Es una falacia suponer que hay una solución sencilla para los defectos de nuestros sistemas financieros y economías.
Entonces, ¿quién o qué tiene la culpa? ¿Por qué, 15 años después del inicio de la última crisis financiera, estaríamos viendo el de otra? Para muchos, la culpa es un largo periodo de tasas de interés ultrabajas impuestas por los bancos centrales. Para otros, es del culto a los rescates financieros. No hace falta ir muy lejos para encontrar los orígenes intelectuales de ese tipo de puntos de vista. Se encuentran en la economía austriaca. Como dice Brad DeLong en su excelente libro, la opinión es que “el mercado da, el mercado quita; bendito sea el nombre del mercado”. Los austriacos no están tan equivocados. Pero tampoco tienen toda la razón.
La esencia del argumento es que la crisis financiera transatlántica de 2007-15 fue producto de una política monetaria excesivamente laxa. A partir de ahí y sumada a los rescates financieros, frustraron la destrucción creativa que provocó que la economía volviera a tener una salud vigorosa. Por último, después del covid, otro estallido de política monetaria excesivamente laxa, combinada con una política fiscal agresiva, provocó alta inflación y aún más fragilidad financiera. Ahora, todos sufrimos las consecuencias.
Iniciemos por el periodo previo a la crisis financiera. Reino Unido ha emitido bonos del gobierno indexados desde el inicio de los 80. Su característica más notable es la enorme caída de los rendimientos reales desde un máximo de 5 por ciento en 1992 hasta 1.2 por ciento en 2006, luego menos 1.4 por ciento en 2013 y menos 3.4 por ciento en 2021. Los bancos centrales por sí solos, por muy dementes que estuvieran, no lograrían un descenso de más de ocho puntos porcentuales en las tasas en tres décadas.
Si esta enorme caída de las tasas de interés reales fuera incompatible con las necesidades de la economía, se habría producido un repunte de la inflación.
Entonces, ¿qué pasó? Los cambios de fondo fueron la liberalización financiera, la globalización y la entrada de China en la economía global. Estos dos últimos no solo redujeron la inflación, también metieron a la economía un país con un colosal excedente de ahorro. Además, el aumento en la desigualdad en naciones de altos ingresos, combinado con el envejecimiento de la población, creó un excedente de ahorro, especialmente en Alemania. Para equilibrar la oferta y la demanda se necesitó una inversión excepcional impulsada por el crédito, sobre todo en vivienda. Para bien o para mal, la liberalización financiera facilitó ese auge.
Todo estalló en la crisis financiera, la decisión en ese entonces fue no tener otra gran depresión. No me arrepiento de haberla apoyado, evidentemente fue sensata. Pero, dadas las realidades de la economía global y el impacto de la crisis, se necesitó un apoyo fiscal continuo o una política monetaria ultralaxa. Lo primero estaba descartado. Tuvo que ser lo segundo.
Como todas las instituciones humanas, los bancos centrales son imperfectos y a veces incompetentes. Pero no están locos. La opinión de que, lo que resultó mal en la economía en las últimas décadas se debe principalmente a la política monetaria flexible, es una excusa. Las cosas no serían maravillosas si los bancos centrales se hubieran cruzado de brazos. No podemos abolir la política democrática y la económica debe adaptarse a nuestro mundo, no al siglo XIX.
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