Pensar en internet como un espacio público no es un discurso, es una necesidad. En México, según la Encuesta sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información y la Comunicación, hay 74.3 millones de personas usando internet, 51.5% son mujeres, muchas de ellas crean redes de apoyo, se expresan, hablan de sus posturas políticas, se identifican como feministas y no son pocas las que buscan información sobre derechos sexuales y reproductivos.
Sabemos, también por el Inegi, que en México nueve millones de mujeres han enfrentado algún tipo de violencia en línea, y que los agresores no solo son personas desconocidas.
La Asociación para el Progreso de las Comunicaciones (APC) nos permite saber que a las mujeres, la violencia sexual en Internet nos afecta mayormente, ya que recibimos más insinuaciones sexuales (30.8%) que los varones (13.1%), y más fotos sexuales no solicitadas (23.9%) que ellos (14.7%).
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A las mexicanas, la violencia nos susurra en la oreja, nos sigue a las espaldas por las calles, duerme en nuestra habitación o espera en el regazo del tío para atacarnos y se recrudece en la falta de respuesta de las autoridades.
La violencia es una manifestación del sistema machista histórico que hoy habita en nuevas plataformas. Sí, logramos abrir un nuevo espacio público, pero la violencia que ahí sucede no es nueva y, desafortunadamente, no nos es ajena. “Estás muy gorda”, “fea”, “ignorante”, “cállate y hazme un sandwich”, “quiero hablar con el hombre a cargo”... los mensajes han estado presentes en muchos discursos, pero los medios en los que eran colocados no permitían la viralidad que ahora se manifiesta; hoy, muchas mujeres son atacadas en sus redes sociales y tanto los mensajes como las notificaciones se acumulan cada hora; en algunos casos, cada minuto.
El proceso electoral del año pasado es un claro ejemplo, aunque por primera vez logramos representación paritaria en el Congreso, la violencia política de género fue un obstáculo para el ejercicio de los derechos políticos de las mujeres.
El Dato.7.43 millones de personas
usan internet, 51.5% son mujeres, según la Encuesta sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información y la Comunicación en México.
En Luchadoras registramos 85 ataques cibernéticos contra 62 candidatas en 24 estados durante las campañas;1 documentamos cómo la tecnología se usó para atacar a mujeres candidatas y en 62% de los casos fue por razones de género, a través de comentarios sobre su vida íntima o sexual.
Por años escuchamos decir que “si pasaba en internet no era real”, como si se tratara de una especie de película. En 2016 nos reunimos con mujeres y jóvenes (activistas, feministas y defensoras de derechos humanos) y en Luchadoras identificamos una serie de impactos físicos, emocionales y psicológicos que deja la violencia en línea en las mujeres, como ansiedad, dolores estomacales o confusión.
Salir a la calle, a la escuela, al trabajo es algo que las mujeres hacemos a diario, pero que, por más que queramos, no lo hacemos en libertad y seguridad plena. Hay una voz interna que nos dice que ese no es nuestro lugar.
De acuerdo con ONU Mujeres, esa voz se presenta en una de cada dos mujeres, si consideramos que alguna vez ha sido agredida sexualmente en espacios públicos, al menos, una vez en su vida. Las formas más frecuentes de acoso son las frases ofensivas, tocamientos e incluso, la violación; en la mayoría de los casos, no existe denuncia.
2 Habitar lugares que culturalmente se piensan como ajenos a las mujeres, puede implicar un riesgo, ante el que las ellas siempre resuelven y enfrentan con una serie de estrategias y herramientas propias.
Por eso puede parecer casi natural que cada vez que una mujer decide hacer uso de este espacio para emitir su opinión o denunciar alguna violencia que vivió sea embestida por una cadena de odio viral.
Una de las consecuencias que más preocupa es la autocensura, al enfrentar una agresión muchas mujeres deciden salirse de las redes o bien seguirlas utilizando sin expresar su opinión por temor a represalias. De forma histórica la voz y agencia de las mujeres no se ha estado presente en los relatos e historias que hablan de ellas; que decidan callar, es una resta a la lucha por hacernos visibles.
Este 2019, lo que se venía cosechando desde años anteriores, por fin estalló y en abril vimos a miles de mujeres romper el silencio sobre sus experiencias de acoso en Twitter a través del movimiento #Me- TooMX, más allá de los debates acerca de la legitimidad de las denuncias, tomar las redes les permitió a las denunciantes reconocerse en las historias de otras, decir “no estás sola”, y en no muy pocos casos identificar que compartían al mismo agresor.
Una forma de reconocer que la violencia digital también existe, es real y tiene consecuencias serias en la vida y bienestar de las mujeres; es abrazar esos procesos de denuncia grupal, reconocer a las víctimas y ampliar el debate a las posibles respuestas integrales, en las que se incorpore la visión de las mujeres que han estado en esa situación y se contemplen otras formas de justicia y reparación del daño.