Me decepcionó saber recientemente que Estados Unidos ha creado para sí mismo un problema logístico, tan estupendamente estúpido, que uno no puede evitar preguntarse: "¿Es prudente permitir que esta nación supervise el diseño de sus estampillas postales festivas, y que presida la administración de un extenso sistema de autopistas interestatales o un arsenal nuclear? Es lo más tonto que he escuchado. He llegado a pensar en ello como la Paradoja Perpetua del Centavo".
La mayoría de los centavos acuñados por la Casa de la Moneda de Estados Unidos se entregan como cambio pero nunca se gastan.
Esto crea una demanda incesante de nuevos centavos para reemplazarlos, de modo que las transacciones en efectivo que necesiten centavos para liquidarse (es decir, cualquiera que termine con los dígitos 1, 2, 3, 4, 6, 7, 8 o 9).
Debido a que estos centavos de reemplazo no se gastan, deberán reemplazarse con otros nuevos centavos que no se usarán, y se repondrán con más centavos (que tampoco se gastarán y serán reemplazados). En otras palabras, producimos centavos porque nadie usa los que acuñamos.
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De centavo en centavo
Un cálculo conservador sostiene que hay 240 mil millones de centavos dispersos en Estados Unidos, aproximadamente unos 724 centavos (o 7.24 dólares) por cada hombre, mujer y niño en el país, suficientes para entregar dos centavos a cada humano desorientado nacido desde el inicio de la humanidad (para distribuirlos, tendríamos que volver al origen y dar a nuestros primeros seis mil millones de ancestros un tercer centavo estadounidense).
Estos son sólo una fracción de los cientos de miles de millones de centavos emitidos desde el año 1793, de los que la mayoría han sufrido un destino misterioso, a veces descrito en registros gubernamentales, con un toque de sobrenaturalidad, contablemente indeseable, consignado como "desaparición".
Hasta donde se sabe, el centavo estadounidense es la moneda más producida en la historia de la civilización, y el retrato de Lincoln es la obra de arte más reproducida en el planeta.
Aunque los centavos casi nunca se usan para su propósito ostensible (hacer compras), ahora mismo una de cada dos monedas en circulación tiene un valor nominal de un centavo. La mayoría de las que aún no han “desaparecido”, están, según un informe de 2022, "sentadas en los frascos de monedas en los hogares de los consumidores".
Es crucial que permanezcan allí. Hace cinco años funcionarios de la Casa de la Moneda admitieron que, si una modesta porción de estos centavos dormidos regresara repentinamente a circular, el flujo sería "logísticamente inmanejable". Habría tantos centavos, increíblemente, que no habría suficiente espacio para contenerlos dentro de las bóvedas gubernamentales.
Moverlos de un lugar a otro sería lento, engorroso y costoso (sólo 100 dólares en centavos pesa más de 55 libras). Con cada nuevo centavo acuñado, este tema se vuelve ligeramente más problemático.
El gobierno de Estados Unidos ha ignorado deliberadamente este problema matemático sin sentido por décadas. Hace 48 años, en sus cartas al Congreso, William E. Simon, entonces secretario del Tesoro, suplicó a los legisladores que "consideraran seriamente" abandonar las monedas de un centavo lo antes posible.
El frenético ritmo al que los centavos desaparecían de circulación, según un informe del Tesoro, pronto sumiría a la Casa de la Moneda en "una espiral interminable de producción cada vez mayor", mientras se esforzaba por reemplazar los centavos no usados, con más centavos que tampoco se utilizarían; algo como poner una cubeta para remediar una gotera del techo, y resulta que la gotera es el océano porque la habitación fue construida bajo el mar y la única salida es diseñar cubetas cada vez más grandes. La moneda debería ser erradicada, razonaba el informe, a más tardar en 1980.
Hace 25 años, Philip Diehl, entonces director de la Casa de la Moneda, declaró que "dos tercios de los centavos producidos en los últimos 30 años" (de 1969 a 1999) habían "salido de circulación". Así que aún en la época en que tres cuartas partes de los pagos estadunidenses se liquidaban en efectivo, los centavos no se gastaban.
Una encuesta de la Reserva Federal de 2022 halló que los americanos pagaban en efectivo solo 18 por ciento de las veces. Es imposible saber cuántas transacciones podrían involucrar monedas, y mucho menos centavos; la Fed ni siquiera intenta rastrearlo. Sin embargo, una cosa que sabemos con certeza sobre las monedas de centavo de Estados Unidos es que producir cada una cuesta más de tres centavos.
¿A qué se debe que en 2024 Estados Unidos siga sacando centavos como una botella en eterna ebullición, que derrama efervescencia imbebible?
Los funcionarios, numismáticos, economistas, científicos, industriales de chatarra, operadores de máquinas de centavos alargados para recuerdo, historiadores, empresarios, investigadores de la pobreza y canadienses a los que pregunté, asignaron claramente culpas: a un Congreso desinteresado; a cabilderos con amplios intereses; a los sentimentales; a personas malas en matemáticas; a una población dispuesta a proporcionar, a perpetuidad, almacenamiento privado gratuito de fichas sin sentido recubiertas de cobre (este último grupo abarca a toda persona en posesión de al menos un centavo).
Pero la verdad del por qué los estadounidenses están condenados a caminar eternamente por un pantano con olor a sangre de moneda de centavo, puede ser simultáneamente la razón más desalentadora y alentadora imaginable: Posiblemente olvidamos que no tenemos que hacerlo.
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El dilema de abolir el centavo
La necesidad de abolir el centavo ha sido obvia para quienes han estado en el poder por tanto tiempo que la incapacidad de lograrlo ha transformado a la moneda en el símbolo de una podredumbre más profunda: Hace 11 años, el presidente Barack Obama llamó al centavo "una buena metáfora de los más grandes problemas" del gobierno.
