A principios de la década de los noventa, Medellín era considerada la ciudad más violenta del mundo. “En los primeros dos meses de 1991 se habían cometido 1,200 asesinatos (20 diarios) y una masacre cada cuatro días. Un acuerdo de casi todos los grupos armados había decidido la escalada más feroz de terrorismo guerrillero en la historia del país y Medellín fue el centro de la acción urbana”, relata Gabriel García Márquez en noticia de un secuestro.
Muy lejos han quedado ya esos momentos oscuros de la metrópoli colombiana. En el transcurso de dos décadas, Medellín pasó de tener el índice más alto de homicidios a ser un referente mundial de urbanismo social y calidad de vida.
Por su sistema de transporte público, su política medioambiental y sus proyectos de inclusión social, en 2016 recibió el premio Lee Kwan Yew World (el máximo galardón del urbanismo) como la “Ciudad más innovadora del mundo”.
El arquitecto, Jorge Pérez Jaramillo, a cargo de la planeación urbana de Medellín durante el periodo 2012-2015, explica cómo la transformación de la capital de Antioquia ha sido una suma de procesos que involucran distintos actores sociales, económicos y políticos.
¿En qué contexto se dio la transformación urbana de Medellín?
Medellín era una mixtura perversa de muchos conflictos que hicieron explosión a finales de los años ochenta. Como la mayoría de ciudades latinoamericanas, sufrió inmigraciones descomunales que hicieron que multiplicara hasta 30 o 40 veces su población sin una estrategia de planificación, en condiciones de infravivienda con todo tipo de precariedades.
El municipio no invertía en urbanismo, porque en Colombia tuvimos democracia regional a partir de 1988. Antes de esa fecha los alcaldes eran elegidos por el presidente de la República sin ningún mecanismo democrático; no había políticas municipales maduras ni estructuras institucionales sólidas.
Y finalmente, Medellín pasó por su crisis más famosa por su estructura interna de ilegalidad manejada por el crimen organizado, lo que derivó en conflictos por el control territorial entre milicias y pandillas, en algunos casos conectadas con organizaciones guerrilleras y en otras asociadas al llamado Cártel de Medellín. Todo esto creó una economía tremendamente precaria con niveles de crimen y violencia realmente brutales. Los secuestros, asesinatos y ataques terroristas con carros-bomba y lanzacohetes de aquellos años no son comparables con nada que exista.
¿Cuáles fueron los detonantes para la transformación urbana?
Si se piensa en la ciudad ideal, Medellín está todavía lejos de serlo; pero si se piensa en la ciudad que fuimos en los años ochenta y la comparamos con lo que hemos hecho estos años, realmente ha sido una transformación profunda y hermosa en aspectos trascendentales y en términos sociales. Una ciudad como Medellín, con una sociedad muy fracturada, conservadora y clasista, fue capaz de entender, a fuerza de crisis, que tenía que darle voz a la gente. El peor año de la violencia, 1991, fue también el año en que Colombia adoptó una nueva constitución política. Ese factor fue definitivo para emprender cambios, porque esta nueva constitución, bastante liberal en términos de derechos humanos, con una mirada municipalista le dio fortaleza al poder local y promovió la participación ciudadana.
El peor momento nos encontró con la posibilidad de hacer cambios estructurales en la política nacional. A través de un proceso de diálogo, que implicó a todos lo sectores de la sociedad, buscamos las salidas y encontramos el camino. Los noventa fueron años de maduración de ese diálogo, de configuración de la institucionalidad, de planificación de políticas públicas.
La lección de todo esto es que una sociedad urbana que apueste a construir un acuerdo de futuro desde el diálogo democrático puede transformar casi cualquier realidad.
¿Qué acciones en materia de planeación urbana resultaron de este proceso democrático?
Medellín ha sido un laboratorio de planificación y de alguna forma la planificación fue una herramienta de respuesta a la crisis. Es la única ciudad colombiana que tiene Metro, pero la construcción de este transporte estuvo inmersa en escándalos internacionales de corrupción. Costó mucho trabajo sacar esa obra adelante, los ciudadanos pagamos impuestos especiales a la gasolina, al tabaco y a otros productos para financiar la deuda generada para el Metro y eso nos enseñó que teníamos que cambiar esas costumbres institucionales.
A través de campañas de carácter cívico, el Metro pasó de ser odiado a convertirse en la obra más querida y cuidada por la ciudadanía; se volvió un factor de orgullo y de cohesión, pero además provocó la creación de un plan maestro de espacio público: la sociedad empezó a discutir sobre cómo la violencia nos había encerrado y nos había quitado la ciudad y la vía pública. La sociedad se volcó a reclamar la calle y empezaron a darse experimentos en pequeña escala en los barrios, lo que se llama de acupuntura urbana. La primera generación de esos proyectos fueron los “Núcleos de vida ciudadana”, simultáneo a eso hubo un programa de mejoramiento integral de viviendas en comunidades pauperizadas. Así la ciudad fue estructurando proyectos urbanos que dieron paso a obras emblemáticas.
A finales de los noventa se construyeron tres proyectos pilotos del cambio urbano: el Parque de los Pies Descalzos, el Museo de Antioquia, de la mano de la Fundación Botero; y el Parque de los Deseos, asociado al planetario que ya existía y donde se construyó también La Casa de la Música.
