Una parte vital para comprender la cultura de Puebla son sus barrios antiguos, pues en ellos se encuentra la riqueza de sus tradiciones, arquitectura, historias, fiestas, leyendas, además de expresiones artísticas y gastronómicas, las cuales son transmitidas por sus propios residentes a las nuevas generaciones con gran orgullo y que ahora forman parte del patrimonio de la ciudad.
El 16 de abril de 1531 se fundó la ciudad de Puebla en el valle de Cuetlaxcoapa, constituida por y para españoles; sin embargo, los barrios surgieron como una respuesta a la inevitable presencia de población indígena, mano de obra que hizo posible las edificaciones que hasta ahora siguen en pie.
- Te recomendamos ¿Quieres subir al Santuario de la Virgen de los Remedios en Cholula? Esto debes saber Estados
En 1550, estos indígenas provenientes de Calpan, Cholula, Huejotzingo, Tepeaca, Totimehuacán, Tochimilco y Tlaxcala, se agruparon en diferentes zonas aledañas a la ciudad según su origen y procedencia, y utilizaban como límite natural del terreno el río de San Francisco.
Los primeros residentes se repartieron en los principales barrios que se formaron en el siglo XVI conocidos como El Alto, Analco, San Antonio, Santa Ana, Santiago, San Sebastián, San Pablo de los Naturales, San Ramón, Xanenetla y Xonacatepec. Asimismo, en cada uno de estos barrios sus pobladores se dedicaban a labores diferentes, ya sea a la construcción, el mantenimiento y el servicio.
En entrevista con MILENIO Puebla, don Esteban Rodríguez Mendoza, habitante por 70 años del barrio de Analco, resaltó que esta localidad fue la segunda que se fundó en la ciudad de Puebla, la cual está llena de infinidad de historias.
Contó que su madre llegó proveniente de Santa Inés Ahuatempan y nunca dejó la zona hasta que falleció, es decir, hace cinco años. En Analco, la mamá de don Esteban procreó y vio crecer a ocho hijos, todos ellos residentes del sitio, aunque uno, como ella, ya pereció.
Por su parte, doña María del Carmen González Alarcón presumió en sus 80 años de vida ha radicado en Analco: “Este fue uno de los primeros (barrios) cuando se fundó la ciudad de Puebla. Tengo entendido que el primero fue El Alto y éste, el segundo. En aquel tiempo las calles las arreglaron con piedras. En la esquina de la 14 Sur con 7 Oriente se marcó el límite de la ciudad de Puebla de aquel entonces”, informó.
Indicó que las marcaban con unas piedras que llamaban “ojaneras. Allá, en esa esquina, está todavía la piedra, que le llaman de El Encanto, que por tradición dicen que le pusieron así porque la gente que se sentaba a descansar le atraía buena suerte y arriba de la piedra, sobre la pared, está una armella de piedra, donde los primeros viajeros dejaban atados a sus animalitos, burros o caballos”.
Gerardo Torres Ávila, inquilino del inmueble donde yace la piedra, abundó que esta es conocida también como Del Panadero y de Los Enamorados: “Está reconocida por el INAH y significa el corte de la ciudad. Hasta acá llegaba, por eso la calle empedrada (...) hay libros sobre la historia de esta piedra”, comentó.
Explicó que en alguna ocasión el ayuntamiento quiso moverla, sin embargo, personal del INAH lo impidió por su valor histórico. Asimismo, presumió que el inmueble fue construido en 1850: “es de las primeras de Puebla (...) y aquí estaba el Zócalo (El jardín de Analco) y ya después, con la construcción de la Catedral, ya se formó realmente el Centro”.
En tanto, don Esteban dio a conocer que en la avenida 3 Oriente, cerca del ahora Bulevar 5 de Mayo y hasta la 18 Sur, se asentó lo que podría considerarse la primera Central de Abasto de la ciudad. Después, el comercio fue reubicado y con los años nació el popular tianguis de fin de semana que ofrece una variedad de productos, que van desde artesanías hasta alimentos tradicionales.
“Aquí estuvo (la Central de Abasto) y aquí también se desarrollaron las posadas, que ya no van a venir. Todo esto estaba lleno de niños, porque hicieron una posada (...) son momentos que nunca se van a borrar (...) También hacían el Desfile de Reyes y regalaban muchas cosas, pero todo eso ya se acabó”, contó el hombre que laboró en una fábrica textil hasta su jubilación.
Don Esteban también presenció el inicio de operaciones de la Inspección de Policía, ubicada en la avenida 9 Oriente, en el inmueble que albergó al rastro municipal.
“Se escapaban las reses y nos subíamos a los barandales de las ventanas (...) (para lazarlos) venía la gente del Lienzo Charro, que estaba en Finanzas. Enfrente del lienzo hubo una fábrica y ahí trabajé”, mencionó.