"Es muy difícil deshacerse de cosas que no funcionan, eliminar al centavo es algo para lo que un presidente (por ejemplo, él hace 11 años) necesitaría legislación", aseveró Obama.
Cuando Robert Whaples, economista de la Universidad Wake Forest, publicó un artículo en 2006 sobre el imperativo de eliminar la moneda de 1 centavo, recibió una nota personal: "¡Hazlo, y merecerías el Premio Nobel!"
La nota era de Paul Volcker, ex presidente de la Reserva Federal, quien supervisó técnicamente el pedido anual de miles de millones de centavos de la Casa de la Moneda para su distribución entre la población.
"A nivel de política, creo que todo mundo está de acuerdo en que esto es ridículo", me dijo Philip Diehl, quien fue el 35º director de la Casa de la Moneda de 1994 a 2000.
Edmund Moy, el 38º director de la Casa de la Moneda de 2006 a 2011, me dijo: "Fui al Congreso y les dije: 'oigan, estoy perdiendo 90 millones de dólares al año en centavos, Les dije: 'Ustedes necesitan aprobar una ley que me obligue a cambiarlo'".
Steve Stivers, congresista del 15º Distrito de Ohio, lideró múltiples intentos infructuosos de revisar las leyes de acuñación mientras servía en la Cámara de representantes de 2011 a 2021 (trató de obligar a la Casa de la Moneda a hacer centavos de acero laminado en frío, algo que casualmente producen en Ohio).
Stivers atribuyó sus fracasos de ley a "una resistencia al cambio, y a la idea de tener que estudiar cada pequeña cosa antes de pensar en un cambio".
Él estaba especialmente irritado porque un estudio encargado por la Casa de la Moneda sobre aleaciones alternativas concluyó, en parte, que no habría ahorros importantes si se acuñaran centavos en acero inoxidable.
"¡No propusimos acero inoxidable, por amor de Dios!", exclamó Stivers desde su oficina en Columbus (ahora presidente de la Cámara de Comercio de Ohio). "¡El acero inoxidable es mucho más caro!"
Consulté a Andrew Von Ah, quien, como analista de infraestructura de la Oficina de Responsabilidad Gubernamental, examinó con escrupuloso detalle el programa de moneda física y está mejor posicionado que la mayoría para explicar por qué Estados Unidos aún acuña centavos.
"No hay una gran razón del porqué", dijo.
Cronología numismática
La lógica recursiva y enloquecedora de la fabricación de centavos está incrustada en el nombre mismo de la moneda.
El valor representado por lo que los estadounidenses modernos llaman "pennies" era contado por los colonos ingleses en "pence"; que era una contracción de una palabra inglesa más antigua: "pennies".
Oficialmente, los colonos americanos seguían el sistema británico que dividía una libra en; claro, ¿por qué no? 240 partes.
En la práctica, sin embargo, el "dinero" de América era una mezcla mutante que incorporaba dólares de plata españoles (conocidos como "piezas de ocho"; podían ser cortados en; ¿por qué no?, en ocho partes iguales para dar cambio), pieles de castor, hojas de tabaco, wampum y (frecuentemente sin valor) trozos de papel.
Años antes de que América tuviera a su primer presidente, Thomas Jefferson instó a que las denominaciones de una moneda se reconfiguraran hasta ser estúpidamente fáciles de entender: Todo hecho por decenas.
En 1784, propuso el dólar como unidad base de la nación, porque los dólares de plata españoles eran tan populares que la gente ya entendía cuánto compraba un dólar (como secretario del Tesoro, Alexander Hamilton recomendó nombres de monedas decimales: "disme" del latín decimus para la décima parte; "cent", de centum, para la centésima parte).
"La influencia española aún sobrevive en la moneda de 25 centavos, denominación que representa "dos bits" (un cuarto de un dólar español). Uno o dos bits (12½ centavos o 25 centavos) fueron, por muchos años, precios "extremadamente populares" para pequeños artículos como cepillos de pelo o pañuelos", dice Jesse Kraft, curador de la Sociedad Numismática Americana.
Las cosas ultra-baratas costaban un par de centavos, o lo habrían hecho, si hubiera suficientes para circular, pero la falta de cambio pequeño circulando durante la infancia del país hizo difícil comprar o vender artículos individuales baratos.
Tan urgente era la crisis que la Casa de la Moneda fue el primer edificio público erigido por ley federal, en el sitio de una destilería de whisky abandonada en Filadelfia. Era vigilada por la noche por un hombre armado con una espada y un perro "salvaje" (costo: 3 dólares) al que nadie más que él estaba autorizado a alimentar para que no se volviera manso.
Hoy en día, los centavos aún se acuñan en Filadelfia y Denver. La razón oficial de la Casa de Moneda para hacerlos es que la Reserva Federal lo ordena. Específicamente, la Fed les "compra" monedas a su valor nominal y las almacena en bolsas para distribuirlas a bancos por todo EU.
Esperaba presenciar en persona el nacimiento de una nueva cohorte de centavos, pero un representante de prensa insistió en que él y otros profesionales de la Casa de la Moneda "no tenían idea" de cuándo o dónde se harían centavos, que no podían precisar el día, o incluso la semana, en ninguna de sus dos instalaciones.
Pregunté: ¿esto significaba que es un procedimiento estándar en la fábrica de monedas más grande de la Tierra (Filadelfia), que acuñó el año pasado más de dos mil millones de centavos, no decidir “el día de” cuándo producir alguna de las seis denominaciones existentes? "Sí", dijo (aunque para ser justos el representante de prensa aclaró más tarde que la Casa de la Moneda de Filadelfia no decide "el día de" qué monedas producir).
Obtuve detalles más sustanciales de un portavoz jubilado de la Casa de la Moneda: Tom Jurkowsky, quien dirigió sus comunicaciones corporativas de 2009 a 2017.
