Muchos Nos para decir Sí

Poesía en segundos

¿A qué momento pertenece la poesía de Nicanor Parra?

Un autor que opto por la sencillez de los versos
Víctor Manuel Mendiola
Ciudad de México /

¿Simplemente es un magnífico continuador de los vanguardistas? O ¿en realidad creó algo distinto? ¿Lo podemos colocar, aunque sea con retraso, entre los poetas fundadores —término acuñado por el crítico argentino Saúl Yurkievich— de la original poesía latinoamericana del siglo xx? Quizá podemos encarar estas cuestiones con una respuesta ambigua: él está en un sitio y está en el otro. La más reciente antología de su obra, El último apaga la luz (Lumen), editada a finales del año pasado en selección de Matías Rivas y reeditada en estos meses, nos permite repensar qué significan los Poemas y antipoemas que aparecieron por primera vez en 1954 en la editorial Nascimiento de Chile.

Si pensamos en “Largamente he permanecido mirando mis largas piernas” de Pablo Neruda y “Este piano viaja para adentro” de César Vallejo, comprendemos no solo de dónde viene Parra sino su afirmación–manifiesto: “Los poetas bajaron del Olimpo”. Estos versos pintan ya de cuerpo entero la figura del antipoeta. En ellos apreciamos la fuerza del enunciado directo, sin solemnidades, y advertimos el bien que obtiene el lenguaje lírico al recibir la chispa —sí reluciente, mas también sucia y permisiva— del habla en la intimidad o en la lonja de los apetitos. Hasta aquí, Parra solo es un poeta bien fajado que supo tomar ventaja de las innovaciones previas. Empero, en su airada síntesis antilírica y en su insistencia en las contradictorias obviedades “significativas” del lenguaje ordinario reivindicó desde el comienzo lo difícil sorprendente: una exacta medida veloz, una música pulcra, un humor atávico, es decir, el verso en arte menor, la tonada feliz y mucho de todo aquello que Lope de Vega pensaba que debía conservar la poesía. En “Canción”, al mirar a una muchacha, Parra pregunta: “Quién eres tu repentina/ doncella que te desplomas/ Como la araña que pende/ del pétalo de una rosa.” Y aunque él dijo “Jóvenes escriban lo que quieran”, nunca abandonó el genio inventivo de repetirse en la repetición del verso. Por eso también escribió: “A la casa del poeta/ llega la muerte borracha/ ábreme viejo que ando/ buscando una oveja guacha”. Después de todos sus enormes “Nos” a la Iglesia, al Kremlin, a la Moral, a la Poesía, hallamos un gran “Sí” que nos lleva a la copla y a la poesía pura de los buenos versos sencillistas.

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