El pañuelo funerario donde se depositaron los restos de Hernán Cortés se encuentra bajo resguardo en una de las bodegas del Museo Nacional de Historia en el Castillo de Chapultepec (MNH).
Salvador Rueda Smithers, director del MNH, muestra a MILENIO este vestigio que conserva buena parte de su originalidad gracias a que en 2014 fue restaurado. Preservado en una caja especial, el pañuelo presenta bordados muy finos en cada uno de los cuatro extremos y alrededor un encaje de color negro.
La prenda, que data de unos 200 años, resguardó los restos del soldado español hasta que, en 1946, por octava ocasión fueron exhumados sus restos, explica Rueda Smithers en entrevista.
Exhibir el pañuelo funerario es importante, dado que el 2 de diciembre de 1547 falleció en España Hernán Cortés a los 62 años, es decir hace 472 años.
La reliquia llegó al Castillo de Chapultepec porque cuando se inhumaron los restos del conquistador estuvo presente el historiador Silvio Zavala, quien era director del museo, y la depositó en una de las bodegas donde se preserva.
Héroe venido a menos
El director del MNH explica que cuando Hernán Cortés se ve “muy viejo y pobre y empeñado en este reino”, y con la costumbre cristiana del buen morir, Hernán Cortés hizo su testamento.
En el documento, Cortés pide: “Llevar mis huesos a las Nueve España lo cual yo le encargo y mando a mi sucesor; que así se haga dentro de diez años, y antes si fuese posible, y que los lleven a mi villa de Coyoacán y ahí les den tierra en el monasterio de monjas que mando hacer y edificar”.
El historiador precisa que enfermo de “indigestión” y deshidratado por la disentería, murió el 2 de diciembre de 1547 a los 62 años. “Siglos después se descubriría que también padecía de raquitismo de anciano y probablemente estaba impedido de un brazo por la artritis.
Para el historiador, “la muerte no trajo aparejado el alivio del pronto olvido. El testamento de Hernán se convirtió en un documento que definió conflictos y abrió llagas”.
Sus restos, agrega, pasaron de ser los despojos de un viejo aventurero que heredó un título nobiliario, a un héroe venido a menos reivindicado en los siglos barrocos.
Un anciano deforme
Más adelante se convertirían, afirma Rueda Smithers, en “los huesos de un antihéroe y pretexto para el extraño relato plástico de Diego Rivera, cuyo genio inventivo trasladó una imagen del conquistador Cortés de finales del siglo XVII al anciano deforme que pintara en la flor del renacimiento artístico mexicano del siglo de la Revolución”.
Rueda Smithers apunta que José Luis Martínez, el mejor biógrafo de Cortés, “sintetizó el bizarro trajín de los huesos peregrinos: Cortés había dispuesto un solo traslado para sus huesos, de España al monasterio que encargaba construir en Coyoacán, de ser posible, antes de 10 años después de su muerte”
El historiador dice que ni una ni otra cosa pudieron cumplirse y sus despojos sufrirán hasta ocho exhumaciones y entierros.
En la salas del recinto, Rueda Smithers indica que no es casual que las colecciones del Museo Nacional de Historia del Castillo de Chapultepec den cuenta de un curioso hecho: “antes de la multiplicación romántica de los héroes nacionales, signo particular de los siglos XIX y XX, Hernán Cortés, doña Marina y Moctezuma fueron tal vez los personajes históricos más retratados de los siglos XVII y XVIII. Aparecen en multitud de óleos devocionales, como El martirio de San Hipólito o El bautizo de Ixtlilxóchitl de Texcoco, en las representaciones de la historia cristiana o en los bautizos de los señores de Tlaxcala. Los tres protagonistas se representan en actitudes y contextos que ya eran estereotipos en obras de arte de narrativa épica, como las tablas enconchadas y los biombos y óleos sobre la Conquista”.
El director del MNH afirma que casi todas estas obras de arte se inspiraron en las lecturas de la Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, publicada por primera vez en 1632.
Empequeñecido por la edad
El cotejo y autenticidad de los huesos de Hernán Cortés fue realizado por especialistas del INAH, encabezados por Eusebio Dávalos. Salvador Rueda Smithers dice que el dictamen estableció que se trataba de un individuo de 1.58 m. de estatura, empequeñecido por la edad y con afecciones serias de osteítis y osteosis de origen no infeccioso. Al terminar el peritaje se decidió regresar los restos al lugar de su tumba, donde actualmente descansan, en la Iglesia de Jesús de Nazareno, anexa al Hospital de Jesús, en el Centro Histórico de Ciudad de México.