Cómo afecta el monopolio a la productividad

Opinión. ¿Qué pasa si la brecha de desarrollo se debe a cómo las grandes compañías utilizan su poder económico y político?

El presidente Joe Biden dio un discurso en Prince William Forest Park en el Día de la Tierra. AP
Rana Foroohar
Nueva York /

La semana pasada pasé un par de días en la conferencia anual antimonopolio de la Universidad de Chicago, donde se reúnen economistas, abogados y muchos periodistas que se interesan por la política de competencia. El ex asesor del tema de la Casa Blanca, Tim Wu; la presidenta de la FTC, Lina Khan, y el jefe antimonopolios del Departamento de Justicia, Jonathan Kanter, estaban allí, por supuesto, al igual que varios europeos.

Una de las presentaciones más interesantes se trató sobre cómo afectan las medidas antimonopolio —que, por supuesto, justo ahora viven un gran momento— al crecimiento de la productividad. Como probablemente sepan los lectores de Swamp Notes, el crecimiento de la productividad ha sido lento en la mayoría de los países ricos, incluido (hasta hace muy poco) Estados Unidos, durante las dos últimas décadas. Hay muchas razones para eso, desde una educación deficiente hasta la falta de inversión por parte de las empresas, pasando por el declive de las capacidades tecnológicas de una mano de obra que envejece.

Pero ¿qué pasa si la brecha de productividad se debe a cómo las grandes corporaciones utilizan su poder económico y político para exprimir la innovación en favor de mayores márgenes de utilidades? Varios académicos presentaron datos que respaldaban esta conclusión. Ufuk Akcigit, profesor de la Universidad de Chicago, mostró algunas diapositivas fascinantes en las que se revelaba que cuando los innovadores y emprendedores llevan su trabajo a compañías más grandes, las nuevas patentes y el desarrollo de productos disminuyen 50 por ciento; sin embargo, no es difícil adivinar que su compensación aumentará. Las empresas más grandes también reciben más subsidios estatales, a pesar de tener tasas de innovación más bajas. Y tal vez lo más impactante fue una diapositiva que muestra la correlación inversa entre la disminución de la innovación y el creciente número de políticos locales contratados por grandes firmas para apoyar sus esfuerzos de cabildeo.

Nada de esto sorprenderá a nadie que haya trabajado en negocios o que haya cubierto el tema. El poder existe en la economía política. Es el aire que respiramos. El académico y ex regulador de la Unión Europea Tommaso Valletti, ahora en el Imperial College de Londres, constató grandes aumentos en el dinero del cabildeo político asociado con las fusiones a medida que las empresas se hicieron más grandes. Tenemos un sistema de mercado que fue capturado por las grandes corporaciones, algo que experimento casi todos los días en mi vida laboral.

Y, sin embargo, también me llamó la atención el hecho de que la conversación en torno a todo esto sigue siendo muy técnica y aislada, en conferencias académicas como a la que asistí, o demasiado amplia y bastante histérica (según la retórica sobre la codicia corporativa que se escucha a los políticos progresistas). Si bien todos sabemos de manera intuitiva que nuestra política está capturada por los intereses corporativos, es difícil movilizar al público en torno a esto.

Creo que parte de esto es el hecho de que las métricas que utilizamos para hablar sobre el impacto del poder corporativo no están resonando. Planteé esto en la conferencia y pregunté qué podemos empezar a medir que nos diera una forma más colorida y comprensible de abordar la narrativa del poder de las grandes empresas y sus efectos, una forma que capturara la imaginación del público.

A Wu se le ocurrió una idea interesante: seguir el ejemplo de los activistas raciales, que han llevado a cabo experimentos muy publicitados para comprobar cómo los currículos con nombres “étnicos” quedan enterrados en el fondo de la pila de solicitudes, mientras que los de candidatos evidentemente blancos pasan con facilidad a recursos humanos. “Tal vez los académicos deben analizar, digamos, cuánto tiempo tardan los distintos políticos o reguladores en responder las llamadas telefónicas de diferentes partes interesadas”, sugirió Wu. Gran idea.

También sugeriría que los académicos comiencen a enfocarse más en este tipo de trabajo inductivo en lugar de deductivo, centrándose más en las expresiones de poder del mundo real, como, por ejemplo, el recuento periódico de los registros de visitantes a la Casa Blanca o a las agencias. Uno de los datos que me llevó a escribir mi primer libro fue un trabajo realizado por un académico de la Universidad de Míchigan que hizo un recuento de las visitas de consulta realizadas a los reguladores financieros durante la creación de la regulación Dodd-Frank. Descubrió que 96 por ciento de todas las reuniones se celebraron con los bancos más fuertes, “demasiado grandes para quebrar”. Hablando de captura.

