Ahora entramos en una tercera época de la historia del orden económico mundial de la posguerra. La primera ocurrió desde finales de la década de 1940 hasta la de 1970 y se caracterizó por la liberalización, principalmente entre los países de altos ingresos con una alianza cercana a Estados Unidos en el contexto de la Guerra Fría.
A partir de la década de 1980, y en especial después de la caída de la Unión Soviética, se propagaron por todo el mundo formas más radicales de liberalismo económico, conocidas como neoliberalismo. La creación de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 1995 y la adhesión de China en 2001 fueron los puntos más altos que se alcanzaron en esta segunda era.
Ahora entramos en una nueva era de desorden mundial, caracterizada por los errores nacionales y las fricciones a escala global. Al interior hubo fracasos, sobre todo en EU, en la adopción de políticas para amortiguar los ajustes al cambio económico y proporcionar seguridad y oportunidades a los que fueron afectados de forma negativa. Los recursos retóricos del nacionalismo y la xenofobia en su lugar centraron la rabia en la competencia “desleal”, en especial de China, En EU, la idea de competencia estratégica con Pekín también se ha vuelto cada vez más bipartidista, mientras la nación asiática se ha vuelto más represiva e introspectiva. Con la invasión a Ucrania estas divisiones se profundizaron.
¿Cómo puede sostenerse un orden comercial liberal en un mundo así? La respuesta es “con mucha dificultad”. Sin embargo, es tanto lo que está en juego para tantos que todos los que tienen influencia deben intentarlo.
Por fortuna, un gran número de países menos poderosos comprenden lo que está en juego. Deben estar dispuestos a tomar la iniciativa, en la medida de lo posible, sin importar lo que decidan hacer las superpotencias en disputa. En este contexto, incluso los limitados éxitos de la reunión ministerial de la OMC en Ginebra son significativos. Por lo menos lograron que la máquina siga funcionando.
Sin embargo, es más importante aclarar y luego abordar los retos más fundamentales del sistema comercial liberal. A continuación cinco de ellos.
En primer lugar, la sostenibilidad. La administración de los bienes comunes mundiales se convirtió en el reto colectivo más importante de la humanidad. Las reglas comerciales deben hacerse compatibles con este objetivo. La OMC es un foro obvio para abordar los subsidios destructivos, sobre todo los de la pesca. En términos más generales, debe ser compatible con políticas inteligentes, como los precios al carbono. Los ajustes de precios en la frontera, necesarios para evitar el desplazamiento de la producción a lugares sin una fijación de precios adecuada, son a la vez un incentivo y una penalización. Esto debe combinarse con una ayuda a gran escala a los países en desarrollo para la transición climática.
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En segundo lugar, la seguridad. Hay que distinguir lo económico de lo más estratégico y las cuestiones que pueden manejar las empresas que deben preocupar a los gobiernos. Las cadenas de suministro mostraron falta de solidez y resiliencia. Las empresas deben lograr una mayor diversificación, pero esto también es costoso. Los gobiernos pueden ayudar monitoreando las cadenas de suministro a escala industrial, pero no pueden encargarse de la administración de sistemas tan complejos.
Los gobiernos tienen un interés legítimo en saber si sus economías dependen en exceso de las importaciones de enemigos potenciales, como es el caso de Europa con el gas de Rusia. Del mismo modo, deben preocuparse por el desarrollo tecnológico, sobre todo en áreas relevantes para la seguridad nacional. Una forma de hacerlo es elaborar una lista negativa de productos y actividades que se consideren de interés para la seguridad, eximiéndolos de las reglas habituales de comercio o inversión, pero que se mantengan para el resto.
En tercer lugar, los bloques. Janet Yellen, secretaria del Tesoro de EU, recomienda el friendshoring (instalar las cadenas de suministro en países aliados) como respuesta parcial a las preocupaciones de seguridad. Otros recomiendan bloques regionales. Ninguno de los dos tiene sentido. La primera supone que los “amigos” son para siempre y excluirá la mayoría de los países en desarrollo. También creará incertidumbre e impondrá grandes costos. Del mismo modo, la regionalización del comercio mundial será costosa. Sobre todo, dejará a Norteamérica y Europa fuera de Asia, la región más poblada y económicamente más dinámica del mundo, dejándola en manos de China. Esta idea es un disparate económico y estratégico.
En cuarto lugar, los estándares. Los debates sobre esto se han convertido en un elemento central de las negociaciones comerciales, imponiendo con frecuencia los intereses de los países de altos ingresos a los demás. Un ejemplo es la propiedad intelectual, donde los intereses de un número limitado de compañías occidentales son decisivos. Otro es el de los estándares laborales, pero también hay ámbitos en los que las normas son esenciales. En particular, a medida que se desarrolla la economía digital, se necesitarán normas de intercambio de datos. En su ausencia, el comercio mundial se verá frustrado por requisitos incompatibles.
Por último, la política interior. Mantener un sistema comercial abierto será imposible sin mejores instituciones y políticas nacionales que tengan el objetivo de educar al público sobre los costos de la protección y a ayudar a todos los afectados por los grandes cambios económicos. En su ausencia, un nacionalismo mal informado está destinado a romper los lazos del comercio, que tantos beneficios trajo al mundo.
Esta nueva época del mundo está creando enormes retos. Es posible que el sistema mundial se haga añicos. En un mundo así, miles de millones de personas perderán la esperanza de un futuro mejor y los desafíos globales compartidos se quedarán sin resolver. El comercio mundial es apenas un elemento de este panorama, pero es importante. La idea del comercio liberal sujeto a reglas multilaterales es noble. No debe permitirse que desaparezca. Si EU no puede ayudar, otros deben hacerlo.