La Semana Santa en México se construye a partir de distintas escenificaciones, la mayor parte de ellas de origen virreinal, cuando los primeros evangelizadores tomaron la idea de representar algunos pasajes de la Biblia para llamar la atención de los pueblos indígenas, y buena parte de ellos permanecen hasta nuestros días, con una perspectiva que va más allá de lo sagrado.
Y es que si bien la llamada Semana Mayor parte de fundamentos religiosos comunes, sin duda ya es resultado de una perspectiva mestiza, en la que se funden elementos indígenas con las tradiciones provenientes de España.
En el libro La Semana Santa en México. Con la muerte en la cruz (DGCP-Conaculta), en cuya elaboración participaron Sonia Iglesias, Leticia Salazar y Julio César Martínez, se hace un recorrido por las diferentes maneras de conmemorar estos días santos, que tiene a la representación de la Pasión y Muerte de Jesús en Iztapalapa como una de las más conocidas en el país.
Pero dentro de las múltiples formas de conmemorar la Semana Santa, hay una que destaca no solo por el sincretismo que representa, sino en especial por la fortaleza con la que aún se desarrolla en nuestros días: la que realiza el pueblo Cora.
Los coras, por ejemplo, tienen la costumbre de pintarse el cuerpo con colores sagrados tales como el negro, el blanco y, principalmente, el rojo; el concepto del ‘doble del Nazareno’; las muertes prematuras de Jesús asociadas con la creencia de la existencia de ‘dobles’ o nahuales del hombre; las tres pascuas; la identificación de Tayau, divinidad solar, con Jesús; y la ausencia del drama de Judas Iscariote, son otras tradiciones aunadas a dicho pueblo.
En La Semana Santa en México. Con la muerte en la cruz los autores se refieren a la conmemoración entre los coras de Nayarit como “uno de los ejemplos más interesantes y espectaculares del sincretismo religioso”.
En ese mismo contexto se encuentra lo que desarrollan los pueblos mayos de Sonora, donde el más anciano de las comunidades es el elegido para representar el papel de Jesús, cuya responsabilidad es pedir limosna por todo el pueblo, siempre acompañado de los “fariseos”, personajes que portan una máscara que les llega hasta los hombros, elaborada de piel de borrego o de cabra, quienes llevan un cinturón del que cuelgan corcholatas, cascabeles y casquillos de balas.
LA MIRADA URBANA
Originada en una epidemia de cólera morbus que se propagó en una naciente Ciudad de México, hacia 1833, por lo cual los pobladores de Atlalico y Axomulco realizaron una manda ante el Señor de la Cuevita presentando a niños y adolescentes en el atrio para prometer una misa hasta que se eliminara la epidemia, fue que a partir de una década después se inició la representación de la Pasión y Muerte de Jesús en Iztapalapa.
En un principio se escenificaban los principales pasajes bíblicos con imágenes de bulto realizando un recorrido por las calles aledañas a la Parroquia de San Lucas, hasta llegar al Santuario del Señor de la Cuevita, vivencia que lograría ser la segunda tradición religiosa más importante de Ciudad de México. Momento cultural y religioso que tiene presencia de manera directa hasta por dos millones de visitantes.
Junto a la representación en Iztapalapa se podría hablar de pasajes muy tradicionales, como la Procesión del Silencio en Zacatecas, en la que intervienen alrededor de 2 mil fieles y se espera la asistencia de 45 mil espectadores; o la de Taxco, en Guerrero, donde penitentes llevan en su espalda rollos de varas espinosas, o quienes golpean su espalda con tachuelas que desgarran la piel.
Diferentes maneras de aproximarse a un hecho religioso, que lleva mucho del entorno natural y cultural de los pueblos donde se realiza.
Y ADEMÁS
500 AÑOS DE UNA CELEBRACIÓN
La de Iztapalapa, como sucede en gran parte del país, es una representación colectiva, organizada por los pueblos que conforman a la demarcación, pero también se han dado otro tipo de actividades que participan de lo mismo, como lo que desarrolla la Compañía Nacional de Teatro Clásico, que presenta el Festival 500 años de celebrar la Semana Santa, con un programa que integra desde el Viacrucis hasta visitas dramatizadas y conferencias. Hoy, por ejemplo, su Viacrucis partirá de la Iglesia de la Santísima Trinidad por la calle Zapata-Moneda, dando vuelta por la plancha del Zócalo hasta llegar al atrio de la Catedral Metropolitana, con la participación de 40 actores y 20 músicos.