La pandemia del coronavirus (covid-19) se convirtió en algo que derrotó los estereotipos nacionales. En Francia, sede de la razón, promotor de la teoría de los gérmenes, los antivaccine (las personas que están en contra de las vacunas) son una legión. Los británicos abiertamente liberales se someten a lo que según algunos testimonios es un confinamiento de dureza casi único. La tasa devacunación de Alemania desafía lo que sabemos de su estado a toda marcha. Sin embargo, de todas las sorpresas, lo más desconcertante es la sed de gobierno de Estados Unidos (EU).
Hay leyes populares, leyes queridas y el Plan de Rescate de EU del presidente Joe Biden. Por primera vez, el pequeño margen con el que se aprobó en la Cámara de Representantes no refleja una nación dividida. Que una supermayoría de estadunidenses que respaldan a diferentes partidos esté de acuerdo en cualquier propuesta es bastante raro. Pero esta propuesta implica 1.9 billones de dólares de gasto público, en medio de una economía en crecimiento, bajo un presidente cuya legitimidad se cuestiona de manera amplia pero errónea, después de dos generosos proyectos de ley con el mismo fin en 12 meses. El debate sobre la sensatez de tal generosidad está en todas partes excepto en el público en general.
No es solo un alivio fiscal en abstracto lo que sale bien en las encuestas. A los artículos específicos también les va bien. Esto incluye un aumento del salario mínimo en peligro, que ahora quedó fuera del proyecto de ley para que pase por el Senado de EU, que se trata tanto de una reforma económica duradera como de una ayuda de emergencia. Un “caballo de Troya” para el cambio hacia la izquierda, así es como algunos republicanos califican al plan de rescate. La alusión no funciona si a los votantes les gusta el contenido que supuestamente se metió a escondidas. Florida, ese paraíso libertario, respaldó un salario mínimo de 15 dólares en una votación de noviembre.
La pandemia cristalizó una forma de pensar sobre la cual solo había una evidencia dispersa. Pero en algún momento de este siglo, EU se convirtió en un país ligeramente socialdemócrata, en sus actitudes, si no en la realidad, por su ayuda estatal para el bienestar. Es el rigor de la legislación del país —el Senado que va contra la mayoría, sobre todo— lo que impide que uno se traduzca en el otro, no una profunda aversión popular al “socialismo” o al estilo europeo.
En sus preferencias, para ser claros, los estadunidenses difícilmente son daneses. La reducción de la desigualdad ocupa un lugar muy bajo de su lista de deseos. Su tolerancia fiscal es menor.
Pero incluso cuando se sabe de manera confiable que 40 por ciento vota por los republicanos, no viven en la visión del partido de una frontera eterna de fuerte autosuficiencia. Si Estados Unidos alguna vez fue ideológicamente excepcional dentro del mundo rico, ahora es simplemente diferente en varios grados.
Para tener una idea, considera la última vez que Washington respaldó la economía de esta manera. El estímulo que siguió a la crisis financiera de 2008 no se aprobó con tal aclamación. De hecho, en el mismo mes el Tea Party se puso en marcha como un flagelo de un gobierno grande. Parte de la diferencia de actitud desde entonces es bastante simple de explicar. Incluso el votante más severo considera a una pandemia como un caso en el que todos son víctimas y no hay ningún culpable. No hay demasiados propietarios de viviendas en los suburbios de Tampa a quienes culpar por esto.
Él dice...“EU se parece mucho más a un miemro promedio de la OCDE en su uso del Estado que el tradicional miembro atípico del libre mercado”
Pero la tolerancia de la intervención fiscal ahora no solo es mayor que en 2008-2009. Parece ser más o menos abierta. Mientras los economistas cuestionan si el último proyecto de ley va demasiado lejos, la pregunta es qué tanto más podrá meter Biden sin perder al público. O lo difícil que será para los hogares, empresas y gobiernos estatales desacostumbrarse del socorro que tiene algo cercano a un consentimiento unánime.
La pandemia no convirtió a EU en una social democracia en su perspectiva. Siempre estuvo presente en las actitudes de los millennials, lejos de estar fascinados por el capitalismo y ahora, probablemente, el segmento más grande del electorado. Estaba allí, en el arco del Obamacare: impopular en 2010, pero poco popular de alterar antes de que terminara esa década. Lo que hizo el año pasado es revelar la acumulación de estas y otras tendencias en las últimas décadas. El resultado es un Estados Unidos que se parece mucho más a un miembro promedio de la OCDE en su uso del Estado que al tradicional miembro atípico del libre mercado.
Los países tienen derecho a una imagen de sí mismos poco menos que exacta. “Ningún mito, ninguna nación”, escribió Gore Vidal. Sin embargo, los partidos políticos tienen que ser más fríos en cuanto a las personas que aspiran a gobernar. Durante décadas, los republicanos se las han arreglado con una imagen de EU como un país algo distinto en su individualismo económico. Si se despoja de las fases proteccionistas, el papel que el Estado tuvo en los negocios a través del ejército. Ahora es un pastiche.
Cómo cambiará la pandemia a EU es una conjetura que detiene a demasiadas buenas mentes. Lo que reveló sobre el lugar tal como es, es más fácil y no menos sorprendente. El mito de una nación cautelosa del gobierno se fue en el último año, y con él una especie de excepcionalismo estadunidense.
srgs