Su actual domicilio se localiza en la Maximino Ávila Camacho 1206, “pero con mi madre vivimos en la 3 Oriente 1203. Ahí siempre viví, pero ya en todo esto ya no hay vecindades. Nunca pensamos que iban a convertirse en universidades”.
Mencionó que esos inmuebles, además de albergar a los pobladores, se rentaban como bodegas, “y para hospedaje para los choferes que no les daba tiempo de irse”.
Asimismo, donde se localiza la Biblioteca de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) era conocido como “El Zaguán Hondo”, porque cuando llovía se inundaba: “El que hacía su agosto era el que alquilaba las sillas para que pasaran”.
Nacimiento del barrio
En el plano de Cristóbal de Guadalajara de 1698, se marca la ubicación de los barrios principales. Al sur-oriente aparece el barrio de Analco constituido por cuatro arrabales tlaxilacallis: Huilocaltitlán, el más importante y sede de la iglesia del Santo Ángel Custodio; Xochititlán, al sur; Yancuitlalpan, donde se presume que se estableció la población de la Mixteca; y Tepetlapan, actual barrio de la Luz.
El barrio de Analco, que en náhuatl significa “al otro lado del río”, se originó en el arrabal Tepetlapan por extensión de Tlaxcaltecapan, el lugar donde se asentaron los tlaxcaltecas, y sus primeros habitantes se caracterizaron por la fabricación de loza. Con el posterior arribo de pobladores españoles y de otros grupos indígenas, se convirtió en un barrio muy dinámico.
El primer templo católico que se erigió en el Barrio de Analco fue en 1560 y estuvo dedicado a las ánimas, pero en 1618 fue derribado para construir la parroquia que ahora es conocida como Santo Ángel Custodio.
“Ahí acudí todos los días a escuchar misa”, relató doña María del Carmen González, quien nostálgica habló de sus juegos de la infancia: “A las muñecas, a las escondidas y a la comidita. Tenía una casa de muñecas muy bonita por eso mis amiguitas iban seguido a mi casa a jugar”.
Con orgullo, dijo que quien quería conseguir verdura fresca acudía a su barrio: “Había un mercado en el Templo de la Luz (...) ahí en el piso la gente ponía sus puestos. Había también una carnicería cercana de muy buena calidad. Iba uno a comprar y estaba llena de gente esperando su turno. Se llamaba La Gardenia y su dueña, Esperancita”. Al paso del tiempo, los mercaderes fueron reubicados a la 3 Oriente y “venían mayoristas a vender”.
Leyendas e historias
Otro atractivo del sitio es el Puente de Ovando, cuya construcción fue aprobada en 1769; el entonces regidor, Agustín de Ovando Villavicencio, otorgó 800 pesos para su construcción y el gremio de panaderos donó 2 mil pesos.
Este puente sirvió para comunicar el barrio con la traza española y recibió su nombre debido a que se ubicaba cerca de la casa del regidor. Actualmente existe una leyenda que cuenta que en el pasadero se aparece el fantasma del regidor o el de su hija, quien fue asesinada por su hermano.
En un principio, el Puente de Ovando se encontraba dentro de la propiedad del acaudalado Agustín de Ovando y Villaciencio, que lo mandó a construir para que su familia cruzara el río San Francisco.
Además de esta leyenda, Rodríguez Mendoza reveló que también se contaba que en la morada donde pasó su infancia se aparecía un charro negro “todas las noches. Una señora, que ya falleció, trabajaba después de las 12 y aseguraba que pasando el puente se oía pasar un caballo por sus cascos , ella volteaba y no pasaba nadie. También decían que después de las 12 se escuchaba que estaba tocando una estudiantina en el puente. La de la Cruz, también”.
Agregó que hubo un personaje, un enano con muletas, quien les contaba muchas historias, leyendas y cuentos: "Nunca supimos dónde vivió, nunca supimos cuándo falleció ni cómo se llamaba”.
Otro detalle que reveló doña María del Carmen es que en la zona se asentaron por temporadas carpas: “Una cosa preciosa los títeres de alambre, qué bonito los manejaban (...) También venían a los que les decían los enanitos. El fondo era negro para que no se viera a las personas que los manejaban. Era un cuerpecito y su cabeza era la de la persona. Sacaban un vestidito o algo así, con sus manos manejan sus piecitos”.
Por último, agregó que otro espectáculo fue el cine ambulante, el cual era gratuito: “Andaban primero con bocinas anunciando de parte de un medicamento que se llamaba Mejoral (...) ponían una pantalla sobre su vehículo y ahí se proyectaban cortos, porque no eran películas completas”.
AFM