La conversación con Nuno Júdice, poeta portugués, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana otorgado en España y sin duda un referente central de la actual poesía portuguesa, transcurre entre pausas y dubitaciones. Es un autor reconocido por los lectores de habla hispana. En México lo leemos gracias a las traducciones que ha hecho la poeta Blanca Luz Pulido y a su presencia en diversos encuentros de poesía, como el de Poetas del Mundo Latino.
Sus primeros libros aparecen en un periodo particularmente turbulento y trascendente para Portugal: la caída de la dictadura de Salazar con la Revolución de los Claveles, en 1974.
Libros inaugurales fueron A Noção de Poema (La noción del poema) y Pavão Sonoro (Pavo sonoro) salen a la luz en 1972, y Crítica doméstica dos paralelepípedos (Crítica doméstica de los paralelepípedos) y As inumeráveis Águas (Las innumerables aguas) en 1973 y 1974. Luego, en 1975, publica O mecanismo romântico da fragmentação (El mecanismo romántico de la fragmentación).
Para el poeta nacido en Algarve, en 1949, ese periodo fue la continuación de los acontecimientos de mayo de 1968 en París y los que siguieron en julio de ese mismo año en el Festival de Avignon, que activaron muchos resortes en la vida cultural de Europa.
Pero ¿cómo incidieron en su ánimo poético y literario? “Comencé a participar en las publicaciones universitarias —responde el poeta portugués—, en el teatro, en la vida literaria. Viví una relación con el marxismo, pero menos dogmática, y tuve una participación en las luchas universitarias durante y después de 1968. Nada de eso me empujó hacia una poesía comprometida, de intervención, de contenidos políticos, pero sí despertaba la inquietud de atender a mi propia naturaleza y provocar una revolución del discurso poético, del curso de la palabra.
Mis primeros libros de poesía responden al universo de un lenguaje no circunscrito a un contexto político. Sería muy reductor atender a tales impulsos, pero sí a un horizonte cultural más amplio que representaba la cultura de la época, de Occidente, las teorías literarias de ese momento, las reflexiones sobre lo que significa el poema.
Una poesía además influida por muchos poetas que nada tenían que ver con la llamada poesía militante, comenzando por Fernando Pessoa, que estaba siendo descubierto en su plenitud, y por numerosos autores no portugueses, españoles y, por supuesto, latinoamericanos, además de franceses, italianos, alemanes y estadunidenses”.
¿Tenías ya, en ese momento de tus primeras publicaciones, la visión de Eugenio de Andrade del siglo XX como el siglo de oro de la poesía portuguesa?
Teníamos conciencia de esa dimensión que parte de la revista Orpheu (Orfeo), impulsada por Fernando Pessoa y Mário de Sá Carneiro, y cuyos dos números vieron la luz en 1915. Ese acontecimiento representó una marcada diferencia de lo que se había visto en otros periodos; era un parteaguas, significaba el arribo del modernismo portugués y la ruptura con el pasado.
Después de eso vino la apertura a otras literaturas. Fue el momento en que se publicaron los grandes libros de la generación de la poesía contemporánea, conformada por nombres como Herberto Helder, Ramos Rosa, Sophia de Mello Breyner, Jorge de Sena, por citar algunos. Esos poetas estaban vivos y daban curso a la energía creativa de la poesía portuguesa. Cada libro que aparecía de estos autores era una propuesta de un lenguaje propio.
¿Tu poesía dialogó en algún momento con la obra de Herberto Helder o António Ramos?
Herberto Helder tiene un lado surrealista, una escritura que hurga en el inconsciente, y mi poesía tiene un lado más intelectual, más racional. De tal modo que era difícil que su poética tuviese una influencia en mi obra. Con respecto a Ramos Rosa, su poesía es más abstracta, y la mía está hecha más a base de imágenes.
Ferreira Gullar, como Octavio Paz en uno de sus últimos libros (la otra voz, poesía y fin de siglo), insisten en la importancia de la oralidad, del habla de la calle como fuente generadora de un lenguaje poético. En tu caso conviertes los asuntos domésticos, cotidianos, en poemas. ¿qué tan presente está esa noción de la oralidad en tu escritura?
De la poesía generada por Fernando Pessoa me interesa, de manera particular, la de Álvaro de Campos, porque es una poesía que está muy próxima a esa lengua de todos los días, que no se interesa por los grandes problemas del mundo moderno sino por la angustia, una poesía que puede ser entendida por toda la gente.
