Es fácil burlarse de los defensores del oro, pero es posible que su momento por fin llegó. El metal precioso se ha disparado en medio de una inflación más alta de lo esperado en Estados Unidos y una ansiedad generalizada por todo, desde la geopolítica hasta las elecciones presidenciales de noviembre y hacia dónde se dirigirán la política monetaria y los mercados a partir de aquí.
Todo esto son razones predecibles para que el oro suba, pero hay mensajes más profundos y de largo plazo a los que los inversionistas deben prestar atención.
Empecemos por la inflación. Independientemente de lo que pase en los próximos trimestres, desde hace mucho tiempo pienso que nos espera un periodo de inflación “más alta durante más tiempo”. Aparte de la posibilidad de un milagro de productividad impulsado por la tecnología, es difícil pensar en una macrotendencia en este momento que no sea inflacionaria.
La economía se está calentando, desde el estímulo fiscal en EU hasta una mayor redundancia en la cadena de suministro a medida que los países reducen el riesgo, hasta la inversión de capital necesaria para la transición a la energía limpia y la reindustrialización en los países ricos. Incluso los baby boomers (personas nacidas entre 1946 y 1964) estadunidenses que están envejeciendo probablemente sean una fuerza inflacionaria, ya que tienen salud, tiempo y mucho dinero para gastar.
El oro es históricamente una cobertura contra la inflación, pero también es algo a lo que los inversionistas recurren cuando están preocupados por la estabilidad del statu quo. Languidecerá durante décadas y luego se disparará cuando el mundo se encuentre en un punto de inflexión importante, como ahora.
No es ningún secreto que el consenso de Washington —que esperaba que las naciones emergentes se alinearan con las reglas de libre mercado escritas por Occidente— y la Pax Americana de la posguerra ya terminaron. Las tensiones comerciales entre Occidente y China van en aumento. Mientras, el uso del dólar como un arma después de la invasión a Ucrania aceleró los movimientos en muchos países, sobre todo China, para vender bonos del Tesoro de EU y comprar oro como cobertura contra el poder financiero de Estados Unidos. Es fácil imaginar que la escalada de tensión de este fin de semana en Medio Oriente impulse aún más al oro.
Ese cambio pendular lleva a muchos analistas a predecir un enorme aumento en el oro. Philippe Gijsels, estratega jefe de BNP Paribas Fortis, y su colega economista jefe Koen De Leus, autores de The New World Economy in 5 Trends, predicen que el oro aumentará desde su precio actual de alrededor de 2 mil 374 dólares la onza hasta alcanzar 4 mil dólares en “un futuro no muy lejano”. Como dice Gijsels, “esto no es solo una cuestión de las tasas de interés. La gente se está protegiendo contra un mundo nuevo”.
Me interesó ver un tuit la semana pasada del economista Brad Setser en el que señala que las participaciones de activos financieros estadunidenses de China como porcentaje de su producto interno bruto regresaron a niveles en los que se encontraban cuando el país se unió a la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 2001. No todo eso se destinó al oro, por supuesto (gran parte salió de las reservas de divisas y pasó a los asediados bancos de China), pero habla de ese mundo cambiante.
Como señaló un informe reciente de Currency Research Associates, “que China compre oro y venda bonos del Tesoro de EU refleja cómo los bancos centrales de Europa comenzaron a canjear dólares por oro a finales de los años 60, cuando el sistema de Bretton Woods comenzó a desmoronarse”.
De hecho, ese fue el comienzo de la última subida larga y sostenida del oro, entre 1968 y 1982, cuando subió tanto frente al Dow Jones como al dólar. Hay otras formas en que ese periodo coincide con el día de hoy. En 1971, cuando Richard Nixon, en ese entonces presidente, sacó a EU del patrón oro, también impuso un arancel de 10 por ciento a las importaciones.
Se trataba de una especie de devaluación no oficial del dólar para proteger los bienes fabricados en EU de las fluctuaciones del tipo de cambio.
Donald Trump propuso un arancel general de importación de 10 por ciento si es elegido para un segundo mandato. También denunció la forma en que un dólar fuerte penaliza a los fabricantes estadunidenses en el extranjero, pero el viaje a Pekín de la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, para protestar contra el dumping chino subraya el hecho de que la administración Biden está preocupada por las industrias y los trabajadores estadunidenses. No me sorprendería ver cierta depreciación del dólar, sin importar quién gane la Casa Blanca. Eso también será bueno para el oro, que suele subir cuando el dólar se debilita.
La última razón para ser optimistas respecto al oro es el panorama de la deuda y el déficit de EU, que se está volviendo insostenible. Las proyecciones más recientes de la Oficina de Presupuesto del Congreso sitúan la deuda estadunidense en 99 por ciento del PIB para finales de este año, y en camino de alcanzar 172 por ciento en 2054. Si esto sucede, el resultado será monetización, inflación, represión financiera y un periodo de caos extremo en la política monetaria y los mercados. Malo para el mundo; bueno para el oro.
¿Hay alguna esperanza de un resultado diferente? Uno puede imaginar que la inflación se coma parte de la deuda, pero unas tasas más altas a más largo plazo crearán una situación fiscal aún más insostenible, dado que los precios de los activos y, por ende, los ingresos fiscales, probablemente caerán.
El optimista del oro Luke Gromen, que escribe un boletín de inversiones, argumenta que lo único que se puede recortar del presupuesto de EU son los pagos de intereses, la Reserva Federal eventualmente se verá obligada a cambiar de dirección y bajar las tasas de interés para que Estados Unidos pueda evitar una espiral de muerte por deuda.
Sin embargo, más dinero fácil sin duda será bueno para el oro. En este extraño momento de cambios de paradigma económico y político, parece que la mayoría de las cosas son así.