Es posible que Tim Wu, profesor de la Facultad de Derecho de Columbia, no sea economista, pero como asesor antimonopolio de la Casa Blanca es el autor de una innovadora orden ejecutiva sobre política de competencia que ha hecho más por cambiar el marco de la formulación de políticas económicas que cualquier otra cosa que haya surgido de los propios economistas.
Durante los últimos 40 años, la política de competencia de Estados Unidos ha girado en torno al consumidor. Esto es en parte el legado del jurista Robert Bork, cuyo libro de 1978 (La paradoja antimonopolio) sostenía que el principal objetivo de la política antimonopolio debía ser promover la “eficiencia empresarial”, que a partir de la década de 1980 pasó a medirse en precios al consumidor. Estos se consideraban la medida fundamental del bienestar del consumidor, que a su vez era el centro del bienestar económico.
Pero Wu, junto con compatriotas como la presidenta de la Comisión Federal de Comercio, Lina Khan, y el responsable antimonopolio del Departamento de Justicia, Jonathan Kanter, cambió las cosas. Al igual que la revolución Reagan-Thatcher, que arrebató el poder a los sindicatos y desató a los mercados y las corporaciones, la orden ejecutiva de Joe Biden de 2021 puede recordarse como un punto de inflexión económico, esta vez, alejado del neoliberalismo, con su enfoque en los consumidores, y orientado hacia los trabajadores como el principal grupo de interés de la economía de EU. Para Wu, autor de La maldición de la grandeza, cambiar el punto de partida de la formulación de políticas forma parte de una lucha existencial por salvar la democracia.
En esta conversación, apenas tres meses después de que dejó su cargo como asesor de la Casa Blanca, habla de la vida en la olla de presión política, de la batalla entre abogados y economistas en la política de competencia y de por qué la creación de un campo de juego nivelado en los mercados empresarial y laboral es fundamental para preservar la república.
Rana Foroohar (RF): Uno de los temas que abordamos en una conversación anterior es esta oportunidad que tienen los de la profesión jurídica de aportar una perspectiva del mundo real a la formulación de políticas de competencia que se suma a lo que los economistas han hecho durante los últimos 40 años. ¿Puede hablarnos un poco de lo que está impulsando esto?
Tim Wu (TW): Creo que forma parte de una reacción más amplia contra la excesiva gobernanza tecnocrática, en particular por parte de los economistas. Esto no quiere decir que los economistas no deban estar en el panorama, pero creo que en ciertos ámbitos el interés más jurídico y los resultados de la conducta y cosas como la intención son importantes.
Los abogados no son legos, pero todos pueden preguntarse: ¿cómo es que Google pudo comprar Waze y todo el mundo pensó que estaba bien? ¿Por qué Facebook compró Instagram? ¿No son claramente competidores? Ese tipo de resultados a los que solo se llegó con la ayuda de un doctor en economía. Las cosas van despacio, pero creo que las agencias antimonopolio van en otra dirección.
- Te recomendamos ¡No te pierdas! Así puede usar los mapas interiores de Google en aeropuertos y otros edificios Tecnología
RF: Jonathan Kanter tiene algunas ideas interesantes sobre el punto de partida para pensar en la defensa de la competencia. Dice que piensa en la vida que tuvo cuando crecía, en las oportunidades y el espacio para perseguir las opciones que le permitían tener una buena vida. Dice que el debate antimonopolio puede y debe abarcar cualquier cosa que impida a la gente tomar ese tipo de decisiones. Eso parece volver a una interpretación casi constitucional de la competencia frente a algo tan limitado como la teoría de la Escuela de Chicago. ¿Está de acuerdo con esa interpretación?
TW: Creo que la libertad económica y las oportunidades son fundamentales para lo que la defensa de la competencia intentaba preservar en su concepción original. EU fue durante mucho tiempo un país con un poder económico muy descentralizado. Era un país de regiones de personas y pequeñas empresas y firmas familiares. Creo que gran parte de la promesa de EU y del gobierno de Biden era “ven aquí y podrás triunfar”, no “ven aquí y tal vez consigas un trabajo en algún sitio”. Creo que hay algo muy importante y que subyace en muchas de las ideas de la administración con la orden ejecutiva. El poder de marcharse y hacer lo que uno quiera o buscar un trabajo mejor tiene un poderoso efecto de imponer una disciplina sobre los mercados y los empleadores.
RF: ¿Qué se siente dejar el mundo académico y entrar en el vientre de la bestia en la Casa Blanca, y formar parte de un enorme cambio en la formulación de políticas?
TW: Creo que fue una combinación de estimulante, agotadora y frustrante, todo al mismo tiempo. Es un gran tema. Creo que uno de los retos en cualquier Casa Blanca, y todo el mundo lo dice, pero es cierto, es intentar mantener parte de tu cabeza en el panorama general y en las cosas que haces que tendrán consecuencias duraderas. En especial cuando te enfrentas a una serie de crisis constantes, en la cadena de suministro, escasez de fórmula para bebé, problemas como esos.