Para mí también es relevante esa voz que está en el poema y que es una voz que nosotros podemos oír. Es importante que el poema pueda funcionar no solo en las páginas del libro sino también cuando se lee y nos muestra la música propia de una lengua, del poema mismo.
Has publicado un libro de poesía casi cada año, tienes varias novelas, libros de ensayo y crítica, has escrito teatro. ¿Cómo has logrado mantener ese ritmo de poeta, de escritor que aborda una pluralidad de géneros, de publicaciones? ¿cómo haces para que esas escrituras no se contaminen unas con otras y mengüen la esencia de cada discurso?
Sin duda es porque me someto a una disciplina estricta y porque la poesía es, por un lado, mi actividad permanente, más constante. Procuro escribir poesía a diario. Cada determinado tiempo puedo organizar un libro con base en ese material que he trabajado a lo largo de un periodo.
Los ensayos son por lo regular textos críticos que elaboro para coloquios o congresos, o para conferencias. No publico mucha novela, es algo esporádico porque no me resulta tan natural escribir discursos novelados, como sí me sucede con la poesía. La traducción es también una actividad que practico con frecuencia, pues me aporta mucho placer. Traduzco de varias lenguas, pero las que más cercanas y fluidas siento son el francés y el español.
¿Puedes vislumbrar lo que representan las nuevas generaciones de poetas posteriores a ti?
Creo que con Ana Luísa de Amaral (1956) y Luis Filipe Castro Méndes (1950) se cerró el siglo XX y dio comienzo el XXI. Son poetas, junto con otros de su generación, que ponen fin al camino trazado por Orpheu y dan los primeros pasos en una nueva etapa de la poesía portuguesa.
En estos dos decenios aparecen ya poetas que van a marcar las rutas de la nueva poesía, autores que se mueven en el horizonte de una gran pluralidad, de la cual habrán de surgir obras más sólidas. Sin duda, las voces más interesantes son las de poetas mujeres, que tratan temas más radicales con formas más radicales.
A lo largo de tu poesía hay una preocupación evidente sobre asuntos prácticos, de la vida que transcurre entre manuales y observaciones inmediatas. ¿Qué motiva esa poética?
Siempre preveo mi propia poesía en la vida práctica. Son aspectos que responden en parte a la memoria de mi infancia, situaciones que viví o a las que asistí, de las que fui testigo, y se expresan directamente o en forma metafórica en los poemas.
La poesía adquiere mayor importancia en nuestro universo cotidiano para descubrir, en la pureza de las lenguas, las cosas que corren el riesgo de perderse. Cosas que se sienten amenazadas por la contaminación del lenguaje global, por la mecánica de los noticiarios, de los periódicos, por la masa informativa de cualquier otro medio. En el fondo hay la intención de mostrar en cada poema ese día a día, esa acción individual que se opone al riesgo de perder nuestra propia identidad.
Eres un hombre callado, introspectivo, un cultivador de silencios. ¿Qué significa para ti el silencio en la poesía, en la literatura?
El silencio es un recurso para poder observar. El poeta es un sujeto que se alimenta de aquello que ve, que siente a su alrededor. Es indispensable tomar cierta distancia de la realidad que nos toca para escribir el poema o el texto literario.
Ese alejamiento del ruido, del bullicio del mundo, nos conduce a la posibilidad de la reflexión, de la escritura. Hay una necesidad de esos espacios de silencio, que no es constante en nuestras vidas.
Eres una de las figuras centrales del programa del país invitado a la FIL de Guadalajara. ¿cómo aparece México en tu mapa de navegación intelectual, lírica, literaria, vivencial?
México ha sido siempre una referencia cultural. Por un lado su poesía, y, por otro, sus ensayos, particularmente de una figura como Octavio Paz, con quien me identifico más en lo ensayístico que en lo poético, sobre todo cuando reflexiona en torno a la poesía y a los grandes poetas como Mallarmé o Fernando Pessoa, por citar dos ejemplos. Fue un autor central en mi formación estética y poética.
México representa, además, una gran experiencia en la historia del siglo XX, sobre todo en una época en la que estaban sucediendo grandes revoluciones, no solo sociales sino culturales y artísticas, en las cuales México tiene grandes representantes. También por su papel solidario con los perseguidos políticos o de conciencia, como lo hizo con los miles de republicanos españoles tras la Guerra Civil y el inicio de la dictadura franquista. Es un país con el cual me he sentido muy cercano.