Jurkowsky sentía que, durante su mandato, la estrategia de relaciones públicas en el Departamento del Tesoro, que supervisa a la Casa de la Moneda, era evitar llamar la atención sobre la supervivencia zombi del centavo.
Los funcionarios temían la ira pública si una masa de estadunidenses alguna vez notara la irracionalidad de las estadísticas de producción y se enfrentaran cara a cara con la verdad: "Cuán tonto es", dijo. "Cuánto dinero cuesta producir centavos".
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Contratos multimillonarios en juego
Casi todos los ex funcionarios federales que entrevisté sobre la interminable producción de centavos señalaron con el dedo a una pequeña empresa en Greeneville, Tennessee, llamada Artazn.
Durante 43 años, Artazn ha tenido contratos del Departamento del Tesoro para fabricar "blanks" de zinc, que la Casa de la Moneda estampa en monedas de 1 centavo. Estos contratos generan más de mil millones de dólares en ingresos desde 2008.
Jurkowsky citó el cabildeo de la empresa como la razón número uno por la que los proyectos de ley de reforma monetaria mueren en el Congreso.
Eso puede ser cierto en términos de asignación explícita de dólares, pero la inercia política ha hecho aún más para ayudar, gratis, a la causa de Artazn. Según el grupo de transparencia gubernamental OpenSecrets.org, desde 2006 la empresa gastó menos de 3 millones de dólares, una cantidad encantadoramente modesta, en cabildeo relacionado con monedas.
La historia del contrato de Artazn inició en una época de aumento de precios del cobre: a principios de los años 70. Los centavos, entonces aún con 95 por ciento de cobre, comenzaron a desaparecer, aunque no por las razones (falta de valor, inutilidad) por las que desaparecen ahora, sino porque de repente se habían vuelto valiosos e incluso útiles.
El Servicio Secreto confiscó un alijo de centavos de una planta de General Electric en Kentucky, donde eran perforados y colados en electrodomésticos como sustitutos más baratos de arandelas de cobre. En McDonald's pagaban a los clientes por traerlos: En algunos lugares, una persona podía cambiar 100 centavos y recibir un dólar más una moneda de 10 centavos y una de cinco.
Temiendo ciclos interminables de acaparamiento y rescate de centavos, el Congreso buscó un nuevo metal base para las monedas: Tenía que ser más barato que el cobre, resistir el trauma de estar cerca de las llaves en un bolsillo (algo que los investigadores replicaron diligentemente rotando monedas y llaves dentro de un tambor forrado de algodón), y que en caso de que algunos niños, inevitablemente, se tragaran una moneda, ésta debía ser detectable por rayos X.
Se sugirió que las monedas podrían ser casi 98 por ciento zinc, con recubrimiento de cobre para que se vieran como centavos. A la industria del zinc le encantó la idea.
El Consejo de Fabricantes de Cobre y Latón demandó al Departamento del Tesoro para evitar su implementación, sin embargo, no tuvieron éxito.
Los bandos chocaron sobre si las monedas propuestas, esencialmente, se autodestruirían. El cobre es excepcionalmente resistente a la corrosión. En teoría, entonces, un objeto de zinc perfectamente encerrado dentro del cobre se corroerá lentamente.
Pero el delgado recubrimiento de cobre de los centavos se raya fácilmente y, por razones metalúrgicas esotéricas pero indiscutibles, el zinc expuesto que está adyacente al cobre puede corroerse rápidamente.
"Desde una perspectiva de corrosión", no tiene mucho sentido", puntualizó Suveen Mathaudhu, profesor de ingeniería metalúrgica y de materiales en la Escuela de Minas de Colorado.
Los foros en línea cuyos ámbitos son la eterna búsqueda de objetos brillantes por parte de los humanos (detección de metales, colección de monedas, etc.) están llenos de imágenes de centavos modernos desintegrándose de adentro hacia afuera. Recolectados en patios traseros y playas lucen picados, cubiertos de costras calcáreas o poseen un elemento extraño a la mayoría de los círculos: esquinas. Algunos tienen agujeros limpios. Los aficionados emplean un término despectivo para los centavos posteriores a 1982, que a menudo se parecen a artefactos dragados de naufragios del Egeo, los llaman zincolns.
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Fuimos advertidos sobre todo esto
En marzo de 1981 un ingeniero de la Asociación de Desarrollo del Cobre le dijo al Congreso que la propuesta de yuxtaposición de cobre y zinc representaba "el peor arreglo posible" desde el punto de vista de la corrosión.
El Congreso lo aprobó de todos modos, pero debido a que la Casa de la Moneda, quien fabricó todas las monedas desde 1792, no estaba equipada para producir discos de zinc galvanizados con cobre, la fabricación de blanks de centavo se subcontrató.
En julio de 1981, el Tesoro otorgó para este trabajo su primer contrato multimillonario a la división de metales y químicos de Ball Corporation, fabricantes de los famosos frascos de vidrio (coronados con tapas de rosca menos famosas, hechas de zinc).
La actual fabricante de blanks para monedas, es la división de una compañía propiedad de un fondo de capital privado, que se vendió tras ser parte de un conglomerado y ser escindida de una subsidiaria de Ball. Los nombres en el camino incluyen a Ball Brothers Glass Manufacturing (en la década de 1880), Jarden (por los frascos) y hoy Artazn (cuyo nombre termina con el símbolo químico del zinc).
La generosidad de Artazn ha asegurado la URL pennies.org y financió la creación de la página web oficial de "Americans for Common Cents", una organización que consiste en un sólo hombre, un cabildero de Washington llamado Mark Weller.
En su rol de director ejecutivo de Americans for Common Cents, Weller ha testificado ante el Congreso, fue citado en informes gubernamentales y escribió editoriales de circulación nacional. Declinó ser entrevistado para este artículo, pero los argumentos que presenta a favor de la continuidad de la producción de centavos están plasmados en su sitio web, un invaluable arsenal de propaganda para los fans de los centavos.
