Bernard Arnault, el rey del lujo

El magnate sabe firmemente que el papel de LVMH es crear productos y experiencias que transmitan un sentido de valor auténtico a los clientes.

Bernard Arnault, presidente y dueño de Louis Vuitton (AP).
Harriet Agnew
Ciudad de México /

Dicen que en París todos los caminos te conducen a Arnault. Hablan del magnate Bernard Arnault, cuyo implacable enfoque en las adquisiciones hizo que se ganara el apodo de “el lobo en casimir”, y le ayudó, recientemente, a superar a Warren Buffett como el tercer hombre más rico del mundo.

Nuestro almuerzo tardó casi 18 meses en concretarse. No es alguien que pierda el tiempo, él elige Le Frank, el restaurante de su propia Fundación Louis Vuitton. Se trata de un centro cultural diseñado por Frank Gehry en el oeste de París.

Bernard Arnault entra al restaurante, se ve delgado con su traje de marca Christian Dior; su físico se perfecciona en la cancha de tenis, donde incluso jugó un set con Roger Federer.

La edad claramente no ha disminuido su deseo de ganar. El empresario de 70 años tiene la compulsión de poseer hermosas marcas y convertir su creatividad en ganancias. Durante las últimas cuatro décadas, transformó a LVMH de una empresa textil francesa casi en bancarrota, a un grupo global con ventas de 46,800 millones de euros (mde) en 2018. 

Sus 70 marcas incluyen Louis Vuitton, Givenchy, Dior, Veuve Clicquot y Dom Pérignon. Bloomberg estima su fortuna en 100,400 millones de dólares (mdd).

“Siempre me gustó ser el número uno en todo. No tuve éxito en el piano, ni en el tenis. Considero que el éxito es llegar a un punto donde todos mis equipos sean el número uno en el mundo”. Agrega, sin ironía: “Todavía somos pequeños. Acabamos de empezar. Somos el número uno, pero podemos ir más lejos”.

El menú de Le Frank es de cocina francesa clásica inspirada en el Mediterráneo. Pido los petits pois velouté, seguidos por un tartar de salmón. Él opta por este mismo platillo y la lubina en papas. Pide dos copas de Chablis. Cuando llegan, Arnault hace un brindis por nuestra salud y toma un sorbo.

Bernard Arnault nació en Roubaix, una ciudad industrial en el norte de Francia. Después de completar la École Polytechnique, en 1971, se unió a la empresa familiar de construcción.

Años más tarde, en 1984, presionó al gobierno francés para que le permitiera tomar el control de una empresa textil casi en bancarrota, Boussac, propietaria de una joya que él quería: Christian Dior.

 “Le dije a mi equipo de trabajo que íbamos a construir el primer grupo de lujo en el mundo”, dice. Su visión era crear una estructura donde las marcas disfrutaran de libertad creativa mientras cuentan con el respaldo financiero y las sinergias de un gran grupo detrás de ellas. 

Fue la adquisición de LVMH en 1989 lo que confirmó su curso. Ideó una participación mayoritaria en el grupo y posteriormente destituyó al presidente de Louis Vuitton, Henry Racamier, de su compañía familiar. 

Arnault desplegó la misma táctica de derrocar a los fundadores con otras adquisiciones como Givenchy, Château d’Yquem y Duty Free Shoppers. En pocas ocasiones falló esta estrategia, especialmente en las marcas de Gucci y Hermès. Le sugiero a Arnault que algunos lo llaman un depredador. “No lo sé”, dice con indiferencia.

El magnate admite que pensó en comprar el Financial Times en 2015. Pero decidió no hacer una oferta porque era “demasiado caro”, dice. 

Él cree que el papel de LVMH es “crear productos y experiencias que transmitan un sentido de valor auténtico a nuestros clientes”. Esta idea de lujo de experiencia es lo que LVMH desea desarrollar con la reciente adquisición de Belmond. 

Pero el magnate parece un poco cansado de ello. “La palabra ‘lujo’ es un poco trillada”, continúa. “Prefiero la expresión ‘producto de alta calidad’. Lo que importa es que dentro de 10 años, nuestras marcas sean tan deseables como lo son ahora”. 

La clave del éxito del grupo es la ventaja de “ser el primero en entrar”. En 1992, Louis Vuitton abrió una tienda en China. La apuesta rindió frutos. A partir de entonces, el mercado chino impulsa el gasto de lujo de la compañía.

 Ha llegado el momento de mencionar el tema de la sucesión. La alta dirección de LVMH dice que internamente es un tema “tabú”, a pesar del hecho de que casi todos sus hijos están en el negocio familiar. 

Los dos hijos de su primer matrimonio tienen puestos directivos en la empresa. Delphine, de 44 años, es vicepresidenta ejecutiva de Louis Vuitton, mientras que Antoine, de 42 años, dirige la marca de ropa masculina Berluti y es el jefe de comunicaciones de LVMH. De los tres hijos del segundo matrimonio del magnate con Hélène Mercier, solo el más joven, Jean, de 21 años, aún no asume un cargo oficial en la compañía. 

Pero Alexandre, de 27 años, es el director ejecutivo de Rimowa (que adquirió en 2016), y Frédéric, de 24 años, es director digital y de estrategia de la marca de relojes Tag Heuer. 

La entrega de la compañía a la próxima generación se hará “de acuerdo con su voluntad, su capacidad y sus habilidades”, dice Arnault. ¿Cuál de sus hijos es más parecido a usted?, pregunto. “Todos tienen algo de mí”, responde el directivo. 

El almuerzo se extendió por una hora y media, y Arnault está ansioso por volver al trabajo. Al comprobar que realmente es cierto que FT paga por el almuerzo, a su pesar pide la cuenta “para la madame”. Es la primera vez que almuerza con una mujer y la deja pagar, dice, pero su consuelo es que “no elegí un restaurante de tres estrellas Michelin”.


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