José Woldenberg (Monterrey, 1952), doctor en Ciencia Política por la UNAM, fue consejero presidente (1996-2003) del Consejo General del Instituto Federal Electoral (IFE) y es autor, entre otros libros, de Memoria de la izquierda, Nobleza obliga. Semblanzas, recuerdos, lecturas y México: la difícil democracia. Recientemente publicó en la editorial Sexto Piso Cartas a una joven desencantada con la democracia.
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—Tu libro es ágil, directo, incluso didáctico. ¿Cómo surge la idea de hacerlo?
La iniciativa fue de Eduardo Rabasa. Me llamó un día y me dijo: “Hay mucho malestar, mucho desencanto, mucho desafecto con la vida política mexicana. Por qué no, a través de cartas, te diriges a un joven o a una joven, tratando estos temas”. Me regaló el libro de Christopher Hitchens (Cartas a un joven disidente, Anagrama, 2003) y yo, inmediatamente, le dije que sí. Ahora, ¿por qué este formato? Porque, primero, las cartas tienen que ser directas y lo que he intentado es utilizar un lenguaje accesible para cualquiera, quitándole toda la parafernalia academicista. Segundo, la fórmula epistolar tiende a ser un poco más cálida y directa que un libro y, tercero, porque puede tener este aspecto pedagógico del que tú hablas.
—El malestar con la vida púbica en México está plenamente justificado, ¿no lo crees?
[OBJECT]Sí, porque, como digo en el libro, hay muchos nutrientes de este malestar. Algunos están en el código genético de la propia democracia y otros están en el contexto en el que se desenvuelve en nuestro país. Trato de explicarme: en el código genético de la democracia está la valoración del pluralismo, por ejemplo, pero la pulsión primera, más elemental y fundamental, de casi todos nosotros —de una persona, de una organización—, es creer que uno tiene la razón, que uno tiene el diagnóstico correcto, que uno encarna la ideología verdadera. Entonces, acostumbrarte al pluralismo es antinatural, de ahí las dificultades para vivir en un espacio democrático. Estos son, digamos, problemas que yo llamaría intrínsecos al régimen democrático. Pero hay otros que la están desgastando en México, que además son los más importantes y no estamos atacando, o no estamos atacando con suficiencia; por ejemplo, la corrupción, la espiral de violencia, el no crecimiento económico suficiente que impide que muchos jóvenes tengan un futuro más o menos venturoso, nuestras ancestrales desigualdades. Entonces, la reflexión al final es —lo repito para no tratar de tirar al niño con el agua sucia— es que deseo un México que en los próximos veinte, treinta años, siguiera teniendo elecciones, partidos, congresos equilibrados, presidentes que coexisten con gobernadores de diferentes formaciones políticas, gobernadores que coexisten con presidentes municipales de diferentes formaciones políticas, amplitud de las libertades. Esto se ha construido hace poco y hay que preservarlo, y fortalecerlo, pero el mal humor público a veces mete en la misma canasta a los partidos y las elecciones con la corrupción, la impunidad, el déficit de crecimiento económico. Entonces, el libro trata de ser también un ejercicio más o menos analítico de aquello que debemos cuidar, reformar o desterrar.
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—Es también un ejercicio contra la desmemoria. Hay un olvido de lo que vivimos durante mucho tiempo: la censura feroz en todos los medios, la represión. El pluralismo, las elecciones, las posibilidades que te dan las nuevas tecnologías brindan un panorama distinto al que vivimos la gente de nuestra generación.
Voy a seguir tu idea: nuestra generación tiene memoria de aquello y quiero pensar que por eso puede valorar las nuevas realidades. Tú hablas de la censura; bueno, nosotros fuimos de la generación que no podía ver en los cines un número muy grande de películas porque simple y sencillamente no pasaban la censura. Yo empecé mi vida política en los sindicatos universitarios, y para publicar un desplegado en la prensa no solo había que llevar el dinero en efectivo —íbamos solamente a Excélsior, que era el único que eventualmente iba a publicarlo—, sino que llegábamos con el desplegado, lo recibían y nos quedábamos sentados esperando. Se lo llevaban, regresaban, y por lo menos en dos ocasiones se atrevieron a decirnos que si no cambiábamos una frase, un párrafo, no lo podían publicar; agarrábamos nuestro dinero, nuestro desplegado y nos íbamos. Y eso era con el periódico más abierto de la República, a los otros ni siquiera íbamos. Bueno, eso ha cambiado y ha cambiado para bien. La primera vez que fui a votar, en 1976, en la boleta aparecía un solo candidato (José López Portillo). En ese tiempo, el momento estelar de la política era el del destape. Ese momento conmovía a la sociedad mexicana, pero el día de las elecciones no conmovía a nadie: ya se sabía quién iba a ganar y quiénes iban a perder. Todas esas cosas pasaron para bien y, en efecto, en el libro hay una carta que trata de recuperar aquello para decir, en contraste, que en ese renglón México está mejor.
—¿Qué sensación te deja haber escrito un libro como éste, dirigido a la generación que está tomando el relevo en este país?
Una sensación un tanto cuanto triste que tiene que ver con la idea de que algunos, con más pasado que futuro, lo que es un hecho rotundo, tenemos la obligación moral de explicarnos ante los jóvenes: qué hicimos, cuáles creemos que son los avances y rezagos que tiene el país.
ASS