Esos proyectos fueron el motor de una nueva actitud ciudadana. En este siglo, Medellín ha sido un enorme espacio de experimentación con obras de equipamientos culturales, infraestructura de transporte sistemas de parques y espacios públicos.
¿Cómo contribuyeron estas acciones urbanísticas a disminuir los índices delictivos?
La obra física no es la única que transforma una ciudad. A mí me va muy bien cuando se dice que el urbanismo cambió Medellín, porque ese es mi trabajo, pero no es justo. El camino para construir una sociedad más segura y pacífica es una suma de procesos democráticos y de liderazgo político favorable a los intereses colectivos. El momento más esplendoroso del urbanismo en Medellín empezó cuando los índices de homicidios ya se habían reducido casi en un 65 por ciento.
La única fórmula para una ciudad con seguridad y calidad de vida es forjar una sociedad con roles activos, con ciudadanos comprometidos con la democracia, crear una sociedad que apuesta por superar las brechas de inequidad, para que todos tengan acceso al agua potable, a la energía, a la educación y a la salud. A partir de los años noventa se priorizó la educación pública y se invirtió en jardines y nutrición infantiles; en espacios culturales, recreativos y deportivos.
En Medellín llegó un momento cuando en algunos temas, no en todos, no importaba de qué orilla política era el alcalde. Cuando hay políticas urbanas que invierten en el bienestar de la sociedad, la ciudadanía dice “no me importa si es liberal, si es conservador, si es de izquierda o de derecha. Me importa qué va a hacer por nosotros”. Insisto en esa noción de proyecto colectivo con propósitos que van más allá de los grupos de interés y donde hay una visión a largo plazo, porque es casi imposible cambiar una ciudad en un solo periodo de alcalde.
Claramente, la planificación, el urbanismo, la arquitectura y la ingeniería tienen un rol trascendental, pero sin las variables políticas, intelectuales y financieras, es muy difícil que una ciudad logre avanzar.
El alcalde Aníbal Gaviria (2012-2015) sintetizó muy bien este concepto en lo que llamó “Ciudad para la vida”. La tesis es muy simple: si el 80 por ciento de las personas de América Latina habitan en las ciudades, si ese es el espacio de la vida de la gente, hay que hacer ciudades donde tengan una buena vida. Esto tiene que ver con acueductos, energía, veredas, transporte público, educación pública.
¿Cuál debe ser el camino para crear mejores ciudades en medio de la crisis sanitaria actual?
La pandemia nos está mostrando la necesidad de tomarnos en serio los problemas y de quitarle a la ignorancia el liderazgo de las ciudades. Asumamos que hay fenómenos como el cambio climático, el calentamiento global, pero también la violencia y la segregación racial y en términos de espacio físico. Hay mucha información que nos permite conocer la experiencia en otras partes del mundo. Hay ciudades que han entendido las variables esenciales para la vida de las personas, como desplazarse de la casa al trabajo o a la recreación en condiciones dignas y eficientes.
Las ciudades no son el problema, las ciudades son la solución. Necesitamos priorizar lo que los diagnósticos nos han mostrado. En Medellín no se aplicó ninguna receta extraordinaria, se hizo lo obvio pero lo obvio se vuelve extraordinario y trascendental cuando nunca antes se ha priorizado.
La novedad es el covid-19 como un factor de impacto brutal y sin antecedentes. Sin embargo, hoy que hablamos de pandemias, insisto en que la urbanización precaria es otra pandemia que cuesta vidas, que afecta la salud física y mental y que tiene a más de mil 500 millones de personas en el planeta viviendo en las peores condiciones.
¿Cuál es la estrategia ante la crisis climática?
Es urgente entender que el cambio climático llegó. Hay que reconciliarnos de manera regenerativa con los sistemas naturales, recuperar los sistemas hídricos, las quebradas, los lagos, las lagunas, los ríos; lo que queda del bosque. Hay que cuidar los ecosistemas para prevenir el riesgo de desastres naturales.
Es vital entender que una sociedad donde la mayoría de personas no puede moverse en vehículos privados requiere de transporte colectivo, pero ojalá se implementaran sistemas de movilidad no motorizados. Si por lo menos el 10 por ciento de los viajes del día en una ciudad se hacen en bicicleta, los cambios en cuanto a polución, congestión y calidad de vida serían estructurales. Además, es necesario contar con urbanismos de proximidad, con buenos andenes donde la gente pueda caminar segura, donde los adultos mayores —que cada vez son más— puedan moverse sin un automotor y los niños vivan bien en sus barrios.
Cuando hablamos de seguridad nos imaginamos al Cártel de Sinaloa asesinando gente, pero la seguridad tiene que ver también con los desastres como los que acaban de ocurrir en Bélgica, en Austria, en el norte de Alemania, en algunas zonas de Italia, en China, en la India, donde los desbordamientos de ríos y las avalanchas de tierra están matando a la gente y quebrando patrimonios económicos de toda una vida.
Hemos ignorado esto, pero ahora es momento de tomarlo en serio y hacer las cosas de manera distinta.
ledz