La sección "Mitos y Hechos sobre el Centavo" del sitio web, reproduce una de las afirmaciones más apasionadas de la organización.
"El centavo ayuda a las organizaciones benéficas a recaudar cientos de millones de dólares cada año para causas importantes", aseguran.
Contacté a la Sociedad de Leucemia y Linfoma, que Weller describe como dependiente, significativamente de pequeñas, pero críticas contribuciones de centavos, para preguntar sobre su dependencia de las monedas.
Coker Powell, vicepresidente ejecutivo y director de ingresos de la organización, me dijo que la sociedad descontinuó la recolección de monedas, pues se volvió cada vez más costosa.
"Las donaciones de cambio suelto bajaron en las últimas décadas", comentó.
Pese a la escasez de centavos, el invierno nuclear para la caridad pronosticado por Americans for Common Cents no se cristalizó.
"Solicitar donaciones en forma de 'redondeos' a las transacciones con tarjeta de crédito mucho más lucrativo de lo que jamás fue la recolección de monedas", resaltó Powell.
¿Quién realmente necesita estas monedas?
"Los pobres, personas con ingresos relativamente bajos (jóvenes, ancianos y minorías)", afirma Weller, son quienes usan con más frecuencia efectivo que las de altos ingresos. Igual que los estadunidenses no bancarizados que no tienen otra opción.
Los sociólogos que consulté, cuyo trabajo de campo examina la economía de la pobreza en Estados Unidos, desafiaron esta noción. "Llevar fajos de centavos para comprar, digamos, una bebida, no parece factible", refirió Jacob Faber, profesor de la Universidad de Nueva York que estudia la desigualdad.
La economía sin efectivo creció enormemente en la última década. Sarah Halpern Meekin, socióloga del Instituto de Investigación sobre la Pobreza de la Universidad de Wisconsin Madison, me dijo que la mayoría de las personas con bajos ingresos realizan transacciones sin efectivo, en aplicaciones como Cash App, por ejemplo.
Walmart, el mayor empleador del país, paga a sus trabajadores que no proporcionan información bancaria con tarjetas de débito marca Walmart. Los bancos de plasma a menudo distribuyen pagos en tarjetas de débito prepagadas. Es cierto que el uso de efectivo es más alto entre los hogares con ingresos bajos, y ningún experto sugirió que fuera obsoleto o impopular.
Pero sí un número significativo de estadunidenses depende de las monedas de un centavo para realizar compras, no hay evidencia de ello.
Si la importancia de una institución que suministra dinero se correlaciona con la cantidad de dinero que proporciona al público, la Casa de la Moneda de EU importa mucho menos a los estadounidenses que la empresa Coinstar, cuyos quioscos distribuyen al año casi el doble de monedas que las prensas del gobierno.
Sin embargo, en Coinstar no sólo existe sino que prospera, y no sólo prospera sino que es indispensable para la cadena de suministro de dinero estadounidense: Cada año, Estados Unidos elige emitir una porción de su moneda en un formato, donde gran parte de los estadunidenses consideran inconveniente para la mayoría de los usos: pequeños discos de metal.
Por una comisión, Coinstar transforma el “cambio” en otros formatos en que se emite la mayor parte de la moneda estadunidense: billetes de papel o pagos electrónicos.
El sistema funciona igual que si Estados Unidos emitiera una parte de su moneda envuelta en una capa de una pulgada de grueso de Saran wrap (plástico transparente para envolver alimentos); y las máquinas de Coinstar dieran el servicio instantáneo de desenvoltura, que cualquiera podría pagar.
Desde su debut en 1992, los quioscos de Coinstar han procesado más de un billón de monedas de varias denominaciones, por un valor de casi 67 mil millones de dólares.
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Digamos que se vacía un vaso de Big Gulp lleno de monedas por valor de 25 dólares en el quiosco de un Fiesta Mart en Houston. Cada moneda pasa frente a un sensor que, en una fracción de segundo, analiza su contenido metálico y revela su denominación, antes de que caiga al depósito del quiosco. Coinstar toma una tarifa de servicio (digamos, 12.5 por ciento) y a veces una tarifa de transacción (0.59 dólares) para devolver algo así como 21.28 en (sobre todo) billetes.
En 22 días, 550 libras de peso monedas sueltas caerán al vientre del quiosco de Fiesta Mart, y una vez lleno al 90 por ciento, la máquina alertará "Es hora de cosechar las monedas".
Desde Fiesta Mart, las monedas se transportan en camión a un centro de procesamiento regional, donde se dividen por denominación. La mayoría termina en enormes cubos blancos, llamados bolsas balísticas, designadas por banco.
Cuando una bolsa balística se deposita en, por ejemplo, Bank of America, éste paga electrónicamente a Coinstar el valor de su cubo gigante.
Ahora digamos que una tienda en Katy, Texas, necesita centavos, puede solicitarlas a su banco, por ejemplo, Bank of America, que los saca del cubo y los embute en rollos de 50 centavos.
Al llegar a la tienda, los centavos enrollados se vierten en el cajón de una caja registradora, donde permanecerán hasta que se den como cambio, y que, estadísticamente hablando, lo más probable encuentren su camino hacia otra taza, portavasos u otra ubicación teóricamente accesible (pero, en la práctica, raramente accedida).
Si contamos el viaje inicial en el Big Gulp, estos centavos habrán cambiado de custodia cinco veces, y realizado múltiples viajes en automóvil, para facilitar la parte absolutamente menos importante de una transacción.