Tiene que haber todo tipo de formas creativas para hacer que este problema resuene entre el público. Peter, tengo curiosidad por saber qué parámetros sugerirías que analicemos para comprender cómo se utiliza el poder en nuestra economía política.

Lecturas recomendadas

-En medio de las reuniones de primavera del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, celebradas la semana pasada en Washington, tuve el placer de participar en un panel de Oxfam sobre el mundo posneoliberal con algunos de los principales economistas del desarrollo, entre ellos el premio Nobel Joe Stiglitz, el economista senegalés Ndongo Samba Sylla y Adriana Abdenur, asesor especial del presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva. Fue una ventana interesante a las tensiones entre las políticas industriales que están adoptando los países ricos y los mercados hiperfinanciarizados que todavía penalizan a los pobres. El video lo puede ver en el canal de YouTube de Oxfam.

-El tecnócrata europeo Mario Draghi aboga por un “cambio radical”, es decir, el fin del sistema neoliberal, y por una política industrial para toda la Unión Europea. Esto es similar a que el hombre de Davos pida el fin del capitalismo de libre mercado. El texto lo puede leer en Geopolitique.

-Además, este discurso de John Podesta, que pronunció la semana pasada en el Columbia Center on Global Energy Policy (Centro de Política Energética Global de Columbia), fue realmente innovador. Calculó el costo del carbono del propio sistema de libre comercio, que lo convierte en el segundo mayor contaminador después de China. Una gran victoria para la visión de la representante comercial de EU, Katherine Tai, sobre un paradigma comercial posneoliberal. Puede leer el discurso completo en la página web de la Casa Blanca.

-La presidenta de la FTC, Lina Khan, lleva a cabo una gira en medios muy exitosa; recientemente habló en CBS Sunday Morning sobre cómo las empresas pueden volverse “demasiado grandes para preocuparse” utilizando la fijación de precios abusivos y otras técnicas para obtener utilidades a expensas de los clientes.

-Y en Financial Times, me encantó la columna de Soumaya Keynes sobre la economía del running (correr) y, en particular, cómo una economía más caliente y la mayor cantidad de horas de trabajo que requiere pasan factura a nuestra salud.

Peter Spiegel responde

Rana, supongo que soy un poco anticuado al respecto, pero para ser honesto, en realidad solo sigo una métrica: el dinero.

El sistema estadunidense de financiamiento de campañas es una de las características más corruptas de una democracia moderna en cualquier parte del mundo, y lo sorprendente es que la mayor parte de él es completamente legal y transparente, por lo que es relativamente fácil de rastrear. Las campañas y los comités de acción política (conocidos como PAC) tienen que presentar de forma periódica a la Comisión Federal Electoral las declaraciones de sus contribuyentes, y cada vez son más propensos a alardear de cuánto han recaudado y quiénes son sus mayores donantes.

Lo que es más difícil de seguir es el dinero que no pasa por los PAC oficiales o los comités de campaña pero que, sin embargo, tiene un impacto enorme en el sistema político estadunidense; de hecho, yo diría que en algunos casos puede tener un impacto aún mayor que el donaciones tradicionales de grandes sumas de dinero a los candidatos.

Tomemos como ejemplo a Charles y David Koch, los hermanos industriales multimillonarios a los que por lo regular se les atribuye la creación y el crecimiento del espíritu antigubernamental del Tea Party que se apoderó del Partido Republicano a principios de la década de 2000. Los hermanos Koch cambiaron el ecosistema político estadunidense no mediante donaciones a candidatos (aunque también hicieron algo de eso), sino sembrando grupos de interés, fundaciones y organizaciones sin fines de lucro de derecha en todo el país. Todo esto se hizo casi sin que nadie se diera cuenta, ya que nada era rastreable. Estos grupos no tienen los mismos requisitos de divulgación que las campañas políticas.

En muchos sentidos, los hermanos Koch crearon el modelo que desde entonces otros han seguido. Por ejemplo, los Mercer —un equipo multimillonario de fondos de cobertura formado por padre (Robert) e hija (Rebekah)— crearon el espacio para el ascenso de Donald Trump financiando medios de comunicación de derecha como Breitbart y respaldando al provocador conservador Steve Bannon mucho antes incluso de que Trump llegara a la escena política.

Cuando era corresponsal en el extranjero, las obscenas cantidades de dinero en el sistema político de EU solo rivalizaban con nuestras laxas leyes de control de armas como lo que más desconcertaba a los extranjeros sobre Estados Unidos, y las cosas que más me costaba explicar a los extranjeros.

En este ciclo electoral, he seguido presionando a nuestros corresponsales políticos para que no pierdan de vista el juego del dinero, y hemos publicado bastantes artículos sobre este tema. Como periodista y editor, sigo pensando que es uno de los parámetros más importantes de la economía política que Financial Times puede vigilar.

Financial Times Limited. Declaimer 2021

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