitud no solamente coyuntural.

Julián Canseco Ibarra: Pensando en un caso muy concreto, de las primeras cosas que nos llamaron la atención está el hecho que todo el mundo sabe a qué se refiere la gente cuando habla de “lo que pasó en Ayotzinapa”. Es una frase común, sin embargo los hechos no ocurrieron en Ayotzinapa, sino en Iguala. Esta situación extraña de que se pueda decir que algo pasó en donde no pasó nada y resulte normal, exigía una explicación.

FEG: La representación del acontecimiento como algo que sucedió en Ayotzinapa cumple varias funciones, la más importante es subrayar el carácter de estudiantes de las víctimas. Remitiendo a Iguala remitimos a una ciudad que buena parte de la ciudadanía mexicana conoce, con problemas de delincuencia, de violencia, etcétera, pero si hablamos de Ayotzinapa, lo único que la gente identifica es la Escuela Normal; es decir, Ayotzinapa se identifica con los estudiantes.

También señalan que equiparar Ayotzinapa con Tlatelolco dota el acontecimiento de un carácter simbólico.

FEG: Ese es el hecho básico que constituye el acontecimiento Ayotzinapa: la equiparación con Tlatelolco. Y aparece muy pronto: han pasado apenas días, tres o cuatro, de la desaparición de los muchachos cuando ya hay las primeras asociaciones con Tlatelolco; esa identificación es la que lo constituye como un acontecimiento singular y, por otra parte, lo vuelve un episodio más de una larga cadena represiva que tiene su origen el 2 de octubre de 1968.

JCI: El problema es que antes de conocer los hechos, (los ciudadanos) sabíamos lo que estos hechos significaban, de esta manera, conforme avanzaba la investigación oficial se hacía necesario ajustar lo que se iba descubriendo a la idea que ya teníamos; ahí es donde entra lo que en el libro llamamos la descontextualización, y el nombre Ayotzinapa es quizá la más evidente y al mismo tiempo la más sutil de esas transformaciones.

Ustedes dicen que no es lo mismo ubicar el suceso en el contexto de la represión política que en el de la lucha social.

FEG: Significan cosas distintas y duelen de manera distinta, para citar a un clásico: Rousseau decía: “no me duele lo mismo el golpe de una piedra si accidentalmente me cae en la cabeza que si alguien me la tira de manera deliberada”. El contexto determina el significado y por lo tanto qué tan importante o relevante es. Llevábamos ocho, diez años de ver masacres todos los días, nos habíamos acostumbrado y no les poníamos demasiada atención porque se ubicaban en el contexto del crimen organizado. Entonces, si la masacre de los normalistas se ponía en ese contexto, perdía relevancia, era una más. Por eso la competencia de las distintas versiones es por ponerla en el contexto del crimen organizado o en el de la represión política.

En algunos libros y medios que ustedes citan, se difunde la imagen de estudiantes ejemplares. ¿Qué tan importante es esto?

JCI: La construcción del acontecimiento imitando lo que llamamos “el modelo de Tlatelolco”, es absolutamente crucial. Para que las cosas correspondan a lo que pensamos que pasó el 2 de octubre de 1968, nuestra imagen debe ser la de estudiantes inmaculados, morales, decentes, preocupados por su país, reprimidos brutalmente. Entonces, para ajustar esa imagen a los normalistas de Ayotzinapa en 2014, en Iguala, hace falta tener una versión muy reducida de ellos, porque la realidad siempre es más compleja que el arquetipo que podamos tener del estudiante —sobre todo cuando existe también el del estudiante pendenciero, agresivo, militante, que puede inspirar miedo, por lo que es crucial que no se les vea así, sino como víctimas perfectas, inocentes, virtuosas.

Muy pronto, en noviembre de 2014, también se comienza a decir que la tragedia de Iguala es un crimen de Estado.

FEG: Lo decimos casi con estas palabras en el libro: la idea de que fue el Estado, podría haber sido una hipótesis sociológica muy potente. Señalando el hecho histórico del Estado mexicano en Guerrero, es una trama delincuencial de autoridades políticas, policías, guerrillas, criminales, narcotraficantes, eso es el Estado realmente existente en Guerrero. Señalarlo era, sociológicamente, señalar el carácter, digamos, monstruoso del Estado mexicano tal como realmente existe, como hecho social. Sin embargo, “fue el Estado” se convierte en fue el Poder Ejecutivo Federal, y concretamente el presidente de la República, que es la versión caricaturesca popular del Estado.

En el libro ustedes desarrollan el concepto de “cultura antagónica”.

JCI: Es algo que, me parece, todos los mexicanos podemos confirmar por simple introspección: basta ver cómo reaccionamos ante las declaraciones de políticos, de las autoridades, en general las recibimos con el escepticismo de que algo están escondiendo. De esta manera, cualquier versión que contradice la de la autoridad se vuelve, automáticamente, digna de crédito, aunque no tenga evidencia para sustentarlo, y aunque esté en contradicción con decenas de otras versiones. Porque lo que produce legitimidad y credibilidad en la opinión pública, es contradecir la versión oficial.

FEG: Una confirmación empírica de la vigencia de la cultura antagónica la tenemos todos los días por la mañana cuando el Presidente, para reclamar credibilidad, dice: “no somos iguales, no somos como los de antes, esto ya no es como era…”. Con esto, trata de desactivar la cultura antagónica, porque sabe que el mecanismo automático de la gente es no creer en lo que dice la autoridad.

Y ADEMÁS

UN HITO EN LA VIDA PÚBLICA MEXICANA

Para los autores, “los hechos de Iguala fueron elaborados en los medios de comunicación, en el espacio público. Y allí adquirieron sentido (…) Parece poco probable que el episodio se llegue a aclarar de modo definitivo, con una explicación que deje conformes a todos. En cualquier caso, la masacre de Iguala es ya un hito en le vida pública mexicana del nuevo siglo, un término de referencia con una enorme carga moral. Mejor dicho, no la masacre de Iguala, sino el acontecimiento que llamamos ‘Ayotzinapa’. La diferencia no es insignificante…”.

LAS CLAVES

CREACIÓN SIMBÓLICA

Los autores se interesan en la construcción simbólica desarrollada en la prensa, los informes de expertos y las expresiones callejeras.

PREOCUPACIÓN

Al leer este ensayo “uno no puede más que sentir molestia y preocupación”, dice el investigador Marco Estrada.

  • José Luis Martínez S.
  • Periodista y editor. Su libro más reciente es Herejías. Lecturas para tiempos difíciles (Madre Editorial, 2022). Publica su columna “El Santo Oficio” en Milenio todos los sábados.