Adiós a la morralla
La pandemia aniquiló este ciclo. Los antiguos viajeros no tenían razón para introducir monedas en parquímetros, alcancías de autobuses y cabinas de peaje. Incluso al salir de casa, millones de personas decididas a pasar el menor tiempo posible en espacios públicos cerrados, dejaron de canjear su morralla en máquinas de Coinstar. Los depósitos cayeron 60 por ciento al comienzo de la pandemia.
Como resultado, los bancos, que dependen de Coinstar para coreografiar el ballet nacional de recirculación de monedas, recibieron 60 por ciento menos de lo habitual.
Pronto florecieron carteles en ventanillas y carriles de pago de los negocios estadounidenses, instando a pagar con tarjetas de crédito o débito, o cambio exacto, debido a una escasez de monedas a nivel nacional.
De hecho, el país aún tenía todas las monedas que necesitaba para dar cambio. El problema fue que estaban sentadas en frascos, bolsillos y portavasos. Los centavos, en particular, no regresaron a los negocios, debido a que Coinstar es prácticamente el único medio por el que los centavos acuñados con vigor troquilídeo por la Casa de la Moneda migran por Estados Unidos.
Los quioscos verdes Kelly de Coinstar, ya se encontraban en las principales ciudades estadounidenses cuando su actual director ejecutivo, Kevin McColly, se unió a la compañía hace más de 20 años.
El trabajo de McColly, dijo que era averiguar "cómo llegar a Scranton; a Chattanooga; cómo abrir Alaska".
Hoy, 92 por ciento de los estadunidenses vive a menos de cinco millas de alguno de los 18 mil quioscos de Coinstar.
El genio de Coinstar fue cobrar a la gente un poco por algo que podían tener gratis, su propio dinero.
Lidiar con monedas era lo suficientemente molesto como para que la gente estuviera dispuesta a pagar a una máquina para hacerlo.
Resulta que los bancos también lo estaban. Innumerables instituciones financieras que antes procesaban monedas de clientes directamente, gratis, ahora subcontratan esa tarea que consume tiempo a Coinstar.
"Excepto en Minnesota, que McColly describió como un estado históricamente malo, debido a su feroz compromiso con la amabilidad del Medio Oeste", dijo, por el número desproporcionado de bancos en Minnesota que aún maneja monedas gratis.
Incluso las personas que se molestan en depositar el cambio que juntan, que representan una parte de quienes lo acumulan, están perdiendo interés en canjear monedas de 1 centavo. Cada año, según McColly, el valor promedio de cambio en Coinstar sube, porque la gente deposita menos centavos.
Los centavos aún constituyen la pluralidad de las monedas por cada depósito, recientemente casi 49 por ciento del frasco promedio, pero hace 15 años, más de la mitad eran centavos.
En cualquier cantidad, los centavos ocupan un espacio desproporcionado. En el 49 por ciento de un frasco, contribuyen sólo con 6 por ciento del valor. Para una persona, eso es molesto, para Coinstar, es un gasto importante. La mitad del botín que transporta desde su quiosco en Fiesta Mart, unas 225 libras del total de 550, son sólo centavos.
Coinstar gana el mismo dinero contando la misma moneda una y otra vez, que contando por primera vez monedas nuevas. No les ayuda si la Casa de la Moneda hace centavos brillantes que nadie se molesta en rastrear. Para Coinstar es mucho más importante que la gente ahorre (y luego intercambie) sus monedas.
Si Estados Unidos simplemente dejara de hacer centavos, considera McColly, "habría casi nulo impacto en Coinstar".
McColly incluso propuso a funcionarios de gobierno que su red podría eliminar la molestia y el gasto de hacer nuevos centavos, ayudando a que los existentes circulen más fácilmente, y por una fracción del costo de producción.
"He tenido conversaciones muy francas tanto con la Casa de la Moneda como con la Fed, y son tan, no sé cuál es la manera correcta de decir esto porque sé que hablo con un reportero (hace una pausa), simplemente no es eficiente cómo manejan ese proceso", afirmó.
El derecho a acumular
Los estadunidenses acumulan centavos no porque los deseen sino porque tienen derecho a ello. Si pagamos algo en efectivo con más de lo exacto, esperamos recibir el cambio; si la diferencia termina en un número que no sea cero o cinco, recibiremos al menos un centavo.
"Tenemos derecho a centavos porque existen, pero imagine un mundo donde no existieran, por ejemplo, Canadá", afirmaron.
Muchos estadunidenses se sorprenderán al saber que Canadá eliminó su moneda de un centavo hace más de una década.
Los canadienses son conscientes de esto, lo poco que los estadunidenses saben de su mundo, y cuán desconcertante debe parecer en las raras ocasiones en que lo contemplamos.
Cuando entrevisté a canadienses sobre la abolición de su centavo, a menudo sentí por sus respuestas que me estaban tratando con suavidad:
"Nuestro país, es tan grande como el suyo", me informó un funcionario de la Real Casa de la Moneda Canadiense con una sonrisa casi apologética, por lo que sé, podría tener razón.
Canadá se deshizo de su centavo en 2013 porque costaba 1.6 veces su valor producirlo y se volvió, como su primo estadounidense, esencialmente sin valor.
Aquí está el detalle más importante para entender: Canadá eliminó solo su moneda física, no el concepto matemático de un centavo. El pago con tarjeta de crédito, de débito, celular o cheque en cualquier transacción que no sea en efectivo, se calcula exactamente igual que antes de abolir el centavo.
Si después de impuestos una cuenta llega a, digamos 20.11 dólares, un canadiense que paga con tarjeta de crédito se le cobrará 20.11; si lo hace en efectivo pagaría 20.10.
El dígito final de las transacciones canadienses en efectivo se redondea al níquel más cercano: uno y dos, más cercanos a cero, se redondean hacia abajo: cero; tres y cuatro, así como seis y siete cercanos a la media, se cuentan como cinco; Mientras que ocho y nueve, cercanos a diez centavos, se redondean hacia arriba.
