Bart Moeyaert (Brujas, Bélgica, 1964) es el menor de siete hermanos. Debutó como escritor a los 18 años con Duet met valse noten, texto autobiográfico nombrado Mejor Libro del Año por el Jurado Belga de la Infancia y la Juventud. De su obra destacan Manos desnudas y Hermanos. Este año recibió el premio internacional Astrid Lindgren Memorial, otorgado por el gobierno de Suecia a autores, ilustradores e iniciativas que inciten a la lectura. Se encuentra en México para presentar su libro El amor que no entendemos (SM, 2018) y participar en el 21 Seminario Internacional de Fomento a la Lectura, en la 39 Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil.
¿Cuál es la temática de sus libros?
Aprendí, al ganar el premio Lindgren Memorial, que hay que cuidar al rechazado. Creo que es lo correcto: en mis obras siempre estoy interesado en quienes están fuera del círculo. Cuando escucho mi voz interior encuentro a un niño de 10 años que se siente igualmente cómodo que incómodo; entusiasmado y triste, cuyo propósito es escribir sobre la vida.
¿Cómo son los personajes que habitan sus obras?
Mis personajes siempre son los mismos y no. Buscan algo permanentemente, al igual que todos, piensan dos veces antes de hacer las cosas y están en un proceso constante de cambios. En mis primeras novelas no reaccionaban. Las cosas pasaban y ellos solo se abrumaban, como yo en esa época, pero con el tiempo maduraron conmigo y ahora son más activos y reactivos.
Si tuviera que definirse con un adjetivo como escritor, ¿cuál sería y por qué?
¡Me tocó el entrevistador de las preguntas difíciles y nadie me avisó! (ríe). Probaré a definirme primero en una oración. Sé que escribo porque cuando hablo no encuentro las palabras exactas. Siempre estoy pensando “mejor hubiera dicho esto en lugar de aquello”, pero cuando escribo puedo considerar cada palabra y repensar si elegí la correcta. Así que me definiría como escritor pensante. Aunque pensándolo bien, eso suena aburrido (bromea).
¿Tiene rituales para escribir?
Me levanto a las siete de la mañana, tomo café, me voy a mi estudio, comienzo a trabajar y, durante el proceso de escritura, camino de allí a mi recámara y de regreso. Ese puede ser un ritual, porque en mi mente (a esa hora) aún no he revisado correos electrónicos ni el teléfono y entonces no puedo concentrarme fácilmente en la escritura. Cuando estoy inmerso en un libro las cosas cambian, porque me encierro en mí mismo, cubro las ventanas con cortinas y el día se vuelve noche y viceversa; vivo realmente dentro de la historia que escribo.
¿Cuántas horas dedica en promedio a la escritura?
Es difícil decirlo, porque las cosas cambian cuando estoy trabajando en una novela. Algunas veces escribo durante todo el día y otros, solo un poco.
¿Puede platicarnos de ‘El amor que no entendemos’?
Originalmente no era novela. Era un cuento corto que contenía solo el primer capítulo del libro. Cuando lo envié al editor me dijo ‘esto no es una novela, pero puede serlo’. Yo dije que no y le pedí que me dejara pensarlo para crear una novela con el mismo tema. Así, seguí trabajando y surgió una segunda historia asociada con la primera y posteriormente una tercera. Tras un año y medio esos relatos se convirtieron en lo que un lector puede transformar en una novela de ‘hágalo usted mismo’ que abarca tres distintos momentos en el tiempo y el espacio. No quise ser flojo. Fue un descubrimiento: el estar con la misma familia en tres momentos y situaciones distintas.
¿De dónde provienen las ideas de sus libros?
Es una buena pregunta, aunque un poco molesta, porque es como decir que uno nunca tiene ideas. Por ejemplo, mientras tú vas manejado y llegas aquí a la Filij, tienes ideas, pensamientos, historias en tu mente. No te conozco, pero la diferencia entre tú y yo es que tú no escribirás un libro con esas ideas, pero yo podría hacerlo. Cuando te pasa a ti, no se le llama inspiración, pero cuando me pasa a mí, sí lo es. Puede pensarse que es una tontería porque mis ideas provienen de todo lo que veo, tengo una esponja aquí (señala su cabeza), que absorbe todo, y de repente algo pasa ahí dentro y surgen las historias.
¿Si tuviera que elegir ser uno de sus personajes, cuál sería?
No tengo que pensarlo dos veces. Escribí Manos desnudas, que trata sobre dos niños en el último día del año. Uno se llama Wartz y el otro Bernie. Wartz se halla abrumado por todo lo que ocurre y Bernie, su mejor amigo, le dice ‘reacciona, haz algo’. Cuando hablas muy rápido dices ‘Wartz’ en vez de Bart, y estoy seguro de que esos dos niños soy yo. Esa fue la primear vez que descubrí que yo soy mis personajes.
¿Alguna vez escribió bajo un seudónimo?
Sí. Cuando tenía 14 años pensaba que los escritores debían usar otro nombre. En esa época ya escribía y mandé un poema a un diario, con la idea de que tal vez lo publicarían. Entonces pensé que debía inventarme un nombre, así que tomé la guía telefónica y la abrí al azar. Elegí dos nombres y los combiné. El resultado fue Michiel Verberne, de Brujas, y nadie creyó que era mi poema. A partir de ese momento jamás volví a escribir con un seudónimo.
¿Cómo cambió su vida al recibir el premio Astrid Lindgren?
Como persona no cambió en nada, porque si lo hubiera hecho me odiaría, pero como escritor cambió por completo: viajo por el mundo y quiero conocerlo todo.