La actriz Arcelia Ramírez (Ciudad de México, 1967) apuesta a que el nuevo montaje del drama de Arthur Miller Todos eran mis hijos (1947) “explote en la conciencia, el espíritu y el corazón” de los espectadores, a casi 80 años de su estreno en Nueva York y ambientado en un contexto social y político distinto al de México.
En esta tragedia de Miller, producida para La Gruta por Marla Almaraz, una familia común y corriente trata de dejar el pasado atrás, a dos años del fin de una devastadora guerra mundial, no solo por la desaparición de su hijo mayor durante la misma, sino por el juicio que metió a la cárcel al socio del padre acusado de causar la muerte de 21 pilotos por venderle material dañado al ejército. Es una historia sobre el duelo, las relaciones de padres e hijos y la responsabilidad social e individual.
“La madre es cómplice, víctima y verdugo en esta obra. Es la que sabe todo, la que se da cuenta de todo, y también la que oculta todo: en aras de proteger a su familia, juega un juego muy complicado con los demás. Es una cosa muy tremenda Kate Keller, que tiene que ver con las encrucijadas a las que Miller somete a sus personajes. Todos eran mis hijos es una obra apasionante. Ojalá el público siga su hilo y le explote en la conciencia, el espíritu y el corazón”, dice en entrevista con MILENIO la actriz.
Arcelia encarna a Kate Keller, la madre de una familia estadounidense que espera eternamente el regreso del hijo desaparecido en la Segunda Guerra Mundial, en medio de un escándalo por la venta de armas defectuosas al ejército por parte del padre y su socio, en el montaje de Diego del Río, que tendrá temporada del 17 de julio al 19 de septiembre, en funciones los lunes y los martes, en el foro La Gruta.
El director y la protagonista de esta “tragedia griega” –como la llamó Miller– han trabajado juntos en el teatro desde 2018 con la comedia Buenas gentes, el clásico de Anton Chéjov Las tres hermanas, en 2019, e incluso en Sonus (2021), ópera prima en cine de Del Río.
Ambos califican su trayectoria en común como “una delicia trabajar juntos”, y celebran haber construido ya un lenguaje propio y complicidad inconsciente, con los que se entienden aun en el silencio.
También es un trabajo más en el que la actriz protagoniza a una madre en crisis por la suerte de alguno de sus hijos o que se aborda el tema de los desaparecidos, como en las películas Así es la vida (Arturo Ripstein, 2000) y La civil (Teodora Mihai, 2022), aclamada en Cannes; o las puestas en escena de Desaparecer (Pascal Rambert, 2020) y recién Las Lobas (Sarah Delappe, 2023).
“La madre en la obra de Miller vive una suspensión del tiempo y un poco de la vida. Está en una especie quizá sí de depresión, pero vive en la incertidumbre, en un infierno, en realidad; su situación es muchísimo más agobiante, porque no hay un cadáver (de Larry, su hijo desaparecido en la guerra). Para ella es muy difícil pasar la página, prácticamente no puede pasar la página.
“Y, al mismo tiempo, su familia es modelo, ideal. En la obra juega también mucho el asunto social, porque asume una obediencia al deber ser, al qué dirán, a la sociedad que también los agobia y les exige mucho. Todo el tiempo se escucha la palabra ‘cárcel’, es un leit motiv. Y con toda esta presión ella representa a la madre universal, la mamá de todos; por ello Todos eran mis hijos, que tiene que ver con el personaje de Joe Keller (Pepe del Río), el marido, del que termina siendo una madre, de todos ellos”, dice la protagonista también de La mujer de Benjamín y El secreto de Romelia.
Hijos desaparecidos
Diego del Río explica que decidió mantener los nombres originales de Miller, porque no quiso “tropicalizarlos” de ninguna manera, sino que sólo aborda la obra como traducción.
No obstante Del Río, vincula el drama con México y sus crisis actuales, al destacar la atemporalidad de esta pieza en tres actos de Miller de 180 minutos de duración.
“Si bien cambian detalles como la época, la vigencia de Todos eran mis hijos radica en que los humanos seguimos con los mismos dilemas y las mismas preguntas. Esta obra plantea un dilema ético muy concreto por parte de un autor que insiste en construir personajes que son esencialmente buenas personas o valiosas en la sociedad, lo que se entiende regularmente por ello”, dice Del Río.
Sin embargo, subraya que la obra plantea un estudio muy agudo sobre como un modelo capitalista y un modelo social que se van repitiendo en este mundo occidental tienen consecuencias muy fuertes en la construcción del individuo.
De ahí la gran tradición de los montajes de esta obra en México, que además de la premier de 1959 de Seki Sano (con Wolf Ruvinskis y Virginia Manzano), criticada por Juan García Ponce, ha vuelto varias veces; están la de Óscar Morelli de 1987 (con Narciso Busquets y María Eugenia Rius) y la más reciente de 2009, de Francisco Franco (con Fernando Luján y Diana Bracho). Incluso, pudo verse proyectada en el Lunario del Auditorio Nacional en 2019 la producción del National Theatre de Londres y la compañía The Old Vic, dirigida por Jeremy Herrin (con Bill Pullman y Sally Field).
“El personaje central, el padre, tiene una preocupación característica de estos modelos: la idea de seguir siendo útil o de dejar de serlo. Y eso lo lleva a tomar decisiones que pasan por alto las consecuencias en el ámbito social. En México se usa mucho la frase: ‘De que lloren en su casa a que lloren en la mía, mejor que lloren en la suya’. Y esa manera de pensar no nos lleva a una construcción saludable ni armónica como sociedad, hay un individualismo brutal, nos rascamos con nuestras uñas intentando sobrevivir en un mundo al que no le interesan las personas”, expone Del Río.
También vincula la obra con la crisis de desaparecidos en México que se ha venido agudizando desde el sexenio de Felipe Calderón.
“Con esta familia, Miller hace un estudio que además abre canales de preguntas también muy nuestras, lamentablemente, con el tema de las desapariciones, aunque en un contexto distinto, porque la obra ocurre en la Segunda Guerra Mundial. Es lo que sucede con un hijo desaparecido en el microcosmos de una familia, cuando uno de los integrantes no está y qué pasa alrededor. Miller construye una gran obra, ‘una tragedia griega con toques ibsenianos’, dicho por él mismo, y eso la vuelve atemporal y universal. Y eso es lo que más hemos disfrutado en el proceso de construirla y hacerla nuestra”, añade el director.
Del Río explica que optó por montar en La Gruta el drama familiar y universal de Miller, obra cumbre del realismo estadounidense, porque ofrece un espacio íntimo en el público tiene la posibilidad de estar siempre encima de sus actores.
“La obra plantea también la sociedad vigilante en la vida de esta familia y sus vecinos y amigos. Hay una cosa de comunidad: están los vecinos todo el tiempo y el espacio de la obra es de transición: el jardín trasero de una casa que se conecta con los jardines caseros de otras casas, siempre hay ahí un encuentro entre lo público y lo privado, todo el tiempo se está sumergido en esta idea entre la intimidad de la alcoba y la exposición de la vidriera”, explica el director.
Claves
Reparto
Arcelia Ramírez, Pepe del Río, Ana Guzmán Quintero, Gonzalo de Esearte, Fabiola Villalpando, Nicolás Pinto, Angélica Bauter , Evan Regueira y Eugenio Rubio.
El escenario
El director dispuso filas de público alrededor por los cuatro lados, a manera de caja, para aumentar la paranoia en la obra
caov