Admito que pensar que me pidan que pague, digamos, 3.80 dólares en efectivo por algo que, según las leyes de Dios y el hombre, cuesta 3.79; no sólo me enfurece reflexivamente sino que es una fuente potencial de permanente confusión.
Canadá mitigó uno de esos problemas con una campaña informativa que incluía señales con gráficos simples que dividían los precios potenciales en dos columnas: "Redondear hacia abajo" y "Redondear hacia arriba".
Pregunté a Karl Littler del Consejo Minorista de Canadá si aún había señales en las cajas registradoras explicando el redondeo.
"Ya han pasado 10 años, así que hasta las personas más obtusas lo entienden bastante bien", dijo riendo.
Aunque casi nunca usan un centavo, el temor a verse privados de uno o dos por transacción es una preocupación instintiva para los estadunidenses a quienes se invita a contemplar un mundo hipotético sin ellas.
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Los 99 centavos
Los opositores al redondeo señalan que un número desproporcionado de precios termina en doble nueve, por ejemplo, un galón de leche de 5.99.
La leyenda del comercio minorista afirma que la estrategia de precios con "centavos impares" (truco parisino importado por Rowland H. Macy a su tienda de artículos secos en Nueva York) proliferó tras la invención de la caja registradora en 1879, como táctica para evitar robos de los dependientes.
Si un cliente pagaba 3 dólares por un artículo que vale 3, según su lógica, el cajero podría embolsarse discretamente los billetes; pero si el precio era de 2.99, al cliente se le debía dar cambio y para abrir la registradora, el empleado necesitaba ingresar la venta, creando así un registro incorruptible de la transacción.
Que los consumidores asocien estos precios con mejores ofertas (incorrectamente, según los estudios) fue un beneficio adicional.
Aunque es teóricamente posible que un minorista vea un excedente de hasta dos centavos en cada transacción, el número de variables necesarias y precisas para lograr esta hazaña requeriría cálculos matemáticos y psicológicos tan complicados, que es difícil de creer que alguien se moleste en hacerlo.
En 2007, Robert Whaples, economista de Wake Forest, analizó miles de transacciones de una cadena de tiendas de conveniencia para ver si los totales de las cajas registradoras tendían a redondearse más hacia arriba que abajo.
"El último dígito es bastante aleatorio", apuntó Whaples.
Los promedios funcionaban tan frecuentemente a favor como en contra de los clientes. Pero además, las ganancias y pérdidas ascendían, en conjunto, a fracciones de centavo en cualquier dirección, así que ¿por qué hablar siquiera de esto?
"Todavía no sé de nadie que esquíe en Gstaad por el dinero extra que ganó con el centavo", aseguró Karl Littler.
Canadá, buenas prácticas
A los canadienses no les pidieron cambiar sus centavos, basados en estadísticas de Nueva Zelanda y Australia (divorciadas del centavo desde 1989 y 1992 respectivamente), los funcionarios anticiparon que muchos de ellos elegiría devolverlos.
Explicar el transporte de más de 44 millones de libras de carga en centavos a través de Canadá, divierte a Anthony Rotondo, gerente senior de circulación interna de La Real Casa de la Moneda Canadiense (que tiene tal renombre internacional que unos 80 países le pagan por hacer sus monedas. Ningún país contrata a Estados Unidos para maquilar su moneda).
El transporte de centavos obsoletos desde las instituciones financieras hasta su destino de reciclaje requirió de mil 200 viajes en camiones de plataforma. El metal fue vendido para ayudar a cubrir esos costos.
En el sitio de reciclaje los centavos se depositaron en una cinta transportadora. Los de acero chapado, acuñados en Canadá durante 12 años, volaron hacia un gigantesco imán, dejando atrás las de aleación de cobre y zinc cubierto de cobre.
"El cobre y el zinc son muy difíciles de separar, dividirlos requirió una máquina especial de un millón de dólares que crea un campo de gravedad artificial dentro de un tanque en el que el zinc flota y el cobre se hunde", comentó Rotondo.
Los centavos de Canadá eran mayormente de cobre.
"Por suerte para nosotros, el cobre típicamente vale de tres a cuatro veces más que el zinc", relató Rotondo.
Si Estados Unidos reuniera sus centavos, nuestro tesoro sería de zinc. Desde 1982 hemos fabricado alrededor de 2 mil 100 millones de libras de ellos. Mala suerte para nosotros.
Las palabras que los funcionarios canadienses usaron para describir su reciclaje de, hasta la fecha, casi ocho mil millones de centavos no son las que típicamente se asocian con proyectos a escala nacional en los Estados Unidos: "éxito"; "muy fluido"; "no es un problema"; "una bonita historia".
Además de trabajar con una población nueve veces menor que en Estados Unidos, los canadienses tenían una ventaja oculta: Su casa de acuñación supervisa las monedas en cada etapa de su ciclo de vida: pronostica su necesidad, las produce, distribuye, recircula y retira. En Estados Unidos estas responsabilidades se dividen en una mezcla heterogénea de entidades públicas y privadas.
La sabiduría del sistema canadiense, en el que la gente que las produce maneja todos los asuntos relacionados con las monedas, se puso de manifiesto en el confinamiento por covid-19.
El flujo natural de monedas se interrumpió de manera similar en ambos países: el transporte público bajó; aumentó la dependencia de máquinas de autoservicio que requieren hasta tres veces más monedas para operar que las cajas normales. Pero en Canadá, no hubo escasez de monedas.
¿Cuánto cuesta un centavo?
En Estados Unidos se acepta que el Departamento del Tesoro inundará implacablemente la nación empapada de centavos con molestos centavos hasta que el Congreso apruebe una ley para impedirlo.
Pero, ¿Cómo se propondría, razonablemente, esa legislación?
