La selección no fue aleatoria. El oficial de la policía de Chicago, Reynaldo Guevara, tenía la fotografía en la mano cuando obligó a dos hombres que desafortunadamente pasaban por la avenida Hamlin, a elegir a Ricardo Rodríguez. Ese acto tan ordinario, estirar el dedo índice, sostenerlo en el aire unos segundos y flexionar nuevamente al centro de la mano, definió durante 20 años la vida de Rodríguez, un joven mexicano de 22 años.
Fue con las famosas pesquisas visuales que se realizaron en un cuarto gris de luz blanca, una mesa de metal con un par de fotografías extendidas. Ahí estaba la de Rodríguez: un cara afilada, pómulos pronunciados, ojos achinados, ceja curva, pelado y a pesar de eso con unas entradas que se notaban bien pronunciadas, con un bigote incipiente que apenas se notaba por arriba de su boca. La verdad, una cara bastante común. Aun así se decidieron por Ricardo.
Según el agente Reynaldo Guevara, dos testigos a quien él detuvo y obligó a identificar, aseguraron que fue el mexicano quien el 16 de diciembre de 1995 se transportaba a bordo de un automóvil en el noroeste de Chicago cuando abrió fuego contra la gente que andaba por ahí. Ese día recibió un disparo mortal Rodney Kemppainen, un vagabundo de 38 años que estaba cerca.
A partir de ese día todo estaba armado para incriminar al joven mexicano, quien no tuvo oportunidad de defenderse. Durante todo el juicio fue la palabra de Guevara, un veterano de la policía de Chicago, que había logrado esclarecer numerosos crímenes, contra la de él, un joven migrante.
El policía imponía: era un hombre robusto de cabello blanco, que siempre andaba con sus lentes de ver, tipo de aviador y que caminaba con un andar pesado, como si tuviera ladrillos de barro en los pies.
Durante el juicio, Guevara testificó que había recibido un aviso anónimo de que Rodríguez era el pistolero, por eso directamente enseñó a los dos testigos la fotografía del joven. El 19 de marzo de 1997 fue condenado en Illinois a pasar 90 años en prisión.
Siempre dijo que era inocente. Aunque eso en prisión no es novedad, es una frase común. En el caso de Rodríguez era verdad y tardó 21 años en demostrar que no asesinó a nadie aquel día.
Por primera vez MILENIO revela que desde el año 2000 a la fecha, 21 mexicanos han sido encarcelados injustamente, acusados por agentes del orden estadunidense quienes fabricaron pruebas en su contra. El modus operandi es el mismo y ni con el pasar de los años se han modificado las fabricaciones de culpables mexicanos.
Tardan en demostrar inocencia
A través de una revisión de archivos públicos, expedientes en cortes locales y federales, así como en el Registro Nacional de Exoneraciones de Estados Unidos, se elaboró una base de datos propia que revela que el total del tiempo que pasaron en prisión estos mexicanos suma 259 años.
Y de hecho al revisar parecen casos calcados: mexicanos jóvenes, indocumentados, morenos, encarcelados gracias a los testimonios falsos de policías norteamericanos. Entre los delitos se encuentran homicidio, abuso sexual, entre otros.
Estos hombres pasaron entre 2 y 28 años encarcelados en distintas prisiones de Estados Unidos, recluidos en condiciones terribles por crímenes que no cometieron y que muchos años después lograrían demostrar su inocencia.
Según el Registro Nacional de Exoneraciones de Estados Unidos, desde el año 2000 a la fecha se han registrado 331 exoneraciones de latinos en ese país. Los años con más liberaciones fueron 2015 y 2016. En lo que va de 2022 se ha comprobado la inocencia de seis hispanos, cinco de ellos habían sido acusados de homicidios, y perdieron en prisión entre 15 y 28 años, por delitos que no cometieron. De acuerdo con el Registro, el promedio de años que tarda un latino en demostrar su inocencia es de 7.5 años.
El detective torturador
Daniel Alberto Ochoa era muy joven cuando llegó a Estados Unidos desde México a trabajar. Físicamente se parecía mucho a Reynaldo Guevara, y tenían casi la misma edad. Veinte años, pelo casi rapado, moreno.
