Ulises Culebro (Ciudad de México, 1963) tiene una peculiar biografía que explica la versatilidad que ha adquirido su trabajo plástico, pasando de su etapa de monero —en el periódico La Jornada— al caballete y la pintura mural, y viceversa: en su primera juventud militó en grupos maoístas de los barrios de Mixcoac y Alfonso XIII, de donde fue purgado porque le decían que tenía devaneos pequeñoburgueses, aunque en realidad solo le gustaban las camaradas y usaba agua de colonia. Fue feliz de ser expulsado porque descubrió que no tenía que pertenecer a ningún grupo. Más tarde, en la universidad, quería ser, como sus compañeros, un pintor exquisito dentro del arte con mayúsculas, aunque decidió que eso era poner la carreta delante de los bueyes, porque lo único que quería era expresar cosas, y un sitio más honesto para ello, reflexionó, eran los medios de comunicación, donde podía llegar a mucha más gente, lo cual no excluía que hiciera imágenes de gran calidad y muy trabajadas.
Así que por encima de un cierto compromiso con la realidad, Ulises descubrió que había algo más verdadero y que perduraba más: la transmisión de sentimientos. “En ese momento”, dice en entrevista, “empecé a tener una visión más íntima del lenguaje, de los formatos que podían ser trasladados a lienzos y habitar un espacio, rebasando esa inmediatez de una publicación cotidiana en los medios de comunicación. Y esa necesidad fue también muy interesante, porque yo quería pintar. Y mis obras en ese formato son ahora como una diáspora de mis sentimientos”.
Ulises Culebro considera que todo su trabajo no deja de ser un mismo lenguaje, “pero los distintos soportes le cambian el significado”, indica. “Si uno pinta algo en una pared de la calle, tiene un significado diferente que si está pintado en un lienzo y está en la sala de una casa o en el estudio de una persona que lo contempla. Sin embargo, la idea de tener interlocutores secretos siempre ha sido muy nutritiva, porque no tienen que verte la cara pero te conocen de alguna manera. Así que la suma de todas las obras son pequeños instantes de la evolución discursiva de alguien que dice cosas”.
Una ginebrina en el camino
Otro paso importante en la trayectoria artística de Ulises fue su traslado a Madrid hace casi tres décadas, el cual tuvo que ver, asegura, “con una necesidad creativa”. “Yo trabajaba en México en un momento glorioso para cualquier dibujante: bajo las órdenes de Carlos Payán en el periódico La Jornada. Nada indicaba que hubiera un sitio mejor que allí. Sin embargo, sentí que había tocado techo en mi lenguaje como monero, y podía dedicarme a vivir de mis rentas y acumular poder dentro del gueto cultural de la Ciudad de México, algo muy tentador. Pero eso no me iba a hacer crecer, y al mismo tiempo entró en escena una ginebrina de origen español que me animó y apoyó para venir a España. Y aquí empecé a trabajar de manera muy intensa en el periódico El Mundo, en el que sigo, y desde aquí desarrollé muchas más vertientes de mi trabajo, no solo como monero sino como ilustrador, como pintor de caballete, haciendo exposiciones, internacionalizando mi trabajo, accediendo a otras ventanas que desde México me parecían vedadas, como The New York Times o las editoriales de Conde Nast. Y mi trabajo también fue premiado en Estados Unidos. Así que casi sin darme cuenta fue aquí donde logré un lenguaje propio que ha ido evolucionando. Y en esa evolución he conseguido hacer menos rayas y más brochazos, algo que tiene que ver con mi pérdida progresiva de la visión, pues ahora veo peor y dibujo casi sin ver el papel. Hoy mi dibujo es casi caligráfico, mnemotécnico: imagino una mano y va saliendo sola; es la síntesis de una mano”.