Los centavos no son importantes respecto a otras monedas como las de cinco centavos, y no tienen relevancia alguna si se compara con, por ejemplo, los derechos humanos.
Vaporizar cada centavo tendría un efecto casi nulo en la cantidad de dinero en circulación. Valen tan poco que casi nadie a quien me acerqué, incluyendo a quienes los fabrican, fue capaz o estuvo dispuesto a hablar de ellos.
Agravando el desinterés, está el hecho de que el gobierno no necesariamente ahorraría una fortuna al no fabricar centavos.
Debido a que a la Casa de Moneda le cuesta menos de diez centavos producir monedas de a diez; menos de 25 centavos producir monedas de 25; y menos de 50 centavos producir monedas de 50; al venderlas a la Fed a su valor nominal, recibe una ganancia considerable.
Este ingreso, llamado señoreaje, financia el déficit nacional, pues reduce la cantidad de dinero que el gobierno pediría prestado de otra manera, y los intereses que se cobrarían por el préstamo.
Los centavos tienen un "señoreaje negativo", igual que las monedas de 5 centavos, aunque de ellas se producen muchas menos (la jerarquía se manifiesta en las máquinas que operan con monedas, muchas aceptan las de 5 centavos, pero casi todas, desde 1960, rechazan automáticamente los centavos).
En 2023, la creación de monedas de diez, 25 y 50 centavos generó más de 433 millones de dólares en ingresos.
La acuñación de monedas de un centavo y de cinco, consumió unos 179 millones de dólares de la ganancia. Sin embargo, incluso sin disminuir, 433 millones de dólares habrían representado menos del uno por ciento del presupuesto gubernamental de 6.13 billones de dólares.
El sentimiento de pérdida
A esta escala, la pregunta: ¿Deberíamos fabricar centavos?, es esencialmente un cuestionario de personalidad: ¿Te molesta lo suficiente la idea de perder dinero como para sentirte obligado a detenerlo, incluso si la cantidad es trivial? Los estadounidenses se enfrentan a esta pregunta cada vez que reciben centavos. Cada centavo abandonado en la caja es un no.
El enfoque del gobierno es igual que el de sus ciudadanos. Seguro, una persona eventualmente perderá el precio de una taza de café en centavos dejados atrás, y una nación sacrificará suficiente dinero como para instalar varios cientos de miles de señales de tráfico reflectantes de noche. Pero si puedes soportar el despilfarro evidente, te ahorras su contemplación.
"Mi sensación, es que si algo es fácil de hacer y mejora el mundo, deberíamos hacerlo", refirió Jeff Gore, profesor de biofísica en el MIT.
Gore es creador de ciudadanos por jubilar el centavo de Estados Unidos, lo opuesto a Americans for Common Cents de Mark Weller.
Gore habla en broma de su empresa como una "organización de base"; la realidad es que es un sitio web.
Se le ocurrió una noche hace dos décadas mientras mataba el tiempo en su laboratorio.
"No necesita mucha actualización, hay muchos problemas en el mundo que son importantes y difíciles, éste simplemente no es uno de ellos", comentó Gore.
Para Gore, el costo más apreciado de la producción de centavos no es el dinero gastado en fabricar y distribuir las monedas, sino que el centavo hace lo opuesto a lo que debe ser una moneda, que es facilitar transacciones.
"La gente piensa que porque existe y se usa, significa que es útil", dijo.
Gore comparó el efecto del Departamento del Tesoro sobre los metales crudos que componen un centavo con un toque de Midas inverso.
"Tomamos algo que tiene valor real, y lo convertimos en algo que la gente tira", concretó.
La Fed, tiene la palabra… o ¿no?
Contemplar las monedas menores puede ser un deber arcano y prácticamente inútil del secretario del Tesoro de EU, Janet Yellen. Sin embargo, como asunto relacionado con el tesoro, es sólida y legalmente de su competencia.
Durante meses, a través de su personal, supliqué a Yellen una entrevista. La secretaria del Tesoro, me informó que, es una de las economistas más destacadas de nuestro tiempo, condición que la hace incapaz de hablar conmigo sobre centavos, incluso por teléfono y por cinco minutos. Estaba ocupada, en el extranjero.
"¿Qué estaba haciendo?, pregunté". "Reuniéndose con líderes de negocios verdes en Alemania", respondió.
Quería preguntar a Yellen si Estados Unidos necesita al centavo, porque ella es el único ser humano cuya respuesta importa.
"Mientras consultaba el título 31 del código de Estados Unidos (para ver cuánta acuñación anual de centavos requería la ley), me topé con un estatuto que describe instrucciones generales para la distribución de monedas estadunidenses", refirió.
"El secretario del tesoro deberá (dice la Sección 5111) acuñar y emitir denominaciones de monedas en cantidades que el secretario decida que son necesarias para satisfacer las necesidades de EU", aseguró
Releí la frase varias veces en busca de un interruptor de luz en una habitación cerrada con pernos, ¿mis dedos habían rozado una puerta sin llave? Cantidades que el Secretario decide que son necesarias. ¿Y si decidiera que la cantidad necesaria de centavos es cero?
Contacté a Christine Desan, profesora de Harvard especializada en derecho constitucional del dinero. Le pregunté qué opinaba de la Sección 5111.
"La manera en que lo leo como abogada, es que no hay nada aquí que indique que el secretario tenga que emitirlos", respondió.
Nadie a quien entrevisté mencionó este estatuto. De hecho, cada artículo, informe gubernamental y transcripción del Congreso que leí, así como personas consultadas, incluyendo ex directores de la Casa de Moneda, parecía asumir que la producción de centavos podría cesar hasta que el Congreso aprobara una ley para detenerla.
Pero si esta interpretación era correcta, no se necesitaba ninguna ley. O más bien, ninguna nueva: Al aprobar el estatuto, un Congreso anterior.
