Ana y su hija, son dos migrantes hondureñas que desde hace seis meses abandonaron el campamento improvisado que se encuentra en la frontera entre Matamoros, Tamaulipas y Brownsville, Texas, para mudarse a un departamento en el centro de la ciudad tamaulipense.
Ellas son dos de los cerca de 2 mil 500 solicitantes de asilo que fueron enviados de regreso a México desde Estados Unidos en 2019, como parte del programa “Permanecer en México” y quienes ahora podrán terminar su solicitud en territorio estadunidense.
El departamento lo paga su esposo José de 33 años, quien trabaja como cargador y vendedor en un mercado de Matamoros.
Durante un año esta familia había permanecido bajo la casa de campaña que instalaron a un costado del Río Bravo, pero la inseguridad del municipio los hizo buscar otra alternativa para esperar mientras la Corte de Estados Unidos resolvía si aceptaba o no su solicitud de asilo.
“Decidimos movernos porque ya estaba cansada, ya sentía que no tenía más fuerzas y pues al final decidimos trasladarnos para acá. Todos los días veíamos y nos enterabamos de cosas terribles, no era lugar para mi hija, hay extorsiones, secuestros, violaciones, asesinatos. De todo se ha vivido aquí, hemos visto compañeros de nosotros como han aparecido flotando en el río, lo hemos vivido todo”, expresa la joven madre de 29 años.
Cuando Ana llegó a Matamoros con su esposo e hija en julio de 2019 lo primero que hicieron fue acercarse al cruce fronterizo con Estados Unidos y pedir asilo. Sin embargo, los agentes de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de los Estados Unidos (CBP, por sus siglas en inglés) le dijeron a ella y su familia que primero tendrían que tener una audiencia de asilo para saber si podrían o no ser beneficiados con el programa.
También les dijeron que mientras todo eso pasaba, ellos debían esperar en territorio mexicano, ¿cuánto tiempo? Nadie lo sabía.
“Nunca imaginamos que pasarían tantos meses, pensamos que sería cuestión de semanas, pero conforme pasaron los días entendimos que podría tardar meses e inclusive años”, comparte Ana.
MILENIO estuvo con la joven y su hija cuando llegaron en 2019, en aquel entonces la mujer de origen hondureño explicaba que sí estaba pidiendo asilo no era por gusto, sino porque en su tierra los maras persiguen a todo mundo y los extorsionan, violan y matan.
Aquella vez también compartía que no importaba el tiempo que pasara, ella iba a esperar porque no podía regresar y exponer a su hija a la inseguridad de su país.
Hoy, año y medio después para ella todo el esfuerzo ha valido la pena, con el acuerdo que firmó el presidente Joe Biden para cancelar el programa “Permanecer en México”, el ánimo le ha regresado.
“Siempre estuve segura que esto iba a pasar, había días en los que me quería rendir, pero mi esposo siempre me animaba y que bueno que lo hacía porque finalmente podré cruzar y encontrarme con mi familia, pero además podré darle una mejor educación a mi hija”, agregó.
Ana y su familia viajan ligero, en el departamento en el que viven no tienen mucho, apenas un colchón, una pequeña parrilla, algunos juguetes y ropa en cajas. Decidieron no “echar raíces”, pues aunque pasó mucho tiempo, dicen: “estábamos seguros de que nuestro sueño americano, se iba a cumplir”.
“Hoy sí estoy emocionada porque a veces nos llenábamos de ilusiones y de repente caíamos, todo era incierto, pero ahora ya vemos la luz al final de todo esto”, finalizó.
Para poder ingresar al país, las autoridades estadunidenses informaron que este viernes los casos activos del programa “Permanecer en México” debían ingresar al portal https://conecta.acnur.org y ahí iniciar con el proceso.
Así cómo Ana, Joel Fernandez también ha esperado por año y medio a que sea aceptada su solicitud de asilo. Él es cubano, para llegar hasta Matamoros tuvo que viajar durante seis meses por toda Centroamérica para llegar a México donde abordó la bestia. Pasó por la selva, pago coyotes, corrió de distintos cuerpos policiacos, pero finalmente llegó.
“Yo entre por Tenosique, Tabasco y ahí me subí a la bestia, fue un viaje de 10 días, un viaje terrible porque hay que subirse con el tren en marcha y también bajarse con el tren en marcha, yo vi morir a muchas personas y a otra tantas perder sus extremidades en su intento por subir y bajar de la bestia” comparte el hombre de 53 años.
A diferencia de Ana, Joel no se ha movido del campamento, donde dice hoy ya todos son como hermanos y se cuidan de la violencia.
“En este tiempo hemos aprendido a convivir, a hacernos hermanos unos a otros, a sufrir el dolor de la persona que está tu lado, donde la empatía se ha ido por encima de cualquier diferencia y ya no somos un campamento, hace mucho tiempo que dejó de ser un campamento y somos la nombrada Ciudad Migrante Matamoros.
Para Joel, la noticia del nuevo acuerdo del presidente Biden, significa una beta de esperanza, pues aseguran podrán cumplir su sueño y estar con la familia que desde hace un año y seis meses los espera en territorio norteamericano.
“Atrás se va a quedar no casa de campaña, mi parrilla eléctrica y mi cama sobre el suelo, allá voy a trabajar con mi hermana y mi cuñado en su restaurante, voy a olvidarme del hambre y el frío de esta carpas, voy a conocer lo que es vivir en una democracia”, dice Joel mientras mira del otro lado del Río Bravo.
Joel dejó a sus dos hijas y esposa en Cuba, él salió huyendo de lo que llama “la tiranía”, es opositor.
“El presidente Biden está premiando nuestro esfuerzo, porque tuve tenacidad perseverancia, aún en los momentos más oscuros y difíciles”, finalizó.
ledz