Todo ello ha sido ahora revisado por el artista, quien ha plasmado una especie de síntesis de su trabajo en el mural realizado en la Casa de América de Madrid para la exposición que celebró los 25 años de esa institución. Se trata de un huey tzompantli, en el que Culebro realizó una especie de rebobinado sobre nuestros orígenes mexicanos, basándose en el reciente descubrimiento en México del gran centro ceremonial donde se exhibían las cabezas de los sacrificados en honor a Huitzilopochtli. “Este ha sido el pie para hacer una de mis obras más grandes: una pieza al temple sobre pared de siete metros, que tiene la cualidad de que es un mural efímero para la sala Frida Kahlo de la Casa de América. He construido una pared ceremonial con más de 70 cabezas de mis propios guerreros fagocitados por mi trayectoria vital, dándole una visión moderna al conjunto, pues está plagada de guiños culturales y evocaciones a animales como naguales, el cosmos, la actualidad o la inmortalidad. Es un homenaje al universo en el que estamos destinados a permanecer cinco minutos”.
Los cuatro puntos cardinales
La evolución del trabajo artístico de Ulises Culebro parte pues de una vocación que arranca a los 21 años y se despliega durante poco más de tres décadas. “En ese lapso —dice—, desde mi estancia en la Escuela Nacional de Artes Plásticas, he descubierto que nunca tienes que olvidar de dónde vienes, y sigo con firmeza cuatro puntos cardinales que me han ayudado a navegar el resto de mi vida, puntos cardinales que encontré en el año 1984 en México: uno de ellos es Vicente Rojo; otro fue Carlos Payán; el tercero es Carlos Monsiváis; y una estrella más lejana pero muy brillante ha sido Manuel Buendía, que se apagó cuando yo comenzaba a encender la luz de mi escritorio para dibujar y me dio a entender una cosa muy clara: hay ciertas bases o principios en los cuales te tienes que mover siempre. Por otra parte, me siento muy a gusto en Madrid, pero tengo una esencia profundamente mexicana que no se me va a quitar nunca y que abreva en artistas como Tamayo o Rius”.
En el plano puramente plástico, Culebro señala que durante mucho tiempo dibujó de forma más académica, pero en los últimos tiempos ha comenzado a “desdibujar” y a extraer cierta intencionalidad más que virtuosismo. “Desde hace muchos años abandoné la estela de buenos dibujantes y me alejé para buscar nuevas formas de comunicar. En la escuela me decían que el arte no está en las galerías, sino en las páginas de los periódicos. Hace cinco años di una conferencia sobre la gráfica mexicana entre los años 20 y 50 del siglo XX; de la posrevolución con todos los grandes dibujantes que trabajaron en una prensa muy afín al discurso gráfico mexicano y a la política de una izquierda que evolucionaba hacia una utopía. Esto, viniendo de un país que no se ha terminado de occidentalizar, como México, ha generado un nivel de imaginación visual y gráfica tan potente e inabarcable que hablar de Posada, Orozco, Rivera o Siqueiros, o de los artistas modernos, es quedarnos cortos. Para mí es un volcán del Dr. Atl que está en constante erupción y que no termina. Sin necesidad de racionalizarlo mucho, uno lleva una intencionalidad, y así llego a lo que considero la plenitud de mi carrera, donde ya no me interesa jugar bonito, dibujar bien, que los demás consideren que mi trabajo es chido; sino decir cosas y que la gente diga que es potente, intenso o que se identifica con cierto tipo de sentimientos que están provocados por el discurso gráfico. En la vida de un dibujante, pintor, hacedor de imágenes, las piezas en sí mismas tienen una función casi fotográfica de un momento que no es más que una trayectoria coral. Así en mi trayectoria hay una cierta relación con mi cultura, con la muerte, con la vida y las pasiones y cierto tipo de principios éticos, donde ya es reduccionista ser de izquierdas o de derechas”.
Un país de castas
En cuanto al trazo, Culebro habla de influencias como Naranjo, Helioflores, Cabral, el Corzo. “Pero con el tiempo he descubierto que no es necesario ser tan descriptivo para transmitir emociones. Entonces he evolucionado de la cabeza a las emociones. Y aunque esté muy definido en mi trabajo lo que he querido decir, ahora apela más a una parte emocional, lo cual ha hecho que el trazo sea más dinámico, que tenga una fuerza mayor. De alguna manera, hay cierta violencia. Pero yo lo definiría como un dibujo más vigoroso, simple, y sigo rindiendo culto a todos aquellos que me dieron consejo, llegando a la conclusión que lo que no hace falta, sobra. En ese sentido, sin dejar de ser figurativo, mi dibujo tampoco es cerrado en lo descriptivo y no abuso de los detalles, buscando una cierta sutileza en lo que son los gestos, los rictus. Y hay algo que genera cierta inquietud en la interpretación”.
