Coronavirus, la puerta de la pobreza... el desolador panorama en España

El costo social para acabar con la emergencia desatada por la pandemia del covid-19 se vislumbra en las largas filas de los comedores sociales, hoy abarrotados de gente que hasta hace dos meses vivía en la economía sumergida de España.

Personas recogen su lote de comida en un almacén de la Cruz Roja en Barcelona. (EFE)
Jennifer Seefoo
Barcelona /

Mihail es el último de la cola. Paciente y en silencio, espera su turno.“Siempre estamos aquí, aunque a nadie le gusta que lo vean aquí; que alguien le reconozca”, confiesa con una tímida sonrisa.

Cuatro largas filas se desprenden de las puertas del comedor social Misioneras de la Caridad, en el centro de Barcelona. Día a día, cientos de personas de escasos recursos se forman en ellas para poder llevarse algo a la boca y así subsistir.

Mihail es de las caras conocidas por las hermanas; recurre a las ayudas del ayuntamiento desde hace años. Para él, el aumento de solicitantes es algo normal, pues cada año se suman nuevos desfavorecidos.

“Con coronavirus o sin coronavirus, la crisis siempre ha existido, no es nuevo; la falta de trabajos, las pagas pequeñas, son lo que nos tiene aquí pidiendo comida todos los días”, dijo.

Miles de personas han perdido su empleo, ya sea de manera temporal o definitiva. Los trabajadores informales, es decir, sin contrato legal y con sueldos precarios, no pueden acceder a las ayudas gubernamentales como las cuotas por desempleo (paro), o las correspondientes a los Expedientes de Regulación Temporal de Empleo (ERTE), al que han recurrido innumerables empresas para reducir o suspender por un periodo de tiempo los contratos de sus empleados.

El panorama es devastador. Los efectos de la pandemia en el mercado laboral comenzaron a notarse a principios de abril. En un lapso de 14 días tras la declaración del estado de alarma, el pasado 14 de marzo, se registró una caída de casi 900 mil afiliados a la Seguridad Social.

Fue un golpe sin precedentes a la economía española. En sólo dos semanas se registraron las mismas pérdidas que en los primeros cinco meses de la Gran Recesión del 2008 provocada por la quiebra de Lehman Brothers.

Doce años después, vuelve la incertidumbre. Pero en aquel entonces fue una pérdida gradual; hoy, la crisis cimbró a la sociedad repentinamente y a todos los sectores.

El impacto del confinamiento ha sido desigual para la población a nivel de ingresos. Para esta esfera social que no contaba con ahorros, la lucha contra la pandemia se gana en salud, pero se pierde en trabajo y comida.

“Por desgracia lo que estamos percibiendo es que cada vez más (gente de) clase media y media-baja se está convirtiendo en clase baja, y ahora hay que pararnos a pensar lo que está pasando con la clase baja, que ya está pasando a una pobreza extrema”, afirmó Jordi Bordas, gerente de la agrupación Eix Comercial del Raval, uno de los barrios barceloneses más golpeados por la crisis ya que vive principalmente del comercio.


"De los 185 negocios registrados en el Raval, 20 han tenido que cerrar definitivamente. Eso sin contar que “no ha venido el gran impacto que es la hostelería. ¿Qué va a pasar con ellos cuando sólo puedan abrir un 30 o 50 por ciento y no haya turismo y la gente de aquí no tendrá dinero para gastar?”, cuestionó Bordas.
“Si queremos que el vecino tenga trabajo tenemos que hacer que las tiendas funcionen. Hay una famosa frase que dice que ‘sólo el barrio salva al barrio’, pues ahora más que nunca la tenemos que aplicar”, agregó.

La pobreza en España ha comenzado su escalada. La hambruna en el país es combatida desde hace años por empresas y Bancos de Alimentos que trabajan junto con los Ayuntamientos de las Comunidades Autónomas, pero comienzan a verse desbordados.

Tan sólo en Madrid se detectó un aumento de ayudas del 30 por ciento. El Banco de Alimentos en la capital recibió, en un mes, el mismo número de solicitudes de asistencia alimentaria que normalmente suma en todo un año.

En Cataluña, las aportaciones han aumentado considerablemente desde el inicio de la pandemia. Dos días después de que se decretara el estado de alarma, las solicitudes se habían multiplicado por cuatro. Algunos centros de ayuda como Caritas han duplicado las ayudas económicas para víveres en un mes, mientras la Cruz Roja suma 60 mil nuevas demandas de comida.

El Banco de Alimentos de Barcelona, en una acción coordinada con el Ayuntamiento y el World Central Kitchen, ha entregado cerca de tres millones de kilogramos de comida repartidos por las 347 entidades que atienden a un total de 125 mil personas.

“Lo que está provocando esta crisis es precisamente que mucha gente que tenía trabajo, que podía subsistir, no con grandes lujos, pero sí subsistir, ya necesita servicios como éste para poder comer”, relató Jordi Bordas, quien también es presidente de la cooperativa del Gimnasio Social Sant Pau, que ofrece sus instalaciones para que personas sin hogar cuenten con un punto para el aseo, y que a su vez entrega menús como apoyo a los saturados comedores sociales.

“Nosotros actualmente estamos haciendo 80 duchas diarias y repartiendo 150 packs de comida diario. Un poco la estadística es que de los 150, la mitad es gente que hace un mes tenía trabajo”, apuntó Jordi, quien recalcó que muchos de los nuevos desempleados “antes se dedicaban a la hostelería” o “hacían chapuzas; trabajos por libre”.

Actualmente, se reparten despensas a mil 200 familias sólo en el barrio del Raval, donde residen 47 mil 274 personas. El que todavía no esté controlada la epidemia agrava la situación. “Tenemos un aforo para cinco duchas y sólo podemos hacer pasar a dos. Encima tenemos un lapso de 80 personas cuando normalmente vienen 200”, lamentó Facundo, empleado del gimnasio, quien se asegura de que se sigan al pie de la letra las normativas de sanidad.

“En la puerta les tenemos que tomar la temperatura; si pasan de los 37 grados no pueden pasar, les decimos que tienen que ir al centro de salud”, dijo.

Ibrahimasory, inmigrante de Guinea, fue un vecino más del barrio del Raval hasta septiembre del año pasado. Hoy, sin trabajo, se ha quedado sin hogar.

Encontró un lugar seguro para dormir en las calles de Plaza España, pero en el día regresa al barrio y pasa las tardes cerca de los comercios buscando empleo. No porta guantes ni mascarilla y conversa con la gente sin miedo a contagiarse.

“Yo no me enfermo, yo creo en Dios y me ducho diario” dijo.

Hoy es el hambre; mañana será la vivienda, cuando llegue el fin del estado de alarma y se levante el veto a los desahucios.

Por ahora la vivienda social es prácticamente inexistente y los alquileres ostentan precios casi impagables para la clase media y los jóvenes independientes.

“La gente no tiene para pagar el alquiler; ni de sus casas particulares ni los comerciantes, de sus comercios. Hay gente que está aceptando pequeñas rebajas a deuda, descuentos a reembolsar a futuro cuando yo no sé cuál va a ser mi futuro”, dijo Jordi Bordas antes de hacer un llamado a las administraciones para “que entiendan que esto lo empezamos a revertir ya, o nos vamos a encontrar con un problema muy grande de alarma social.”

tm

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