A bordo de un viejo camión de basura, cuatro compañeros recorren la Ciudad de México. Dos de ellos, Jonathan (Kristhyan Ferrer) y Yesi (Itzel Sarmientos), viven una oculta historia de amor. Lo que parece una vida rutinaria cambia cuando encuentran un cadáver que esconde un fajo de billetes. Con Extraño pero verdadero, el realizador Michel Lipkes pone sobre la mesa una historia distópica donde la capital del país tiene un papel protagónico.
¿Me equivoco si defino Extraño pero verdadero como una historia de educación sentimental a la mexicana?
No. Quería contar una historia de inocencia perdida en un entorno aparentemente imposible. En el ámbito de la recolección de basura hay machismo, violencia y corrupción. Ubicarla en este espacio me permitió hablar de gente en situación vulnerable.
Pese a todo, la mujer es el personaje más fuerte.
Es una situación muy común en el México en que vivimos. Yesi es la figura fuerte del grupo, gracias a la entereza con que enfrenta sus sueños. Jonathan, su pareja, es más débil porque se encuentra alienado a un sistema de vida del que es difícil salir.
La alienación a la que se refiere se apoya en buena parte en la densidad de la atmósfera. ¿Cómo la construyó?
La película empieza en una nota alta: un crimen. Prosigue en tono tenso y con una estructura de leit motiv cotidiano. Poco a poco conocemos los sueños y las obsesiones de los personajes. A partir de que se detona la ficción del crimen comienza una espiral descendente.
Incluso la repetición cotidiana genera una hipnosis que se convierte en intriga.
Quería que la película pudiera partirse en dos. En la primera parte me di tiempo para convivir con los personajes sin narrar algo contundente. En la segunda, y ya con cierta intimidad de por medio, su vida cambia radicalmente.
¿En esta estructura qué aportaban la cámara fija y el uso del blanco y negro?
El uso del blanco y negro responde a la necesidad de exorcizar las imágenes y las situaciones que se narran. El contenido dramatúrgico, al menos para mí, es tan difícil y crítico que no podía filmarlo con la misma crudeza. Creo que el blanco y negro genera distancia. El uso de la cámara fija obedece a una búsqueda de neutralidad. No me interesaba validar lo que se está contando, sino cuestionarlo y diseccionarlo.
¿El discurso visual servía para atenuar lo sórdido del guión?
No quería brincarme partes difíciles o recurrir a la elipsis sino incomodar al espectador; tampoco abalanzarme a actos de violencia para enaltecerlos. Quería que fuéramos testigos de lo que sucede, pero con una cámara crítica, transformar lo que se observa en una reflexión crítica.
Hay, en este sentido, una línea de conexión con Malaventura, su película anterior.
Las dos son una especie de road movie. El movimiento en Malaventura se da caminando y en Extraño pero verdadero a bordo de un camión de basura. El cine funciona para reproducir de manera poética la errancia de nuestra travesía por la vida.
En su cine, como en el de Alonso Ruizpalacios, hay un regreso a la cartografía urbana que vimos en películas como La ilusión viaja en tranvía o Los caifanes.
Mi cine, como las películas que mencionas, trata de darle una caracterización cinematográfica a la ciudad. La riqueza visual de los espacios que nos rodean es tal que es difícil no conectar con ellos en un sentido poético.