Marina de Tavira luce feliz por interpretar a un personaje del teatro clásico griego, Clitemnestra, pero ahora con la visión contemporánea de una dramaturga, mujer, irlandesa, Marina Carr.
“Se ha visto a Clitemnestra como esta mujer vengativa (que asesina a su esposo Agamenón), por supuesto; Marina Carr nos presenta también a una madre buscando justicia por la muerte de su hija (Ifigenia). Y vaya si eso hace eco en México. Y yo quise irme por ahí e interpretar a Clitemnestra desde la madre que exige justicia sobre lo inconcebible: que te maten a una hija o a un hijo”, adelanta.
En entrevista por el estreno en México de La niña en el altar (2022), la novena producción de Incidente Teatro, la compañía creada hace 12 años por De Tavira y Enrique Singer, quien dirige la pieza en El Galeón, la actriz nominada al Oscar 2019 por su papel en la película Roma aborda su nuevo rol.
“Al principio luché mucho con la idea de que el personaje de Clitemnestra está absolutamente inmersa en el patriarcado, es parte de él, porque las mujeres también somos parte del sistema patriarcal, también lo fomentamos”, dice De Tavira, que recién encarnó a Blanche DuBois en Un tranvía llamado deseo, de Tennessee Williams, y antes a Katty, en Consentimiento, de Nina Reine.
Acepta comparar a Clitemnestra con estos personajes. Con Katty, la une el ser parte de un sistema patriarcal y darse cuenta de la contradicción en que viven. Y con Blanche, el desasosiego existencial.
“Soy parte del sistema, me doy cuenta que también me oprime y no sé bien cómo salir de ahí; tampoco tengo respuestas perfectas, pero las estoy buscando. Y con Blanche, el desasosiego de lo que es la experiencia humana a veces. Estar vivos y vivas es maravilloso, y al mismo tiempo, el dolor es algo que viene con estar vivos y vivas. Eso es inherente a todos los personajes”, dice Marina de Tavira.
El estreno en México de esta primera obra de Marina Carr (Dublín, 1964), en la que la dramaturga retoma personajes de obras de hace 2 mil 500 años, como Ifigenia en Áulide, de Eurípdes, y Agamenón, de Esquilo, en el contexto de la guerra de Troya, tendrá funciones de jueves a domingos, del 30 de enero al 2 de marzo próximo, en teatro El Galeón Abraham Oceransky del Centro Cultural del Bosque (CCB).
De Tavira comparte créditos con Alberto Estrella (Agamenón), Emma Dib, Salvador Sánchez, Everardo Arzate y la cubana Yéssica Borroto, bajo la dirección de Enrique Singer y producción de Daniela Parra.
Y aunque celebra que ahora sea una mujer la que retoma a los personajes griegos clásicos, también defiende que sea un director, hombre, Enrique Sínger, quien lleve a escena La niña en el altar. Y ella misma se descarta como directora, al señalar que aún no está lista para ello y refrendarse como actriz.
Abunda sobre qué no le gustaba en principio de esta obra y sobre el rol de Clitemnestra en la tragedia.
“Quería hacer un personaje que, de entrada, tuviera una toma de conciencia, o ya fuera distinta. Y había cosas que yo quería cambiar. Mi personaje dice, al conocer a Cassandra, la amante de su esposo Agamenón: 'Ah, otra putita esplendorosa'. Y dije: 'Yo no quiero hablar así de las mujeres, ni como persona ni como personaje ni como nada'. Ya tenemos que cambiar el lenguaje.
“A mí me importa mucho cambiar el lenguaje porque creo que cambia el pensamiento. Y no quería decir esa palabra. Y hablé con el traductor (Alfredo Michel Modenessi) y con el director, y me hicieron ver que había que decirla, presentar a estos personajes que también son parte de un sistema. Lo bueno es que en la obra también hay una toma de conciencia, pequeña. A veces ya no queremos interpretar personajes que nos parezcan ya incorrectos, pero hay que hacerlo a veces, para entregar el mensaje”.
Singer dice que la obra de Carr le reveló el sentido del teatro: cambiarlo a él. ¿Y a usted?
Yo también hago teatro para primero cambiarme a mí, mi manera de tratar con la realidad. Hay quien lo hace a través de la escritura, o la pintura, o el periodismo. Mi forma de dialogar con la realidad es a través del teatro, y cada obra me transforma. Y ya después qué puede cambiar. El teatro no es algo muy mediático que pueda alcanzar multitudes; es personal. A mí, el teatro me transformó desde niña; desde la primera vez que vi una puesta en escena, empecé a cuestionarme cosas. Y yo apelo a eso.
