A una cuadra del IAGO (Instituto de Artes Gráficas), en la famosa cantina de artistas La Popular, un pintor dice que a las 17:00 horas llegará el cuerpo del maestro Francisco Toledo.
Del otro lado de la calle florece la flor de mayo, por encima la cúpula de ladrillos rojos de la Iglesia Carmen el Alto y más arriba el cielo azul comenzándose a cerrar. La vida del pintor selló su voluntad con la muerte, con el fondo del intangible y desconocido mundo de las almas, los espíritus, los silencios y las ausencias, se dejó sentir.
16:40. Bajo la cuadra. Comienza a chispear. A la vuelta nacen las ofrendas recargadas en los muros verdes de cantera grafiteados.
El olor a campo inicia a guiar la procesión hacia la puerta de su espacio, de ese mismo a donde todos los días como sombra caprichosa y humilde observaba sin ser observado a aquellos que iban ahí a nutrirse de lo que Toledo había ahí parido y a su vez todo lo que a él lo paría constantemente y desde siempre.
Libros y almas, almas vivas y almas encerradas libremente en todos los tomos que puso a disposición del público sin fronteras ni racismos. ¿Será lo mismo después de mañana?
Las dudas no se dejan escuchar adentro donde todos esperamos el cuerpo del maestro. Hemos venido a despedirnos de él. En ambos lados del pasillo que lleva al primer patio y al segundo en donde se pusieron las primeras coronas y en medio de ellas y al fondo del recinto cubierto por las ramas añejas de las bugambilias, un autorretrato de él diciendo adiós, se monta guardia.
No hay paso hacia allá, hay cámaras y más gente. Cada vez más. Cada vez más arreglos florales buscan un lugar en dónde estar, en dónde presenciar la despedida. Un cohete estalla en el cielo. ¿Por dónde vendrá su cuerpo, ya cerca?, se pregunta cuando afuera inicia la banda de San Agustín Etla a estallar en los acordes los sentimientos heridos de todos.
No cesan de sumarse los andares de tantas personas diferentes que la sensación de una presa inicia a nacer. Se cierran entonces las esclusas y se frena la llegada de los seres transformados en acuarelas mojadas por el agua dulce y el agua salada que a todos nos brota de los ojos y del alma.
Algunos se asoman como aquellos que esperan con esa sensación indomable al metro, a ver por el pasillo la llegada del maestro. ¿Vendrá dentro de una caja o una urna? ¿Lo traen en hombros por las calles de su ciudad, la que caminaba todos los días como cualquier fantasma invisible e individual, solitario pero padre de todos y de tantos? Nadie sabe responder.
Somos todos sus hijos, él es el padre de tantos, no sólo de espacios culturales, no sólo de detonaciones artísticas y de defensa por nuestro maíz y nuestra lengua, nuestra tierra y nuestros verdes, sino de hombres, es labrador, escultor de hombres, dice quien desde las 11 de la mañana lo siente cerca, en su espíritu, ahí, a donde campesinos, pupilos, admiradores y agradecidos esperan despedirse del maestro.
Dan las 17:15, ¿dónde estás, Natalia?, la hija que revive cada tanto a su madre en Facebook, la que mueve también mundos. Apenas la pienso y aparece, ella, sus hermanos, Graciela Iturbide, Nacho Toscano. Se cierra la esclusa tras de ellos y después de un largo silencio en el pasillo y en el primer patio, nace un fuerte aplauso que continúa en los demás recintos llenos emanando una honra.
¿Afuera en la calle también? No se puede uno mover, estás como estático en un cuadro suyo que no logramos comprender, sólo sabemos que estamos ahí con un mismo sentimiento. El aplauso se apaga en los pasillos y adentro continúa como una danza de castañuelas. Hay magia en el instante.
Seguido de un largo silencio, una cuija manda besos.¡Viva Toledo!, se escucha adentro y afuera mientras por el pasillo siguen entrando ellos, los que trabajaron con él 25 años y en esta temporada le bajaban nueces.
Salgo de la fila como empujada por el viento, no hacia adentro, sino hacia afuera. No he dejado las flores, quiero despedirme de él, de su cuerpo, el que no llega, el que no llegó, el que todos y nadie vieron pasar sin que hubiera pasado. Francisco Toledo ya es, ya era ayer, como toda su obra, un mito. El mito. Él, mito.
bgpa