En el mundo académico eres tu propio jefe, no tienes que coordinarte con nadie para escribir tu programa de estudios. No se trata de tratar de alcanzar tu objetivo o de publicar algo y no se vive con el miedo de decir algo equivocado y crear un escándalo embarazoso. Nada del nivel de preocuparse por desvelar un secreto nacional. Este trabajo es mucho menos estresante, es una buena forma de decirlo.
RF: Hablemos un poco de la orden ejecutiva. Definió una nueva era y formuló 72 recomendaciones a través de varios organismos gubernamentales. ¿Cuál es el proceso para hacer algo así?
TW: Creo que la vista la teníamos puesta en el largo plazo. Todo el mundo en el gobierno sabe que en los primeros 100 días, los primeros seis meses, el primer año, se tiene un momento para girar el timón de maneras que no son posibles más adelante. En cierto modo, creo que sentimos que era el momento.
Ahora el presidente, diré a su favor, es un buen jefe en el siguiente sentido. Nadie acusará a Joe Biden de ser una persona del tipo micromanager que controle todo. Estableció una dirección y estaba claro para él que las cosas estaban fuera de lugar respecto a la distribución del botín de la economía y la distribución del poder económico en EU y quería hacer algo, pero no dijo “y por eso quiero que propongas una enmienda a la Ley Clayton” o algo así.
Era un panorama general. Se trataba de los trabajadores que no reciben un trato justo, y de cómo algunas compañías se han vuelto demasiado poderosas y las cosas parecen injustas. Y tal vez, además, le preocupaba la amenaza que representaba para la democracia la insatisfacción de los ciudadanos con los resultados económicos. Teníamos la sensación de que debíamos soportar la carga de demostrar que esta democracia puede hacer que la economía funcione para todos, o de lo contrario nos enfrentaríamos a un creciente interés por algún tipo de autócrata que afirme que puede hacerlo mejor, como ha ocurrido en muchos otros países.
Volvimos a pensar en lo que habían hecho Franklin Delano Roosevelt y Theodore Roosevelt. No pensábamos solo en diez o veinte años atrás, sino en cien, setenta años atrás, ¿qué habían hecho? La competencia, las acciones antimonopolio.
Y entonces, mencionaste las 72 directivas. Sabíamos en qué dirección queríamos ir, pero tenía que ser concreto, lo que harían las agencias. Así que creamos una lista para cada agencia que era relevante para este proyecto, y negociamos con ellos lo que estaban dispuestos a hacer y lo que no.
RF: ¿Qué fue pan comido?
TW: Tal vez un buen ejemplo sea la norma sobre los aparatos auditivos. Trabajé para conseguirlo al final de la administración Obama. Se había aprobado un estatuto, pero en el ínter no había pasado nada.
Se alineaban tres cosas que empecé a ver como claves para una buena acción de gobierno. Primero, una propuesta obvia, fácil de describir y atractiva para el público. Segundo, una autoridad competente para llevarla a cabo. Tercero, un sólido respaldo intelectual o académico de lo que estábamos haciendo. Los aparatos de ayuda auditiva son un ejemplo de tres barras, tiene las tres. Actuar sobre las tarifas extras o innecesarias fue un buen ejemplo de pan comido. Estas tarifas son comisiones confusas y a veces ocultas que se agregan a las compras en Ticketmaster, cuentas bancarias, facturas de hotel y muchas otras compras. Pueden parecer pequeñas para los ricos, pero suman miles de millones cada año y preocupan a los economistas, porque ocultan precios y distorsionan la competencia.
En mi opinión, la iniciativa económica ideal tiene tres características a su favor: buena economía, autoridad legal clara y que resulte explicable de forma pública y sencilla: el factor Biden. Las tarifas adicionales tenían las tres cosas: todo el mundo las odia y hay varias agencias con autoridad para proteger al consumidor. Y al presidente le gustaba hablar de ellas, tanto que terminaron como un tema importante en el discurso sobre el Estado de la Unión, en el que dijo que “los estadunidenses están cansados de que les tomen el pelo”. Fue genial.
Otra de las cosas que fue pan comido para nosotros fueron las normas de no competencia. El presidente se mostró muy interesado y creo que la adopción de esas reglas fue un logro importante.
Teníamos la sensación de que debíamos soportar la carga de demostrar que esta democracia puede hacer que la economía funcione para todos, o de lo contrario nos enfrentaríamos a un creciente interés por algún tipo de autócrata que afirme que puede hacerlo mejor.
Estaba escribiendo un libro, The Curse of Bigness, que recoge algunas de las ideas que surgieron aquí. Pensé que, como prioridad, la cosa estructural más importante que podemos hacer es cambiar el panorama de las fusiones. Hemos tenido una era de luz verde, que es de adelante y a consolidarse, es el mensaje que la industria recibe, y tenemos que cambiar esto. Parte de eso son los nombramientos (incluido el de Kanter en el Departamento de Justicia), pero otra parte consiste en cambiar las reglas básicas de las fusiones, de la reforma.
