El 18 de mayo de 1968, Jesús Gerardo Sotomayor Garza se tituló como abogado. Han pasado 51 años de los cuales 41 ha sido maestro en activo. Este semestre impartirá Derecho Agrario en la Facultad de Derecho en de la Universidad Autónoma de Coahuila.
En su despacho al menos se observan alrededor de 3 mil libros que son materia de consulta, pues además es cronista de Torreón.
El próximo 31 de julio concluirá labores como magistrado del Tribunal Superior de Justicia del Poder Judicial del Estado de Coahuila, después de 34 años dentro del sistema: primero como actuario, luego defensor de oficio, juez mixto de primera instancia y magistrado del Tribunal Unitario (hoy distrital), hasta alcanzar la magistratura en el Tribunal Superior.
Y sin embargo recuerda que de niño tuvo la oportunidad de reconocer el paisaje lagunero y enamorarse de él como para considerar que su vida podría haberla dedicado a la agricultura.
¿Cómo fue ese encuentro con la historia que lo llevó a ser cronista de la ciudad?
Yo desde que inicié mis estudios de primaria, claro, ya en quinto o sexto, me apasioné de la historia nacional, sobre todo de las culturas azteca y maya, y ahí nació lo que se consolidó en secundaria. Tuve un maestro que marcó mi vida, ya fallecido, el licenciado Raymundo de la Cruz López, “El poeta del pueblo”, como él mismo se decía.
Él me dio la materia de historia de México y me llamaron mucho la atención la conquista y la cultura prehispánica. También todas las fases que pasamos en la independencia, luego la reforma, la revolución.
Sonriente, el magistrado asegura que esa afición lo llevó a escribir sobre el derecho en México.
Luego Editorial Porrúa se interesaría en su edición, lanzando libros que se convirtieron en textos obligados en las facultades de derecho en México. Tengo un libro que se llama “La abogacía”, ahí hablo de la historia de la profesión del abogado; tengo otro que se llama “Historia del de recho” que toma los orígenes para explicar cómo se creó y el cómo se ha desarrollado el derecho.
Y no se diga de los procesos. Tengo un libro que se llama “Procesos penales en la Independencia y la Revolución” donde abordo los procesos contra Miguel Hidalgo, Allende, Morelos, Leona Vicario, y de la revolución empiezo con Madero, Felipe Ángeles, Benjamín Argumedo, Pablo González, etcétera.
Todos los personajes más importantes de la revolución. La Secretaría de la Defensa Nacional tiene un archivo histórico de primera donde se contienen los procesos, y no se diga el Archivo General de la Nación.
¿Qué piensa su familia de este ejercicio? La lectura de estos documentos puede ser muy celosa y el momento de escritura mucho más.
Fíjese que he dividido muy bien el tiempo, usted lo puede ver, ahora estoy escribiendo.
Una vez, precisamente un reportero de la entonces Opinión, Juan Antonio Martínez, hizo un comentario creo que en El Templete, donde escribió: “El inquieto Chuy anda como niño con juguete nuevo, va a presentar un nuevo libro… y nosotros nos preguntamos ¿Y a qué horas las sentencias?” Un día llegó a mi oficina y le mostré, igual que ahora. Y le dije: “Mira, entre ratito y ratito”. Un día dije que lo hacía robándole tiempo al descanso, pero una de mis ocupaciones, ya menos ahora, fue la agricultura.
A mí me encanta la agricultura, yo creo que de no haber sido abogado, me habría dedicado a sembrar la tierra o a la ganadería en pequeña escala.
¿Hay antecedentes familiares que lo hubieran llevado por esa ruta?
No. Lo que pasa es que en mi niñez entré al grupo de los Scouts y ahí el campo me llamó poderosamente la atención, de tal manera que cuando era juez de primera instancia en Torreón, juez tercero de primera instancia en materia civil, me ofrecieron irme de director jurídico de la pequeña propiedad en el norte de Durango, aquí en Gómez Palacio, o sea, la defensa de los agricultores.
Fue un tiempo muy difícil en donde había afectaciones al por mayor, de tal forma que el primer libro que escribí se llama "Compendio de derecho agrario", que cuando cambia la legislación, cambia el título a "El nuevo derecho agrario en México", que fue el primero que Editorial Porrúa me editó y quiero presumirle que ahorita lleva seis ediciones y es libro de texto en muchas partes de la República.
Jesús Sotomayor precisó que fue su amigo, el abogado fallecido Jacinto Faya Viesca, el que llevó a la editorial Porrúa uno de sus libros titulado "Ocasos históricos", que fue rechazado bajo la idea de que le haría competencia al Diccionario biográfico de México.
Yo recuerdo que les dije que no leyeron el libro porque el diccionario de Porrúa es sobre la vida de los personajes y mi libro trata el final de sus vidas.
Tengo el "Ocaso de Benito Juárez" donde narro su última noche en julio de 1872 si mal no recuerdo, claro, tomado el dato de su doctor: en cómo lo atendió, qué le aplicó, qué platicaron.
Es increíble porque él tenía angina de pecho y un remedio de la época era echarles agua hirviendo para bajar la inflamación. Él médico se dijo sorprendido porque el presidente le ordenó que se le aplicara lo que fuera necesario… dijo que veía cómo se le levantaban las ampollas por lo caliente y que no hacía un solo gesto y no movía un solo nervio de la cara.
Era el hombre impasible del que nos habla la historia.
A Jacinto Faya, su amigo, le agradeció y le dijo que consideraba que había “apuntado muy lejos”. No obstante Faya lo exhortó a que continuara insistiendo. Así al publicar el libro sobre Derecho agrario, Jesús Sotomayor le llamó al dueño de la editorial, a quien le mandó este libro editado por la Universidad Autónoma de Coahuila. -Cuando yo le hablo y me comunican con él, me dice: ‘Usted me habla para cobrarme’.
Yo le contesté que no porque yo me di por pagado un día que pasé por una sucursal de Porrúa en México, frente a la alameda, y veo mi libro en el aparador. Y a partir de ahí, me han publicado quince libros. Doctor, ¿y luego cómo empató ese deseo de niño o adolescente de echarle una mirada al terruño, a la agricultura? Ya ha hecho todo lo que ha querido.
¿Se consiguió un rancho?
Tengo unas hectáreas. Cinco hectáreas y me digo nogalero. Yo siempre quise tener, pedía que me vendieran una hectárea para poner una casita y unos arbolitos y animales.
Pero había una ley de fomento agropecuario que estaba combatiendo el minifundio y establecía que las ventas particulares debían ser de 5 hectáreas. Todavía tengo esas tierras por razones del apodo que le pusieron a un hermano mayor que ya falleció.
Le pusimos La Pajarera porque a mi hermano le decían El Pájaro.
¿Si produce?
Sí, poco porque le falta atención. Hoy un hijo mío se está haciendo cargo porque ya no puede uno. Yo lo sábados, le digo, vaya a darse una vuelta y ahí va a ver mi camioneta.