Isabel se lleva el siglo XX

Isabel II fue testigo de los desgajamientos coloniales del Reino Unido, así como del ascenso y caída del mundo comunista, de la transición del telégrafo a las redes sociales y a un internet instantáneo.

La reina Isabel II murió este jueves 8 de septiembre. (Reuters)
Horacio Besson
Ciudad de México /

La muerte de Isabel II da un cerrojo al siglo XX, a la historia. Sus 70 años de reinado fueron testigos de una transformación inaudita no sólo del Reino Unido, sino del mundo entero. Las siete décadas que separan a 1952 de 2022 son una vorágine de acontecimientos, pensamientos y saltos en la geografía, política, tecnología y modo de pensar que cambiaron el rumbo de la humanidad.

Isabel II fue testigo de los desgajamientos coloniales del Reino Unido y de las demás metrópolis europeas en África, el Caribe y el extremo asiático, de la frenética competencia nuclear y la consolidación de la rivalidad entre Moscú y Washington (primero en la era soviética y, ahora, en la de Putin), del ascenso y caída del mundo comunista, del paso del telégrafo, radio y del debut de la televisión satelital a las redes sociales y a un internet instantáneo y lejano a las limitaciones geográficas, y de las aperturas en derechos humanos donde la voz, el valor y la valía de mujeres, homosexuales, afrodescendientes y minorías raciales en “países de blancos”, tienen ya una resonancia nunca antes vista y nunca antes tan respetadas pese al largo camino que aún falta por andar.

Formalmente, Isabel II no sólo fue la jefa de Estado del Reino Unido e Irlanda del Norte sino de otras 14 naciones, desde Canadá a Australia y Nueva Zelanda pasando por Belice, colindante a México, y una decena de pequeñas islas caribeñas bajo una Corona que muchos en esos países por recordar un pasado colonialista, al tiempo que voltean la vista a la posibilidad de transformar el sistema de gobierno alejándose del Palacio de Buckingham.

Por eso, cuando el pasado 30 de noviembre Barbados izó su bandera como república parlamentaria renunciando a seguir bajo la jefatura de Estado de la reina, se vislumbró lo que puede suceder en los siguientes años bajo el trono de Carlos III.

Después de permanecer 70 años “en reserva”, el príncipe heredero británico que más tiempo ha esperado para convertirse en rey, Carlos III, estará bajo la lupa no sólo de los británicos y de los ciudadanos de las otras naciones en donde es jefe de Estado, sino de millones de personas en el mundo entero que veían en Isabel II un atractivo determinante para la monarquía y para todo aquello que tuviera el sello “made in England” (o“UK”) y para el universo de los socialité y del espectáculo.

Con un mundo en plena crisis económica, una inflación marcando el ritmo de la carestía y los sacrificios en Reino Unido, una juventud menos prooclive a rendirle pleitesía a los símbolos, un recuerdo de Diana como rival de Camila –la reina consorte–, y una incertidumbre no vista desde finales de los años cuarenta del siglo pasado sobre la resonancia de los tambores de guerra en Ucrania y sus consecuencias para Europa, Carlos se presenta como un débil eslabón de esa gran cadena que ha sostenido por siglos a la Corona británica.

El gran reto de Carlos III es provocar entusiasmo entre la gente y renovar el orgullo por sus raíces de legado y esencia británicos, convencer que ese pasado es inherente a la historia de la monarquía.

La propia reina vivió periodos de baja popularidad. En un rarísimo caso de manifestar su sentir, Isabel II calificó a 1992 como su “annus horribilis” debido a una serie de conflictos de tres de sus cuatro hijos, el incendio de su castillo favorito, Windsor, los señalamientos de derroche de recursos para solventar su restauración y el hartazgo de sus privilegios fiscales que derivó en que, a partir de 1993, tuviera que pagar impuestos.

Eso y la presencia de Diana que al tiempo que renovó la monarquía, opacó a sus integrantes: parcos, “terriblemente correctos”, de un rancio abolengo que no les permitía compenetrar con el ciudadano común mientras ella, sonreía y acariciaba a enfermos sin importar si se recuperaban de lesiones de guerra o por una nueva enfermedad, sida, que los estigmatizaba.

Uno de los momentos más oscuros de su relación con el pueblo británico fue su lenta y en principio muy fría reacción a la muerte de Diana. Por meses, no le perdonaron su actitud.

Y sin embargo, en la balanza histórica, Isabel II será recordada como un pilar inquebrantable del sentir británico, de la congruencia y carisma de un líder, de la entrega y pasión por su país y porque la Corona le quedó siempre a la medida en un andar por el siglo XX que ayer, a sus 96 años, se encargó de darlo por terminado.


DMZ

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