No cualquiera sale de su país sin dinero, sin tener certeza del lugar al que se dirige y con una familia a cuestas, pero para las mujeres migrantes esto no se trata de valentía sino de necesidad, y el miedo se queda a un lado luego de perderlo todo, en la búsqueda de un sustento seguro para ellas y en algunos casos, sus hijos también.
Una madre desesperada
La primera de nuestras historias es de una hondureña de 32 años, que para el 15 de marzo cumplirá 2 meses de estar fuera de su país, que abandonó debido a que su esposo falleció y la dejó a cargo de 3 hijos, dos de ellos de 11 y 12 años, que viajan con ella; y uno de 15 que dejó en su país, al cuidado de la abuela.
Luego de perder a su marido hace 6 años, el Huracán Iota se llevó lo poco que aún le quedaba en noviembre del año pasado, incluyendo su casa; al no contar con recursos para volver a edificar, se vio obligada a rentar, pero el covid-19 le dio la estocada final ante el cierre de negocios por la pandemia, lo que la dejó sin empleo.
“Me era imposible pagar la renta entonces me corrieron junto con mis hijos, me echaron a la calle, y me tocó vivir a la orilla de la calle en una casita de nailon, donde no teníamos ni en qué cocinar, ni nada”.
Su desesperación la llevó a tomar la decisión de emprender el camino hacia México, con la idea de cruzar hacia Estados Unidos con sus hijos, pero la situación ha ido empeorando de tal forma que ha considerado ya no hacerlo y quedarse en México para trabajar un tiempo y reunir algo de dinero para continuar el viaje. La primera opción es Monterrey, donde pretende laborar como cocinera.
“Ha sido muy difícil, la verdad es duro este camino, no es lo mismo que te lo cuentan a vivirlo; desde que salimos hemos caminado mucho, de día y de noche, a veces hemos llegado a lugares donde nos han abierto puertas y nos dejan dormir en un corredor, aguantando mucho frío; pero uno lo hace con mucha esperanza de encontrar un futuro mejor que no hay en nuestro país”.
Los riesgos como mujer han sido amplios, y se aumentan al viajar con dos menores de edad; que han debido sacrificar sus estudios por esta aventura forzada, y es que en Honduras también se cerraron las escuelas y la educación se daba vía internet, lo que obviamente en las condiciones que tenía esta madre de familia era punto menos de imposible.
“Me pedían mil 500 lempiras por cada uno de ellos y al verme sin trabajo y sin nada ya no tuve otra opción que viajar y están sin escuela ahorita”.
En el camino durmió poco para cuidarlos incluso en la noche, aunque confiesa que al ver otras familias confió y “con el favor de Dios”, logró descansar algo; también se enteró de grupos de personas que se dedicaban a asaltar y violentar sexualmente a mujeres, pero afortunadamente no ocurrió nada, “aunque sí sentíamos ese temor”.
Por ahora la Casa del Migrante de Saltillo se convirtió en un remanso para descansar aunque por poco tiempo, ya que es necesario continuar para conseguir al menos la comida, y dejar atrás episodios tan angustiantes como el pasar navidad en una casa de nailon sin tener que comer.
“Donde encuentre trabajo yo soy capaz, lo importante es tenerlo para poder ayudar a mi hijo allá y también a los que llevo, anhelo estar establecida en un solo lugar”, recalca, al confesar que en ocasiones se siente perdida, “pero tengo que ser fuerte”.
Sin oportunidades en su país
La segunda historia es la de una joven profesionista, Ada, que con apenas 24 años de edad se vio obligada a buscar el sustento al cansarse de buscar y no encontrar ninguna oportunidad en su país; donde terminó la carrera de Promotora Social, lo equivalente a Trabajo Social en México.
Ha subido y bajado de transporte urbano y tren, y visitado infinidad de ciudades en el camino, pero por el momento ha sido sin novedad, ya que subraya, sólo ha escuchado de las atrocidades que pueden pasar pero que por fortuna no le han sucedido.
Sin embargo sí tuvo que pagar a la policía para que no la deportaran y desde hace 16 días está en la Casa del Migrante de Saltillo para descansar y continuar a Estados Unidos donde espera encontrarse con su hermano.
“En nuestro país no hay trabajo, y lo que hay es para gente que tiene cuello político; cuando empezó la pandemia nos dejaron de llamar y a la fecha no he conseguido trabajo, dejé currículum en todos lados y nada, por eso uno toma esta decisión”.
Siempre tuvo el apoyo de su madre y su mayor dolor ha sido dejarla en su país, con la esperanza de reencontrarla; pero ante la falta de oportunidades su interés en continuarse preparando y valerse por sí misma la llevó a decidir emprender el viaje.
Está consciente de que es muy probable que no encuentre trabajo en su carrera, aunque tiene la esperanza de poder llegar a regularizarse y continuar sus estudios por allá; otro de los riesgos es no poder pasar y ser deportada después del esfuerzo de llegar a la frontera, o bien poder pasar pero ser forzada a retornar luego de un tiempo.
Sin embargo tiene la esperanza de que todo salga bien, y su mentalidad es de logro, no de fracaso, por lo que confiesa, en el caso más negativo de que deba retornar a Honduras, espera al menos tener la posibilidad de tener tiempo de ahorrar y poner un negocio en su país.
Entre sus anécdotas está que padeció covid-19, pero pudo vencer a la enfermedad, como ahora espera vencer lo que siga.
Como ellas, miles de mujeres deben emprender este viaje, armadas sólo con la esperanza y en el desasosiego de cuidar todos sus movimientos y pasos, a fin de sortear los riesgos que este trayecto tiene ya de por sí, y que se vuelven exponenciales por el sólo hecho de serlo.
CALE