La niña en el altar retoma tragedias escritas hace 2 mil 500 años. Como actriz ¿se decepciona de que el teatro no haya cambiado situaciones como las que se abordan ahí en todo este tiempo?
Sí es decepcionante ver que seguimos metidos en un sistema que fomenta la violencia; sí es decepcionante que los números de feminicidios aumentan o continúan y que las cosas no cambian, y que creemos que vamos a cambiar el mundo. No vamos a cambiar el mundo, pero, poco a poco, sí las conciencias, empezando por la nuestra. Esa es mi convicción, a lo mejor es optimista, pero es mi convicción. Y sí creo –como dice Enrique-- que hemos avanzado por el simple y sencillo hecho de que hoy existe una obra como ésta donde ya se le dio voz a una mujer para visitar mitos que nos fueron entregados por maravillosas voces masculinas, pero que nos faltaba esa otra parte. Llegamos a ese momento, alguna esperanza habrá.
¿Por qué no dirigió una mujer esta pieza? ¿Por qué no la dirigiste tu?
(Ríe) Yo no me siento todavía capaz de dirigir. Quizás algún día suceda. Lo que pasa es que pienso como actriz, y los pocos ejercicios que he hecho en la escuela dirigiendo, siempre acabo queriéndome meter en la carne del personaje para explicarlo, y la mirada del director o directora es externa.
La verdad, con sinceridad te lo digo, pensé que con el simple hecho de que ya era una dramaturga, me daba la voz de la mujer. Y Enrique es mi cómplice desde hace muchos años, y esta es una obra de Incidente Teatro, el proyecto que tenemos; se nos ofreció el texto y lo lógico es que él lo dirigiera. El próximo proyecto de Incidente Teatro sí va a ser dirigido por una mujer, Sandra Félix, una de las primeras directoras con las que trabajé --y en este complejo del CCB--, hice Feliz nuevo siglo doktor Freud (de Sabina Bergman, en 2000), que fue la obra que me puso en el radar del teatro mexicano. Y va a ser una directora. Pero, en La niña en el altar estábamos buscando un texto juntes y era para él”.
¿Qué destacas de que la puesta en escena esté a cargo de él?
Sí me parece muy importante (que sea un hombre), ahorita lo pienso. Porque la obra de Carr habla muchísimo de la vocación a la violencia de los hombres, en Agamenón. Y el cuestionamiento que Enrique Singer se está haciendo sobre su propia masculinidad cuestionada, también era importante, y es de valorar que sea un hombre el que se esté haciendo esa pregunta y poniéndola en escena.
La dramaturga y la protagonista coinciden en el nombre. Marina & Marina. Tuvieron ya un diálogo por correo ¿Ahora qué le preguntaría a Carr a días del estreno de La niña en el altar?
Hay una pregunta muy importante que, de hecho, le hicimos. Clitemnestra, además de matar a Agamenón en la historia que nos presentó Esquilo, también mata a Cassandra, su amante; aunque realmente es una esclava, una mujer robada de la guerra de Troya, no es su amante porque ella quiera, sino porque está obligada, es una violación. Y Yéssica (Borroto), una mujer muy sensible, increíble, desde el principio, nos dijo: “¿Y por qué mata a Cassandra, por qué mata a otra mujer?”. Y yo también decía lo mismo. Si justamente estamos hablando de decir: “Ya basta de asesinatos de mujeres y de hombre y de violencia”, ¿por qué Clitemnestra mata a Cassandra que, al final, es una víctima?
Eso se lo volvería a preguntar a Marina Carr. En aquel entonces ella respondió: ´No es sólo porque el mito está escrito así, hay cierto respeto al mito, sino porque también habla de cómo a veces el extremo dolor y el odio puede cegarnos y esta violencia puede estar en hombres y mujeres, sin lugar a dudas, y Clitemnestra ya está metida ahí, y ya está enceguecida, no es como este personaje perfecto que, como ya entendió que vivimos en un patriarcado, va a ser impecable. Y ahora vuelvo a tu primera pregunta: “¿Qué no me gusta de la obra?” Que a veces nos toca no ser impecables, porque no somos impecables.