Si la escritura se origina en las lecturas es en las experiencias donde parece construirse todo. Algo así le sucedió al escritor peruano Renato Cisneros (Lima, 1976), a quien una noticia transformó radicalmente su vida, al grado de que se puso a escribir y lo que surgió fue un relato supuestamente luminoso, donde un hombre de 41 años está por convertirse en padre, pero luego se convierte en una crónica del deterioro y en una suerte de novela sobre la descomposición matrimonial: Algún día te mostraré el desierto. Diario de la paternidad (Alfaguara, 2019).
¿Por qué sentías esa urgencia de compartir esta historia?
La primera urgencia fue cuando me enteré que Natalia estaba embarazada, porque estábamos en Cracovia, un día antes habíamos visitado Auschwitz y yo había salido de esa experiencia de la única forma que se puede salir de un campo de concentración: impactado y absolutamente pesimista de la vida.
“Recuerdo que esa noche fuimos a cenar y le decía a Natalia: ‘la vida no tiene sentido, no vale nada. Tenemos suerte de haber nacido donde hemos nacido, etcétera’ y al día siguiente sale con la prueba de embarazo. Ahí sentí una confusión violenta entre los fúnebre y lo esperanzador, y me puse a escribir para explicarme todo”.
Sentías la necesidad de compartirlo, de sacarlo de tu interior…
Sí, porque no tenía con quien conversarlo. No quería proyectar en mi esposa mis dudas, mis miedos, y los amigos y la familia te juzgan mucho: se supone que cuando llega el momento de convertirse en padre de familia, en jefe de tribu y todas esas cosas con las que nos educaron, uno debe estar resuelto, maduro y sin titubeos. Lo que me pasaba era todo lo contrario: tenía miedo, pánico, porque la vida tal cual la conocía y había organizado para convertirme en escritor, de pronto se desaparecía.
¿Hay diálogo de "Algún día te mostraré el desierto" con el resto de tu obra?
Siento que los escritores siempre habitan una zona limítrofe con algún tipo de ausencia. La distancia que nos separa es un libro sobre mi padre, que escribí porque ya no estaba en el mundo y esa ausencia me invitó a hacerme preguntas y a tratar resolver cómo había sido mi padre antes de que yo naciera.
“En este caso, la idea de la cuna es todo un símbolo, porque aún no había nacido, pero ya estaba en mi cabeza, había una expectativa familiar, un cuarto y una presencia inminente que iba a ocuparlo todo. En ambos casos, la escritura funcionó como un hecho especulativo”.
Se trata de una reflexión sobre la vida misma…
Sí, pero también es una mirada crítica sobre el sentido de la masculinidad. El narrador se pregunta por muchas cosas que han construido su masculinidad: nací en una sociedad y un país muy machista, como en Perú, y en el libro hay reflexiones sobre cuánto he validado en mi vida cosas que, felizmente, siento debemos erradicar.
“Mi primer pensamiento cuando supe que iba a ser padre fue ‘ojalá sea hombre’. Y lo escribí con vergüenza, pero estoy convencido de que la literatura está hecha de incomodidades: tener una niña me parece una gran oportunidad para empatizar. El inicio de una vida con la sensibilidad femenina”.
¿Cuántos pañales cambias al día?
Lo hago todo el tiempo y con cierta maestría. No hay ninguna tarea doméstica vinculada a mi hija que no haya hecho y me encanta, porque nuestra generación de padre enfrenta de otra manera la relación con los hijos, quizá porque sabemos que los hijos enfrentan de otra manera a los padres.
“Mi hija no se relaciona conmigo de la misma manera en que me relacionaba con mi padre. Hay una crisis de autoridad clarísima, que creo que es planetaria. Pero, por ejemplo, cuando publiqué el libro en Perú, me enteré, por unos chicos que me escribieron, que habían iniciado una campaña para que en los baños de hombres haya cambiadores. “Otros tenían un canal de Youtube en el que todos los jueves se sentaban en las sillas de sus hijas a conversar acerca de sus experiencias. Me pareció revelador de cierto perfil del padre moderno, que intenta empatizar más con la sensibilidad del hijo, algo que nuestros padres no hacían, tenían otras preocupaciones. La paternidad es un laboratorio.
¿Cómo te cambió la paternidad, como escritor y como ser humano?
Me inoculó dos cosas que nunca antes había sentido: responsabilidad y miedo. Nunca me sentí responsable de nada, ni siquiera en el trabajo. Nunca padecí un miedo visceral como el que sí surgió cuando mi hija estaba por nacer y sabía que debía hacerme cargo de esa vida y administrarla, como si pudiera hacerlo con la mía.
“Tampoco había tenido miedo nunca, quizá cuando murió mi padre, porque la niña dependía de mi estabilidad, de mi energía, de mi buen humor y eso me generaba muchas dudas. Dos años después me doy cuenta que eso me cambió para bien, me hizo incorporar estas dos experiencias.
“Como escritor le devolvió a la literatura su verdadero lugar. Antes de que naciera mi hija, pensaba en la carrera literaria eran lo más importante. Sigue siendo importante, pero es un oficio que te puede salir bien o mal, y tampoco me hago tantas paltas (preocupación), como decimos en Perú”.