"Muy, muy anterior, ahora confinado a la historia", declaró que los centavos podían detenerse en el momento que un secretario del Tesoro lo deseara.
Y ¿qué opina Yellen?
¿Cree Yellen sinceramente que es necesario que Estados Unidos emita miles de millones más de centavos cada año? Su portavoz proporcionó una declaración general sobre las monedas, afirmando que la Fed está a cargo de determinar las necesidades de monedas del país.
Pregunté, si Yellen tenía alguna razón legal por la que la Sección 5111 no pudiera aplicarse tal como está escrita; si considera algún factor además de los pedidos de la Reserva Federal al decidir qué denominaciones son necesarias; si comentaría sobre la conclusión del Departamento del Tesoro de que casi ninguno de los miles de millones de centavos acuñados en Estados Unidos es gastado por alguien, que la mayoría simplemente desaparecen, razón por la que la Fed necesita ordenar más, destinados al mismo destino.
Días después, su portavoz respondió: "El Tesoro confía en la Reserva Federal para determinar la cantidad de monedas necesarias; debe contactar a la Fed si tiene más preguntas. Y cuando me acerqué a la Fed, un representante me informó que cualquier pregunta sobre monedas deberá, de hecho, dirigirse a la Casa de Moneda; ellos, a su vez, me aconsejaron buscar respuestas en la Reserva Federal".
De Lincoln a Roosevelt
En mayo viajé a Washington para ver las reliquias de Abraham Lincoln: el negativo de vidrio del estudio de Mathew Brady, en el que se basa su retrato del centavo.
El coloso de mármol de Georgia a cuyos pies, en memoria, aparentemente los visitantes dejan basura en forma de monedas de 1 centavo, en las que el presidente asesinado es la figura principal en la historia reproducido interminable en centavos.
Si la diferencia de América hacia el centavo se imaginase como una enredadera con zarcillos anudados con tal densidad que borran la luz de lógica; la bala que atravesó el cráneo de Lincoln es su semilla.
"Te das cuenta rápidamente de cuánto le importan a la gente los centavos, en el momento en que empiezas a hablar de quitarlos del Lincoln, de repente, hay mucha gente a la que le importan las monedas", aseguró Philip Diehl.
Lincoln nunca esperó que su legado incluyera ser retratado en los centavos hasta el fin de los tiempos. Durante su vida no apareció ningún presidente en las monedas. Era ley y tradición que las monedas no debían retratarlos. Pero el Congreso decidió en 1792, al crear la Casa de Moneda, que poner gobernantes en las monedas era poco estadunidense, un comportamiento que complacería a sus enemigos.
Las monedas de Estados Unidos obedecieron este edicto por más de un siglo, usando abstractos emblemas de la libertad, etiquetados como LIBERTY (que aparece detrás del cuello de Lincoln) hasta que Theodore Roosevelt asumió el cargo.
Roosevelt reemplazó las monedas que consideraba feas, por diseños que le gustaban más.
"Artísticamente de una fealdad atroz", decía.
Instaló a Lincoln en el centavo porque le dio la gana. No parece haber consultado la idea con nadie.
Escondida tras una serie de puertas de seguridad en el Museo Nacional de Historia Americana hay una bóveda de archivadores de carbón, que son casi tan altos como su custodio, Ellen Feingold, curadora de la Colección Numismática Nacional del Smithsonian.
Bajo su supervisión se pueden desbloquear los cajones para revelar cientos de estanterías apiladas, no más anchas que la altura de un centavo. Los estantes se extraen como bandejas de horno, con paneles de almacenamiento en miniatura. Dentro de este ventrículo con clima controlado, los estantes y cajas preservan la historia monetaria de la humanidad de los últimos 3 mil años.
Según Feingold, el diseño monetario, revela más sobre los valores de una nación que sus monumentos.
"Podrían erigir una estatua, pero estaría en un solo lugar, la mayoría de la gente nunca irá ahí", aseguró.
La moneda es única: un objeto cotidiano, saturado de simbolismo, de tremenda importancia práctica, que llega a cada estadunidense, independientemente de la demografía.
Un epílogo
Dado que el dinero americano se destina para el uso de sus ciudadanos, es natural que la forma en que funciona en sus vidas, las que realmente usan, no en las que teóricamente pueden usarlo, debería dictar su configuración. De hecho, es tradición modificar la moneda basándose en la preferencia de la mayoría.
¿Recuerda cómo la popularidad de los ocho españolas destruyó los sueños decimalizados de Thomas Jefferson? Sueños que, de haberse realizado, negarían a los estadunidenses de hoy su moneda más utilizada: el quarter (indivisible entre diez).
Una diferencia permanente en el diseño de la moneda nacional a los gustos y practicidades de un año en particular, al presidente en turno; a los centavos preferidos de Teddy Roosevelt.
"Para mí es ahistórico", resaltó Feingold, recién salida de examinar una moneda antigua del tamaño de su uña del meñique con dedos enguantados. (Recuerda que cuando Roosevelt instaló a Lincoln en el centavo, la moneda valía más que un cuarto de dólar en el dinero de hoy).
Este hecho es ineludible en la bóveda, con sus estantes de monedas de guerra en sellos y fichas frágiles de la era de la Depresión y chelines de papel de siglos de la antigüedad etiquetados como "12 chelines".
El dinero, como todos los aspectos de la vida pública, puede ser cualquier cosa que los estadunidenses necesiten o quieran que sea. No tiene que ser de cierta manera simplemente porque ha sido así por mucho tiempo. No tiene que ser centavos.
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Caity Weaver es escritora del equipo de NYT Magazine.
Para la redacción de este artículo ella visitó el Departamento del Tesoro, la Casa de Moneda de EU, la Biblioteca del Congreso, la Galería Nacional de Retratos y la bóveda de monedas en el Museo Nacional de Historia Americana
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KL