Kristalina Georgieva comienza a cantar, en búlgaro, en voz baja, pero con firmeza. Es una canción que escribió cuando era adolescente a finales de la década de 1960, en el pueblo de sus abuelos en las montañas de Bulgaria en la era comunista. Termina una copla y luego traduce.
Pero, ¿cuál es el valor de Kant y Spinoza si alguien más escribe predicciones para mí? La traducción en sí tiene métrica. La canción era “casi política”, dice. “Por supuesto, la cantaba y me iba a casa y decía: ‘Dios mío, ¿qué he hecho?’”.
El día que almorzamos, Georgieva celebra su primer aniversario como directora general del Fondo Monetario Internacional (FMI). El puesto conlleva la enorme responsabilidad de salvar al mundo durante una crisis financiera. Pero tiene muy poco poder formal. Quien gestiona el FMI no puede dar demasiados préstamos, solo tiene derecho a convencer a los presidentes y primeros ministros para que actúen.
La semana pasada, el FMI actualizó sus pronósticos de crecimiento global, donde estimó que el costo que dejará la pandemia en términos de Producto Interno Bruto será de 28 mil millones de dólares, con un impacto importante en el empleo y en la profundización de la pobreza. El Fondo dijo que si bien el escenario es menos alarmante de lo que se estimó meses atrás, la economía tendrá la peor recesión desde la Gran Depresión y la recuperación dependerá de la cooperación internacional.
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Me invitó a Tonic at Quigley's, un bar en una vieja farmacia escondida en el campus de la Universidad George Washington, a unos pasos de la sede del FMI en Washington. Sin mirar el menú, le pregunta al mesero cuál es la sopa del día. “No soy muy buena con los almuerzos”, dice. “Por lo general, mi almuerzo preferido es la sopa”.
Cuando Georgieva era profesora asistente en la Universidad de Economía Nacional y Mundial de Sofía, ayudó a recibir una delegación de Japón. “Ninguno de nosotros había visto a nadie de Japón antes”, dice, “así que los atendimos con todo lo que pudimos. Uno de ellos al final Kristalina Georgieva, directora general del FMI de la cena dijo: ‘Tienes suerte de no saber lo pobre que eres’”.
Era la primera vez que pensaba sobre ser pobre, dice Georgieva, y decidió que el problema con Bulgaria no era la escasez. El problema era la baja productividad, la gente no tenía la libertad de volverse buena en sus trabajos.
Tradicionalmente, dentro del FMI, los economistas argumentan a favor de la escasez de austeridad, una decisión consciente de reducir el déficit.
Georgieva volteó ese argumento: los ajustes que la gente tiene que hacer durante los periodos de austeridad no solucionan el problema; ellos son el problema. La austeridad y la autocracia ofrecen desafíos comparables. En ambos casos, dejan lo que los economistas llaman “cicatrices”, una caída a largo plazo en la productividad a medida que las personas pierden habilidades, salud y esperanza.
Del colapso económico que siguió a la pandemia, le preocupan las cicatrices. El FMI no se alejó repentinamente de la austeridad bajo su gestión. Ya con Christine Lagarde se analizaron los argumentos a favor de la austeridad, demostrando que no produjo el crecimiento que prometió. Georgieva ahora ofrece una alternativa.
Ella dice...“El error que cometemos a menudo es tratar de convencer a los detractores en lugar de empoderar y entusiasmar a los agentes del camio positivo
“Haces un mapa de en dónde será el impacto”, dice. “No puedes simplemente lograr que haya un auge: transformar. Si lo haces, tu economía va mejor porque haces un mejor uso del capital”.
En los primeros meses de la pandemia, dijo: “Gasten. Conserven los recibos. Pero gasten”. “Ahora conocemos mejor los parámetros de esta crisis”, continúa. “Los responsables de la formulación de políticas pueden comenzar a enfocar este apoyo para aumentar la efectividad del gasto”.
Esta forma de hablar también es nueva. El FMI no solo comenzó a hablar sobre los niveles de gasto en general, sino también sobre la “calidad del gasto”.
Le pregunto qué es el gasto de calidad y se le ocurre una lista conocida para cualquier economista del desarrollo: investigación, educación, salud, caminos rurales. “Usas tu dinero para eliminar los obstáculos al crecimiento”, dice.
Le pido a Georgieva que sea absolutamente clara: ¿el organismo está dispuesto a tolerar los déficits, si se gastan en las cosas correctas? “Absolutamente”, responde. “Sí. Sí”.
El Fondo Monetario Internacional no es solo un grupo de expertos. Ofrece asistencia financiera. Una semana después de nuestra reunión, el FMI publicó capítulos de su informe anual en el que insta a los países ricos a endeudarse por un gasto de calidad. “El Fondo necesita tener una gran bazuca”, dice, en referencia a mil millones de dólares que tiene el FMI en sus diversos programas de préstamos.
A partir del próximo año, alrededor de 40 por ciento de eso se destinará a los Nuevos Arreglos para Préstamo (NAB, por sus siglas en inglés), un programa donde los países ricos otorgan préstamos a los pobres. “La activación puede que sea en cuestión de meses, es decir, a fin de año”, alertó.
La idea de alentar a más países a que se sientan más responsables de sus vecinos en una crisis financiera podría ser optimista. Sin embargo, es imposible observar la propia historia de Kristalina Georgieva de sobrevivir dentro de las grandes organizaciones internacionales y calificarla como ingenua.
“El error que cometemos a menudo es concentrarnos en tratar de convencer a los detractores, en lugar de empoderar y entusiasmar a los agentes del cambio positivo”, dice.
srgs