El arte de compartir la literatura

Ruth Castro, desde niña jamás pensó que pudiera dedicarse a la literatura, ahora es una escritora y promotora cultura.

El primer trabajo que tuvo Ruth Castro de niña, fue como vendedora de libros. (Lilia Ovalle)
Editorial Milenio
Torreón, Coahuila /

Ella leía como andar en bicicleta o jugar con sus amigas. De niña jamás pensó que pudiera dedicarse a la literatura como escritora y promotora cultural toda vez que los libros fueron juguetes. 

Así se recuerda Ruth Castro quien apunta, hace poco entendió que su primer trabajo remunerado surgió al vender unos libros que su padre dejó en su casa.

“No pensaba estudiar literatura, a mí me gustaban las matemáticas y en la prepa, después de estar en muchos concursos de matemáticas y bajo mucha presión porque además sí me iba bien, sentí que comenzaban a agobiarme en preparar otra competencia. Sí quería ir a un concurso de física pero me sentí abrumada, pensaba que los adultos estaban decidiendo por mí”.

Al sentir que las matemáticas eran un discurso que disfrutaba cada vez menos, como toda adolescente entró en crisis. En su familia pensaron que sería transitorio pero no fue así. Al ofrecerle tomar una especialidad ella eligió humanidades.

“Obviamente en mi casa estaban muy sacados de onda, pero me topé con un profesor que me recordó lo mucho que me gustaba y disfrutaba de la literatura desde muchos años atrás y además me di cuenta de que sabía un montón de cosas de literatura por lo que había leído pero que no era consciente de ello".

“Y también me hizo ver que no sólo era un hobbie leer sino que podía dedicarme a eso y de ahí fue que pensé que podía estudiar literatura, que podía salir de la ciudad en la que vivía a estudiar a otro lado, y después a los 16 empecé a trabajar en librerías y una cosa llevó a la otra”.

Aunque ahora edita, comenta y promueve la literatura, el libro como objeto en su infancia fue uno al que le tomó cariño por su padre, quien era un lector voraz y mantenía la casa llena de ejemplares.

“Mi padre leía mucho pero además tenía la casa llena de libros. Era ingeniero agrónomo pero también un gran lector, de toda la vida. Leía no sólo lo que estaba en los sesenta y setenta, marxismo, leninismo, sino además literatura clásica y filosofía. No había libros para niños, tuve muy pocos como Las fábulas de Esopo o de Samaniego, La Fontaine, El Principito y párale de contar”.

Ruth aprendió siendo niña, por instinto y hábito, que al escudriñar en esos libros en la primera vuelta comprendía quizá el 20 por ciento de su contenido. Una vuelta más y entendía otras cosas que renovaban la experiencia. Y luego llegó el momento de ser una vendedora de libros.

“Llegó un momento y de esto me di cuenta hace muy poco, que me convertí en vendedora de libros desde chica porque mis papás se separan, mi casa se queda llena de muchos libros, mi papá se lleva algunos pero no puede cargar con todos y mi mamá los guarda en cajas, muchos de ellos, y entonces después descubro estas cajas que estaban llenas de filosofía, política".

“Eran libros que no iba a leer en ese momento ni nunca, creo, porque años después mi papá me regaló una y otra vez El Capital y yo lo volví a vender. En el Mercado Villa estaba un puesto de libros de viejo. Yo empecé a tomar esos libros de mi papá, que parecía que ya no iba a regresar, se había divorciado, y tampoco los reclamaba y mi mamá quería deshacerse de ellos. En realidad los vendía para comprarme los que sí eran más novelas de aventuras y libros para adolescentes. Fue mi primer ingreso por ventas de libros aunque a veces los cambiaba por otros. Era una niña”.

Haciendo múltiples tareas

Con una empresa como la librería El Astillero más un trabajo como asesora en bibliotecología del Museo Arocena, Ruth Castro, comentó que durante muchos años estuvo ocupada haciendo múltiples tareas, situación que cambió cuando pensó en hacer lo que le gusta.

“En los últimos tiempos he dejado de trabajar tanto pero sigo trabajando mucho para hacer estos otros proyectos que tenía muchas ganas de hacer. Por un lado el trabajo de círculos de lectura, talleres, seminarios, espacios de formación y de reflexión en torno a estudios de género y feminismo, y otros temas o subtemas dentro que están fuera de la academia; si bien he dado clases en universidades, me interesan en este momento mucho más estos otros espacios que pueden ser dentro de una instancia o no, que son al margen de una currícula educativa”.

Para ella los espacios donde no se espera una evaluación ni se intenta simpatizar con el profesor para obtener una buena calificación, permiten una libre expresión con reflexiones personales sin pensar en lo que aprueba la mayoría.

“Si algo he aprendido y le debo al feminismo, tanto lo que leo sola como lo que leo acompañada por otras mujeres, es el autocuidado y la autocrítica, desde el círculo de lectura feminista, más allá de lo que hacemos al exterior y que se pueda notar como el tener una postura, estar explicándoles a los demás lo que es o no el feminismo o si vamos a marchar o si vamos estar de paro, el trabajo que hemos tenido parece un poco invisible pero porque es mucho trabajo hacia adentros de nosotras”.

CALE

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