RF: ¿Qué quedó por hacer durante su periodo en la Casa Blanca?
TW: Algunas de las cosas en las que pudimos ir más lejos o que no llegamos tanto como hubiéramos querido incluyen la reforma de las condiciones de competencia. La economía de la atención de salud en este país es un problema enorme. Si crees que hay dificultades en la tecnología o en las aerolíneas, en la atención sanitaria todo es diez veces peor.
Yo habría intentado hacer más en materia de precios de los medicamentos. Creo que tenemos poderes sin explotar. Aprobamos algunas legislaciones, y tal vez eso fue lo que se tuvo que intercambiar para conseguirlas, pero no hemos sido capaces de avanzar en la administración de los precios de los medicamentos de forma significativa.
RF: ¿Dónde encontró resistencia? ¿Fue de economistas y políticos convencionales y neoliberales? ¿De los responsables de la seguridad nacional, preocupados por la necesidad de grandes campeones para luchar contra China? ¿Dónde estaba el desafío?
TW: Veteranos curtidos en mil batallas de otras administraciones. La gente tiene distintos niveles de aversión al riesgo. La atención de salud es un buen ejemplo. En la administración Obama intentaron controlar los precios de los medicamentos farmacéuticos mediante medidas administrativas, pero se toparon con la resistencia del Congreso y de los grupos de médicos del sector.
Todos los que vivieron esa experiencia quedaron marcados por la batalla, no querían volver a hacer nada (como eso), pero todos ocupaban cargos en la administración, así que, sin citar nombres, sentí que esas personas me consideraban ingenuo y de no estar consciente del verdadero poder de la industria farmacéutica para hacerte la vida imposible. Eso significaba que nadie estaba dispuesto a pisar esa mina terrestre. Tal vez pensaban que los harían volar por los aires.
RF: ¿El desastre de la atención sanitaria de EU se debe solo a la política monetaria? ¿Qué solucionará este problema? ¿Cuál será la medida más significativa que puede tomarse en el futuro para empezar a dar la vuelta?
TW: Ganamos una (sobre los precios de los medicamentos). Tal vez era necesario dejar claro que la industria farmacéutica no ejerce el poder legislativo, aunque lo parezca. Que en realidad no forman parte del gobierno electo.
RF: ¿Qué significa esto?
TW: Sufrieron una pérdida legislativa con la Ley de Reducción de la Inflación. Hay una disposición que permite a Medicare negociar los precios de algunos medicamentos. Creo que fue la primera vez, de principio a fin, que perdieron una batalla legislativa en 25 o 30 años.
RF: ¿Qué se puede hacer dentro de los límites de que se acercan las elecciones, por no mencionar todos los demás problemas que tenemos en el mundo?.
TW: El presidente y la administración acertaron al identificar el desafío de nuestro tiempo como la lucha entre el autoritarismo y la democracia. Mientras más gente llegue a darse cuenta de que nuestra victoria en esa lucha depende de que acertemos con la política económica. Por ejemplo, una línea de pensamiento puede ser que necesitamos tener compañías grandes para ganar la competencia por la inteligencia artificial y la computación cuántica, de modo que venzamos a China, o algo así.
Creo que ganar consiste en ser nosotros y no convertirnos en China. Creo y pienso que fue la administración en su mejor momento, cuando sintió que la mejor manera de preservar la democracia era demostrar, cómo seguía diciendo Biden, que esta economía puede funcionar para todos si volvemos a una prosperidad sostenida y nos convertimos en un país que aborda los desafíos centrales de la desigualdad bajo la premisa de esos retos.
Cuando tienes una desigualdad extraordinaria a nivel interno, los registros históricos sugieren que las poblaciones empiezan a buscar a un hombre que sea tan fuerte como para tener las respuestas a eso. Alguien que no solo esté al servicio de las élites económicas o alguien que no esté comprado por la industria farmacéutica, los banqueros de Wall Street o cualquier otro. Por tanto, conseguir una política económica nacional adecuada y hacer que la gente sienta que la economía funciona para más de ellos es, en mi opinión, la clave para el objetivo más amplio de preservar la democracia y luchar contra el desafío del autoritarismo. Y ese es el vínculo entre esos dos proyectos.
Ese es, de hecho, el tema de mi nuevo libro: ¿cómo vencer a China sin que perdamos el alma? O, ¿cómo nos enfrentamos a la creciente ola de autoritarismo de un modo que no se limite a decir, bueno, la democracia es mejor, así que ganamos? ¿Qué significa construir una prosperidad sostenida que dure mucho tiempo? Creo que significa volver a tradiciones olvidadas en el sistema estadunidense, en particular, la descentralización económica. Más regiones ganando más dinero, frente a la concentración en unas cuantas zonas del país y unos cuantos individuos, unos cuantos grupos. Esa es la manera de afrontar el reto.