El malestar psicológico

FT MERCADOS

Los economistas deben estar más en contacto con nuestros sentimientos, al medir el bienestar y la desigualdad de los ciudadanos.

La percepción de cómo nos va en la vida es más importante que la realidad.
Tim Harford
Ciudad de México /

Los sentimientos son importantes. Esto es bastante obvio. Menos obvio es lo que los científicos sociales y los expertos en políticas deberían hacer al respecto. He escrito muchas veces sobre los esfuerzos por medir la felicidad, pero estos han aportado información que a veces parece decepcionante.

Resulta que la gente está menos satisfecha con su vida cuando tiene mala salud o está desempleada o sus matrimonios se están desmoronando. No se trata de algo revolucionario o contrario a la lógica.

Una pregunta habitual en encuestas para medir el bienestar es simplemente pedir a la gente que evalúe su propia vida: ¿qué tan satisfechos están, en una escala de 0 a 10?

Una pregunta sensata, pero que parece burda comparada con la batería de datos que podemos recopilar sobre precios e ingresos.

De hecho, una vez me burlé suavemente de la comunidad de investigadores de la felicidad al sugerir que no aprenderíamos mucho sobre cómo reformar las instituciones económicas de una nación preguntando a los ciudadanos: “En general, ¿qué tan rico crees que eres hoy en día, en una escala de 0 a 10?”. La pregunta parece tonta y un recordatorio de lo poco que sabemos realmente sobre el bienestar.

Bueno, el tiro me salió por la culata. Tal vez sea precisamente esa la pregunta que deberíamos hacer. Un estudio reciente realizado por Federica Liberini, Andrew Oswald, Eugenio Proto y Michela Redoano analizó el impacto de cómo se sienten las personas con respecto a sus finanzas. Federica Liberini y sus colegas analizaron una pregunta de una encuesta académica de larga duración, Understanding Society: “¿Qué tan bien dirías que te va financieramente en estos días?”. Las respuestas iban de 1 (vivir cómodamente) a 5 (tener muchas dificultades).

Los investigadores descubrieron que las personas que decían vivir cómodamente eran más propensas a apoyar la campaña Remain (permanecer en la Unión Europea) en el Reino Unido. Los que consideraban que tenían dificultades financieras solían simpatizar con el “Vote Leave” (Votar por salir de la Unión Europea). De hecho, escriben los investigadores, “los sentimientos de los ciudadanos del Reino Unido sobre sus ingresos fueron un pronosticador sustancialmente mejor de las opiniones a favor del Brexit que sus ingresos reales”.

Luego está la desigualdad. Hablando objetivamente, no está nada claro que la desigualdad de ingresos vaya en aumento. En el Reino Unido alcanzó niveles elevados durante la década de 1980 y, en general, se ha mantenido así desde entonces. A nivel mundial, tampoco hay motivos evidentes de alarma. Los ingresos aumentaron mucho más rápido en China e India —dos países grandes y pobres— que en Estados Unidos o Europa, lo que ejerce una presión a la baja sobre la desigualdad de ingresos.

¿Pero los sentimientos de la gente? Esos cuentan una historia diferente. Jon Clifton, director de Gallup, que lleva muchos años haciendo un seguimiento del bienestar en todo el mundo, observa una polarización en la valoración de la vida de las personas. En comparación con hace 15 años (antes de la crisis financiera, los smartphones y el covid-19), el doble de personas dicen ahora que tienen la mejor vida posible que podrían imaginar (10 de 10); sin embargo, cuatro veces más personas dicen ahora que viven la peor vida que pueden concebir (0 de 10). Alrededor de 7.5% de las personas se encuentran en este momento en el paraíso psicológico, y aproximadamente la misma proporción está en el infierno psicológico.

¿Refleja esto nuestras realidades subjetivas, o aprendimos a exagerar todo, bueno o malo? No estoy seguro, pero Gallup no es el único que ha encontrado pruebas claras de un malestar psicológico generalizado.

“Parece algo que está a punto de explotar”, dijo el premio Nobel Daniel Kahneman, en una conferencia reciente en Oxford sobre investigación y política del bienestar. Andrew Oswald, uno de los autores del estudio de Liberini, también habló allí y presentó una sombría serie de diapositivas sobre la angustia mental y la confianza en el gobierno. “Necesitamos datos detallados sobre los sentimientos de resentimiento humano, frustración, ira y ser abandonados”, dijo Oswald.

Pero no debemos olvidar recopilar datos sobre emociones más esperanzadoras, también. En la misma conferencia, Carol Graham, de la Brookings Institution, se centró en la esperanza. Es importante, dijo, porque “las personas que creen en su futuro son mucho más propensas a invertir en él. La esperanza desencadena una acción positiva”.


“Las personas que creen en su futuro son mucho más propensasa invertir en él. La esperanza desencadena una acción positiva”
Carol GrahaM de la Brookings Institution

Por ejemplo, un estudio realizado por Graham y Kelsey O’Connor descubrió que, en Estados Unidos, las personas que tienen esperanza en el futuro suelen vivir más tiempo, y que este optimismo es un mejor pronosticador de la baja mortalidad que los ingresos. En otro estudio (de Graham y Julia Pozuelo) se descubrió que en un barrio de bajos ingresos de Lima (Perú), los jóvenes tenían grandes aspiraciones. La mayoría aspiraba a ir a la universidad, aunque ninguno de sus padres lo hiciera. A medida que eran más altas las aspiraciones para el futuro, más prometedoras eran las acciones en el presente. Por ejemplo, los estudiantes con aspiraciones eran menos propensos a abusar de las drogas y dedicaban más tiempo a las tareas escolares.

Mientras tanto, en San Luis, Misuri, Graham y O’Connor descubrieron que los jóvenes afroamericanos de bajos ingresos tenían mayores aspiraciones educativas y más apoyo que los jóvenes blancos de bajos ingresos. Esto ocurría a pesar de que, objetivamente, los encuestados blancos parecían estar en mejor situación. Tenían más ingresos, más acceso a un seguro médico, era más probable que ambos padres vivieran en el hogar y más probable que alguno de los padres tuviera cierta experiencia universitaria.

Al igual que en otros campos, existe una brecha entre las circunstancias objetivas de las personas y cómo se sienten respecto.

Estudiando esa diferencia, podemos esperar hacer políticas mejores y más sensibles. Si no lo hacemos, el optimismo tiene su reverso, claramente expresado en el libro de Graham: Esperanza y desesperación.

GAF​

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