'Mujer', una obra de teatro sobre la violencia contra las mujeres desde la familia

La obra presenta una temporada del 28 de julio al 14 de agosto, de jueves a domingo, en el Teatro Santa Catarina.

El escenario es una cocina real. (Cortesía: Teatro UNAM | Daniel González)
Ciudad de México /

La brevedad es directamente proporcional a la intensidad en la obra Mujer, la verdad se enreda como un plato de espaguetis. Tres mujeres, tres actrices, tres generaciones atrapadas en la violencia doméstica y de género, en el abuso sexual, la pederastia, el incesto, en la sexualidad agotada desde la niñez porque una madre explica a su hija-hermana que su tanga es una herramienta de trabajo y esta deduce que su madre-hermana trabaja de puta, pero la abuela las corrige: no, ella trabaja de “mujer”.

“Hay un relato central. La primera pregunta y la que más nos cimbró era: ¿Quiénes seremos nosotras ahora después de qué es lo que pasó para hacernos esta pregunta? Y ahí vinculábamos mucho el estado de emergencia actual frente al abuso y a los feminicidios y estos temas. ¿Cómo podemos seguir siendo las mismas y los mismos después de las atrocidades que estamos mirando acontecer?”, plantea en entrevista Diana Sedano, codirectora con Mariana García Franco de la obra escrita por Queralt Riera, que reinició temporada del 28 de julio al 14 de agosto, de jueves a domingo, en el teatro Santa Catarina.

“Poco después, en una segunda visitada al texto pudimos entender que estas preguntas no tienen género, son las preguntas sobre la humanidad: ¿Qué clase de personas vamos a habitar este mundo después de todas las verdades que están saliendo a la luz? Porque estamos en un momento en el que hay muchos paradigmas que se están rompiendo, muchas cosas que permanecían en la esfera oculta y que ahora están en la esfera pública. ¿Cómo vamos a seguir nosotras y nosotros en este mundo sabiendo lo que sabemos y mirando lo que miramos”, agrega la directora de escena tras el reestreno.

El escenario es una cocina, no una cocina de utilería; una cocina real, con estufa y horno encendidos, con licuadora y lavabo, donde la abuela, la madre y la hija se van desmembrando en la preparación de un plato de espagueti a la boloñesa, con albóndigas que llevan en su interior los vidrios de la venganza, de la rebelión. El telón no está al frente del escenario, sino detrás: ropa recién lavada en tendederos.

“El espacio escénico, la iluminación y el vestuario están a cargo de Natalia Sedano. En la obra hay tres personajes que están en un estado liminal; son las tres actrices haciendo personajes. Y la evidencia es que el relato principal o lo que sucedió en el pasado se desata en la práctica de la cocina, que la Abuela establece como una especie de lugar de venganza. Empezamos a reflexionar mucho sobre la cocina como un espacio convivial, donde se platica. No es que el texto sugiera una cocina, el texto es un desafío muy grande justo para lograr aterrizarlo, pero hablaba mucho de la cocina donde pasaban cosas.

“Y la cocina nos permitía una coordenada de presente continuo. Y si vamos a poner una cocina, la vamos a usar y la vamos a usar como cocina. Y el tiempo de cocción de los alimentos que se producen en escena es un tiempo real, nos permitía atravesar la obra desde el lugar del convivio de la cocina como un lugar de tres mujeres. Y queremos reivindicar un poco la idea de las mujeres en la cocina”.

Apenas dura 50 minutos esta tragedia, pero las actrices Cossete Borges (Abuela), Jimena Hinojosa (Madre) y Priscila Rosado (Hija) guían al espectador con sus diálogos a través de ese infierno que se cocina a fuego lento hasta el incendio que carboniza, que es la violencia contra las mujeres desde el interior de la familia y de una casa a la que no se puede llamar hogar, sino la prisión, la sala de torturas.

Sobre el tendedero a espaldas del escenario, Diana Sedano explica que viene de las mismas provocaciones que la dramaturga hace del texto y cómo en el montaje se llevaba a un espacio concreto.

“Hay cierta intriga en la obra en la que todo el tiempo se está hablando de quién va a recoger la ropa tendida, como una labor y una tarea que uno tiene que hacer y a veces la deja ahí, literalmente sin recoger. Vimos la oportunidad de crear un gesto estético que tiene que ver con ese tendedero, que además puede tener cierta referencia, porque ahora uno ve un tendedero y no puede dejar de pensar en los tendederos de las denuncias públicas sobre acoso sexual. Empezó a tener una carga simbólica a pesar de nosotras; primero era un gesto que venía desde la dramaturgia y quería tener una dimensión estética. Cada vez ese espacio fue cobrando mayor dimensión, como un espacio que tampoco pertenece a la realidad en escena de tres mujeres cocinando, que es una especie de suspensión en escena”.

La obra, una producción original del 27 Festival Internacional de Teatro Universitario y Teatro UNAM, parte de preguntas como qué es ser mujer y quiénes son las mujeres que están dentro de la casa-obra, que contó con la colaboración en audio y multimedia de Francisco Javier Osorio, y la asistencia en iluminación, escenografía y vestuario de Alejandra Quezda y en dirección de Laura Baneco.

Los diálogos entre las tres protagonistas se entrelazan con recuerdos y rabia por la violencia en todas sus formas que han experimentado estas mujeres de tres generaciones, con un final por demás trágico.

“En la sugerencia textual están tres generaciones muy distintas. Lo que no quisimos hacer es hablar de una abuela, una chiquitiña..., no poner acento en eso, sino en que son tres mujeres de una generación distinta, pero que tampoco son de generaciones completamente distintas que no se entiendan, actuando tres mujeres que sí son de tres generaciones distintas. La característica principal de estas tres mujeres es que hay una liminalidad de si están actuando o no y cuándo ellas son actrices o ellas son personajes. Ese es un poco el juego, contando el relato de un abuso que nos atraviesa a todas, o que debería atravesarnos a todas, para preguntarnos quiénes vamos a ser después de nombrar todo eso”.

Expresa su satisfacción con lo que está pasando con su puesta en escena, porque a su juicio está abriendo preguntas entre el público, a pesar de que no es una pieza para salir felices o indiferentes.

“Es desconcertante el silencio en la sala cuando termina la obra, después de la oscuridad. Cuando uno hace teatro de este tipo que tiene que ver con la denuncia de cosas que nos están pasando y que estamos viendo, una se pregunta mucho qué es lo que una aplaude cuando termina la obra. A mí cada vez me gusta más ese silencio que se hace una vez que sucede lo oscuro y que tarda en aparecer la luz. Como que lo oscuro se vuelve necesario para que el espectador diga: ‘Esta vorágine de emociones, esta especie de montaña rusa breve y emotiva acabó; aplaudamos el trabajo o la investigación o el gesto.

“Cuando termina uno se queda como con poco aire y necesita un momento para decir: ‘aplaudamos el trabajo’, pero no se aplaude la obra en sí misma, aunque sí, porque la obra denuncia cosas atroces. En las obras que he estado de este corte cuesta trabajo aplaudir por eso, porque ante la denuncia de algo atroz, el espectador se mete en un problema de qué se está aplaudiendo, y necesita tiempo para asentar lo que acaba de pasar, y después reconocer el trabajo. En ese sentido, es un logro el silencio”, concluye.

PCL

  • José Juan de Ávila
  • jdeavila2006@yahoo.fr
  • Periodista egresado de UNAM. Trabajó en La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, CNNMéxico, entre otros medios, en Política y Cultura.

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