El proceso para inculpar fue prácticamente igual. Daniel Ochoa fue acusado por José López, detective de la policía de Chicago, quien utilizó también dos testigos, uno con cierto grado de discapacidad intelectual.
Según el expediente judicial de Ochoa, fue acusado de un asesinato ocurrido a las 7:30 de la noche del 17 de diciembre de 2002. Joe Maldonado, de 17 años, miembro de la pandilla callejera “Two-Six”, y su novia, Marilu Socha, de 15 años, caminaban en la cuadra 3000 de South Kolin, en Chicago, cuando un auto se detuvo.
Alguien desde adentro les gritó en inglés: “King love!”, lo que históricamente significa que lo hacían en nombre de la pandilla mexicoamericana y rival “Latin Kings”. Socha murió; Maldonado resultó ileso.
El detective López era más perverso: y es que prometió a estos dos testigos que serían liberados si declaraban que el mexicano Daniel Ochoa había cometido el asesinato. Y aunque lo hicieron, después fueron acusados y encarcelados.
Fue así que a las 3:00 de la mañana de un día de diciembre de 2002 alguien tocó la puerta de Daniel Ochoa. Aún adormecido, abrió, e inmediatamente lo esposaron y lo llevaron al patio trasero. Allí el detective López, a gritos y golpes, lo acusó de ser el asesino y le exigió que le entregara el arma homicida.
Ochoa cuenta que esa noche negó estar involucrado o tener conocimiento de un asesinato. Pero eso solo enfureció más al detective López que comenzó a golpearlo en el abdomen y empujó su pulgar en su garganta para tratar de asfixiarlo. Mientras lo hacía le decía que lo iba a matar.
A pesar de que el mexicano negó todo el tiempo su participación, el agente López declaró ante un tribunal que Ochoa admitió haber cometido el disparo y haber ocultado el arma ese día. Y llegó más lejos: en un momento del interrogatorio engañó a Ochoa dándole a firmar unas hojas.
El mexicano no sabía inglés, y López le aseguro que eran los documentos de su liberación. Sin sospecharlo estaba firmando una declaración donde aceptaba ser el asesino de la joven de 15 años.
El 31 de marzo de 2005, basado principalmente en la confesión, un jurado sentenció a Ochoa por el asesinato de Socha y por uso agravado de un arma de fuego, por disparar contra Maldonado. Fue condenado a 90 años de prisión. Los dos testigos, Simón y Betanzos, fueron condenados en juicios separados y cada uno fue sentenciado a 45 años de prisión.
El mexicano Daniel Ochoa tardó 17 años en demostrar que fue engañado por el detective López. Fue hasta el 23 de octubre de 2019 que la fiscalía desestimó los cargos.
La defensa del mexicano lo logró luego de demostrar que López tenía un “historial prodigioso” de mala conducta. Lograron recabar más de 50 denuncias de ciudadanos que demostraban una variedad de conductas indebidas a lo largo de su carrera.
Demostraron que coaccionó físicamente a sospechosos y testigos para que declararan durante el curso de investigaciones, que acosó a civiles y amenazó con incriminarlos. A pesar de esto el detective después fue ascendido a rango de sargento y desde esa posición, él y su equipo participaron en la incriminación generalizada de docenas de personas.
Casos como estos se apilan en los estantes de las defensorías que se especializan en litigios para liberar a falsos culpables: en la base de datos elaborada a partir de los miles de informes en el Registro Nacional de Exoneraciones de Estados Unidos, se encontraron las 21 historias de mexicanos entre los que se encuentran la de Reynaldo y la de Daniel.
Pero también la de Alejandro Domínguez, otro migrante mexicano que fue acusado de violar a una joven de 18 años en Illinois. En ese entonces tenía solo 16 años. Lo mismo un detective instigó a la víctima a asegurar que el mexicano fue su atacante.
La fiscalía no hizo una prueba de ADN, no analizó los residuos. Nada. Fue 9 años después cuando ya estando tras las rejas, el juez aprobó que se hiciera un estudio. Negativo. Domínguez no fue el atacante.
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