Coronavirus: miradas desde cuatro capitales

En Madrid, París, Berlín y Santiago de Chile, cuatro escritores narran su experiencia desde con la irrupción del Covid-19 en la vida cotidiana.

“El sentimiento más claro es el de perplejidad”, escribe Carlos Rubio Rosell. (Agencias)
Fernando Zamora
Santiago de Chile /

Tenía planeando venir a Chile desde hace un año. Cuando comenzaron las protestas mi madre me dijo: “¿vas a meterte ahí?” Yo contesté: “ya pasará.” Y no ha pasado. Luego llegó la historia del coronavirus. Se estaba poniendo serio cuando me monté en el avión que me llevó a Perú donde tenía ganas de comer un ceviche en El Cordano. En Lima aún no se hablaba del virus. Los limeños charlaban de feministas. Un domingo irrumpieron en Catedral las chicas de pelos morados y pañuelos verdes. Al llegar a Santiago, lo del coronavirus era ya tema de todo el mundo. En el aeropuerto tuve que pasar tres filtros sanitarios. Me causó curiosidad que el último consistía en un juramento: “juro que no estoy enfermo, que no he convivido con nadie enfermo, que no he viajado a China en los últimos seis meses”. “Firme aquí”. En este país es fácil sufrir la tentación de pensar que todo quedó en el norte, que, protegido por la cordillera omnipresente, el mundo lejano puede caer. Pero no. El 16 de marzo, el presidente Sebastián Piñera anunció que Chile entró en fase 4. Se han cerrado las fronteras. Estoy aislado en un país austral. Y ha comenzado la cuarentena. Paso el encierro mirando películas de zombis. A lo lejos miro el atardece en la cordillera. El cielo es muy azul. Mis amigos italianos y yo nos llamamos por Whatsapp. Imaginamos conspiraciones. Una muchacha le grita “asesino” al carabinero que cuida un banco. En Chile, como en aquella famosa serie, “el invierno está por llegar”.

UNA SOMBRA MISTERIOSA

CARLOS RUBIO ROSELL

MADRID

España huele a incertidumbre, a miedo, a calles vacías donde el aire, más limpio que nunca por la ausencia casi total de vehículos, paradójicamente parece irrespirable. La vida, trastocada por completo, confinada en cada hogar, oscila entre la estadística de contagios y fallecimientos, los programas, películas y noticieros de televisión, y la perspectiva de que algún día todo esto acabará como quien se despierta al fin de una pesadilla. Por ahora el sentimiento más claro es el de perplejidad. Y la única certeza deseada es la de un medicamento que ataje lo que ante nuestros incrédulos ojos se ha convertido casi de la noche a la mañana en una alucinante pandemia que se abalanza sobre el mundo como una sombra misteriosa. En ese contexto aparece la risa, el optimismo, la fuerza de voluntad, el tesón para sobreponerse a la calamidad, la solidaridad y la compasión. Es el rasgo humano por excelencia. Lo que nos ha hecho llegar a donde estamos. Para bien y para mal.

EN GUERRA

MELINA BALCÁZAR

PARÍS

En tres actos se ha desarrollado la puesta en escena gubernamental contra la epidemia del coronavirus: un primer anuncio el jueves pasado del cierre de escuelas y universidades, al que se sumó el del sábado prohibiendo la apertura de todo sitio público no indispensable (restaurantes, bares, cines, teatros, salas de espectáculo y deportivas), pero incitando a ir a votar en las elecciones municipales y, finalmente, el de ayer lunes para prohibir toda salida no indispensable. “Estamos en guerra”, afirmó el presidente Emmanuel Macron, por lo que toda salida debe justificarse con una declaración jurada por una de las cinco excepciones: motivos profesionales, compras de primera necesidad, razones médicas o familiares imperiosas, desplazamientos breves cerca del domicilio ligados a la práctica de una actividad deportiva individual o a las necesidades de un animal de compañía. Una multa de 38 euros espera a quien pretenda circular libremente. Difícil para la población francesa que mantiene una relación de desconfianza ante las directivas gubernamentales escuchar el llamado a la unión nacional. Difícil también improvisarse maestra de primaria de una hija única que no termina de entender por qué no puede ver a sus amigos y, al mismo tiempo, impartir clases a distancia a estudiantes universitarios que sienten que el mundo se les ha derrumbado.

UNA PAUSA

ANDREA RIVERA

BERLÍN

Hemos entrado en una fase de descanso obligatorio y debemos tomar distancia unos de otros, evitar asistir a lugares concurridos y, de ser posible, permanecer en casa. Como en el resto de países, se ha pedido a la población no dar besos, abrazos o saludar de mano, y abastecerse de alimentos por lo menos para dos semanas. La gente se muestra preocupada, sin entrar en pánico; la actitud es más bien de alerta y férrea disciplina.

Cada gobierno estatal manejará la crisis de manera independiente y establecerá sus criterios de control. Por ejemplo, Berlín ha prohibido la asistencia a discotecas, pubs, antros y museos; lo mismo que en Stuttgart, se ha prohibido ejercer la prostitución de todo tipo. Brandenburgo está negociando con Polonia sobre exenciones para los trabajadores fronterizos.

Los youtubers alemanes más serios (unos filósofos, otros científicos) plantean analizar qué es importante y qué no. Más allá del acopio de alimentos y de entregarnos al pánico colectivo, se habla de tomar estos días de resguardo como una pausa para reflexionar sobre el rumbo en el que transitan las sociedades, en lo político, en lo cultural… Básicamente, la propuesta es pensar en qué dirección nos conviene redirigir nuestra conciencia. En lo personal lo asumo, igual que varios conocidos, como un tiempo rico de descanso mental, una oportunidad para salirnos de la vorágine consumista, bajarnos de la nube de responsabilidades, de explotación laboral, de migraciones obligadas, zafarnos de las condiciones ruines del sistema mundial.

Y ADEMÁS

VIRUS GOLPEA AL INSTITUTO CERVANTES

Alrededor del 80 por ciento de los centros y aulas del Instituto Cervantes en el mundo ha tenido que cancelar sus clases presenciales de español y sus actividades culturales ante la pandemia del coronavirus, informó la institución, que ha reforzado la enseñanza a distancia por internet.