Desde la perspectiva que la ha dado la distancia, Culebro observa los medios mexicanos como entes “muy endogámicos. La gente tiene tantas ganas de pertenecer a un grupo, que muchas veces ese discurso se contamina por el coro de su grupo. Lo cual no quiere decir que no haya grupos muy lúcidos y comprometidos con una búsqueda. Si hay gente valiosa en América Latina, está en México; pero al mismo tiempo somos rehenes de un cierto cinismo. Y aunque eso sucede en todos los países, en México se nota que siempre tienes que ofrendar una parte de tu discurso a tu grupo si no quieres ser excluido. En ese sentido, México es un país de castas, y dentro de los medios de comunicación el peaje a veces es muy fuerte. Necesitas tener un nombre muy fuerte para poder defenderte de esas inercias, y eso te va a generar muchas enemistades. Pero la creatividad es muy fuerte, y ojalá pueda explosionar, porque es un país con una enfermedad crónica de caudillismo, de corrupción, de falta de libertad donde incluso aquellos que luchan por ella pertenecen a grupos cerrados con candado”.
Sobre los nuevos discursos del mundo del dibujo como el grafiti o la novela ilustrada, Culebro expone que “en el caso de la novela ilustrada, se trata de un revival de los libros ilustrados de toda la vida con un nuevo marketing y una clientela muy nueva que los ve como novedad. De hecho la ilustración comenzó a la par de la lengua escrita. En todo caso, cobran vigencia y eso le da un balón de oxígeno a una industria editorial que se sentía amenazada por los medios digitales, lo cual es mentira, pues seguirá perviviendo, ya que los libros en las tabletas es una moda que no termina de cuajar. El libro como objeto es un sujeto, es un buen amigo que te acompaña. En cuanto al grafiti, creo que es una necesidad expresiva de una cierta clase social que no tuvo acceso a la pintura de caballete. En algunas metrópolis es una especie de nuevo muralismo, pero muy ligado a las castas, desde la gente que no tiene interlocutores y pone su firma en las bardas y puertas de las casas, lo que me parece una forma de ensuciar la ciudad, hasta gente con aspiraciones más sutiles o un discurso muy elaborado que aporta un lenguaje a la ciudad y mejora nuestro entorno urbano y lo hace más bello. Pero soy contrario a ensalzar una manifestación o un lenguaje por sí mismo. Hay grandes comunicadores y muy malos comunicadores en las paredes. No todos los perros ladran igual”.
Ulises comenta que el cartón o caricatura política es un trabajo que ha ido evolucionando y modernizándose, sobre todo, considera, gracias a los recambios generacionales. “El discurso clásico de la caricatura política que vivimos en el pasado siglo, se está quedando un poco viejo y roza con una cierta militancia panfletaria que hace que pierda eficacia por insistencia. Cuando se grita en el mismo tono todos los días, ese tono se vuelve monocorde y deja de escucharse. La evolución que aprecio es hacia algo más metafórico de lo que es la comunicación visual de caricaturistas en los medios de comunicación, que tiene que ver con la plástica, con la ilustración y la sutileza de los mensajes, porque una caricatura es la metabolización editorial de lo que está sucediendo. Los cronistas lo explican, pero los dibujantes lo interpretan. Y creo que esa interpretación tiene que ser muy sencilla y sugerente; tiene que convencer más por seducción que por imposición”.
Por último, Ulises recomienda a los jóvenes ser honestos. “Pero honestos con sus pasiones, no con sus creencias. Si eres honesto con tus creencias te convertirás en un demagogo. Pero si eres honesto con tus pasiones, cambiarás todas las veces que haga falta para seguir creciendo. Hay que cambiar de piel constantemente y no tener prisa. Es la acumulación de horas de vuelo lo que te da cierta autoridad”.