Durante muchos años la gente ha soñado con un mundo sin trabajo. En un ensayo de 1891, Oscar Wilde imaginaba un futuro en el que, “al igual que los árboles crecen mientras el caballero de campo duerme, mientras la humanidad se divierte o disfruta de un ocio cultivado -que, y no el trabajo, es el objetivo del hombre- o hace cosas bellas, o lee cosas bellas, o simplemente contempla el mundo con admiración y deleite, la maquinaria hará todo el trabajo necesario y desagradable”.
Este año, los rápidos avances de la inteligencia artificial vuelven a iniciar las interrogantes sobre la posibilidad de que algún día las máquinas sustituyan por completo el trabajo humano. Supongamos por un momento que el progreso tecnológico llegue a dar paso a una era de ocio. ¿Seríamos capaces de sobrellevarla?
Cuando John Maynard Keynes especuló en 1930 sobre las “posibilidades económicas de nuestros nietos”, pensó que el fin del trabajo tal y como lo conocemos podría provocar un “ataque de nervios” colectivo, diciendo: “Pienso con temor en el reajuste de los hábitos e instintos del hombre común, cultivados en él durante incontables generaciones, que se le puede pedir que deseche en unas cuantas décadas”.
Casi un siglo después, no parece que estemos mucho más cerca de poder adaptarnos a una vida de ocio. Al menos cuando Keynes escribía, la gente se movía gradualmente hacia menos trabajo en sus vidas, con reducciones constantes de las horas de trabajo semanales de una generación a la siguiente. Pero esa tendencia se detuvo en la década de 1990: el promedio de horas semanales de los trabajadores de tiempo completo es de alrededor de 40 en los países de la OCDE desde entonces.
En algunos sectores y países, los trabajadores todavía presionan para conseguir más tiempo de ocio. IG Metall, el sindicato industrial alemán más grande, está considerando la posibilidad de abogar por una semana laboral de cuatro días para los trabajadores siderúrgicos. Pero otros parecen más apegados al trabajo que nunca. Una gran encuesta que realizó el Pew Research Center en EU este año se encontró que 46 por ciento de los trabajadores ni siquiera se toma todas las vacaciones pagadas a las que tiene derecho. Las razones que más citan los trabajadores son que no “sienten la necesidad” de más tiempo libre y que les preocupa que podrían quedarse rezagados. Han surgido plataformas como PTO Exchange, que permiten a los estadounidenses canjear las vacaciones que no utilizaron por “otras cosas de valor”, como fondos de jubilación o pagos de préstamos estudiantiles.
Incluso no hacer nada se vende ahora a los ansiosos o ambiciosos como una forma indirecta de ser más productivos. El excelente libro Rest (Descanso) de Alex Soojung-Kim Pang lleva por subtítulo “Why you get more done when you work less” (Por qué se hace más cuando se trabaja menos). Una meditación de la consultora empresarial ProNappers asegura a la audiencia que “dormir la siesta es un gran uso de tu tiempo”.
El tiempo de ocio también se ha convertido para algunos en algo más performativo y centrado en objetivos o logros. Las carreras no solo se disfrutan, sino que se cronometran y se registran; los libros no solo se leen, sino que se hace un conteo y se comparten en las redes sociales. Como escribe Oliver Burkeman en su libro Four Thousand Weeks, muchas personas se sienten “incómodas con cualquier cosa que parezca una pérdida de tiempo”. Los pasatiempos son ligeramente embarazosos, pero los “trabajos secundarios” son geniales. Insta a los lectores a dedicar más tiempo a las “actividades atélicas”, que no tienen un objetivo final y se realizan por el mero placer de hacerlas.
¿Esa constante necesidad de aprovechar cada hora es simplemente naturaleza humana? No necesariamente. En los tiempos de la industria artesanal en Inglaterra, por ejemplo, los relatos contemporáneos sugieren que la gente trabajaba duro, pero no sin descanso, y que cambiaban ingresos por ocio cuando las circunstancias lo permitían.
En 1681, John Houghton, miembro de la Royal Society, afirmaba: “Cuando los tejedores o los fabricantes de medias de seda cobraban un gran precio por su trabajo, se observaba que rara vez trabajaban los lunes y los martes, sino que pasaban la mayor parte del tiempo en la cantina o en los bolos”. “En cuanto a los zapateros, prefieren la horca a no acordarse de San Crispín el lunes”.
Quizás deberíamos empezar ahora a volver a aprender las artes perdidas del ocio, en lugar de esperar a un futuro totalmente automatizado que tal vez nunca llegue. Como escribe Pang: “El descanso nunca ha sido algo que haces cuando ya terminaste todo lo demás. Si quieres descansar, tienes que tomarlo”.
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