Jaime Vargas, chef duranguense, habla de que el pan de muerto pudiera pensarse como una tradición precolombina, pero no lo es, aunque gastronómicamente es importante en el país.
Explicó que es muy complicado el encontrar vestigios de este tipo de pan antes de la conquista.
Para el chef, la gastronomía tiene una relación estrecha con la historia y en el caso del pan de muerto, los registros más antiguos que se han dado datan el siglo XVIII. Pero en los rastros de los pueblos precolombinos no existen.
“Es parte del discurso nacionalista querer que la cocina mexicana tuviera una raíz antes de los españoles. La realidad es que los documentos antiguos que hablan del pan de muerto, lo más viejo que se ha encontrado son pinturas del siglo XVIII”, comentó.
Vargas fue claro al mencionar que en el pasado el Día de Muertos no tenía que ver tanto con las celebraciones que se han visto en el cine nacional e internacional, donde se muestra una escena producida del festejo y es relativamente nuevo, por eso se tiene la sensación de que la tradición del pan de muerto es ancestral, cuando es inducida.
“Empieza siendo muy fuerte en el centro de la República y empieza a expandirse por medio de todas las vías hacia el norte, si les preguntamos a nuestros abuelos como celebraban el pan de muerto, seguramente dirán que no se hacían altares, sólo se llevaban flores a los fieles difuntos”, dijo.
El pan de muerto significa el cráneo y los huesos cruzados, se hace con dos sabores, tanto la naranja como la flor de azahar, así como con mantequilla, que le genera el sabor tan particular.
Pero en estados sureños hay otras combinaciones, como el pan de ánimas que tiene forma de personas o de sirenas para los espíritus del agua, además de las caritas en Oaxaca.
“Hasta los sabores, si probamos un pan de feria de Tlaxacala, lo que le da el sabor principal es la guayaba, la naranja y la flor de azahar”, declaró.
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