La semana pasada tuve el placer de ser moderadora de algunas sesiones de la conferencia anual New Common Sense de la Hewlett Foundation, que tiene el objetivo de poner sustancia al mundo posneoliberal. Una de las conversaciones fue la de Chris Murphy, senador demócrata por Connecticut, quien se está convirtiendo en una especie de estrella en los círculos progresistas gracias a su singular diagnóstico de un problema que llega a ambos lados del pasillo, el “desmoronamiento espiritual” de Estados Unidos.
El senador utilizó la frase en un artículo excelente que escribió a finales del año pasado en The New Republic, en el que esbozaba los cuatro desafíos emocionales con los que el país batalla: la pérdida de control económico en un mundo en el que el trabajo duro no siempre equivale a la seguridad, la soledad y la desconexión de la comunidad, la frustración sobre el ritmo del cambio tecnológico y nuestra capacidad para controlar sus efectos en nuestros hijos, y el agotamiento por una cultura que se centra en torno al consumo en lugar de una buena vida.
De acuerdo con Murphy, todo esto crea una sensación generalizada de ansiedad y vacío emocional, incluso en medio de todas las buenas noticias de nuestro sólido mercado laboral y la excelente recuperación posterior al covid. Le pregunté en el escenario cómo define la buena vida, algo que por supuesto es tema de debate desde la época de Platón. Respondió, con bastante razón, que la mayoría de las investigaciones sobre la felicidad muestran que después de que se supera determinado umbral de seguridad económica de clase media, la buena vida se vincula con las relaciones, familia, amigos y comunidad.
El problema es que en nuestra cultura de capitalismo digital de alta velocidad y exceso de trabajo no hay suficiente tiempo ni, para muchos, suficiente dinero (al menos sin tener tres trabajos) para brindar la seguridad necesaria para lograr esa buena vida. Esa es una de las razones por las que activistas laborales como Shawn Fain empiezan a presionar por una semana laboral de cuatro días como una forma de que los trabajadores se beneficien de algunos de los enormes aumentos de utilidades corporativas de los últimos años.
Murphy, que también aboga por más tiempo libre para los trabajadores, señala que se trata de una idea que cuenta con el apoyo de la izquierda y la derecha (políticos tan divergentes como Blake Masters y Bernie Sanders argumentan que un ingreso debe ser suficiente para mantener a una familia de cuatro para permitir la participación en la vida cívica). También señaló que las áreas de la legislación en las que realmente hay más consenso entre los partidos —cosas como el aumento del salario mínimo, la regulación de las redes sociales y, hasta cierto punto, las acciones antimonopolio— suelen caer dentro del ámbito de las políticas que abordan estos cuatro grandes desafíos emocionales.
Murphy se embarcará en una gira bipartidista para escuchar por todo el país en mayo junto con el gobernador republicano de Utah, Spencer Cox, con el objetivo de encontrar formas de “restaurar el valor del bien común en la vida estadunidense”. Estoy totalmente a favor de este esfuerzo, y creo que es una política increíblemente inteligente que un progresista como Murphy use palabras como “espiritualidad”. La izquierda habla mucho de los retos económicos que enfrentan las familias estadunidenses, pero rara vez se conecta con lo espiritual. Del mismo modo, como señala el economista progresista Joseph Stiglitz en su nuevo libro (vean las lecturas recomendadas que enumero a continuación), la libertad es algo de lo que los progresistas también deben hablar más. Después de todo, Estados Unidos se trata de la búsqueda de la vida, la libertad y la felicidad.
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Como Murphy le dijo a la multitud reunida en Hewlett, si bien la buena vida puede significar más tiempo en la iglesia en los estados rojos (republicanos) o más voluntariado comunitario y participación de la PTA en los azules (demócratas), el punto es el mismo: el equilibrio entre individualismo y colectivismo en Estados Unidos se ha inclinado demasiado hacia el primero. Esto, al igual que la inflación, la inmigración o cualquier otro tema electoral de alto perfil, está detrás de nuestro pesimismo nacional, incluso en medio de la mejor y más abundante recuperación económica del mundo rico.
Peter, ¿qué opinas sobre el planteamiento de Murphy? Dejando de lado la locura de las elecciones de 2024, ¿puede anunciar algún tipo de retorno futuro al centro, tanto en nuestro país como en nuestra política?
Lecturas recomendadas
-Me interesó cómo las reseñas de The New York Times y de The Wall Street Journal sobre el nuevo álbum de Taylor Swift coinciden en que ella está atrapada en su propia cabeza y obsesionada con su propia celebridad de forma que, como resultado, entregó un trabajo mediocre. Comparemos esto con Beyoncé, quien se encuentra en un pico similar de estrellato y se sale totalmente de sus límites habituales con un álbum de música country que está recibiendo excelentes críticas. Para mí, siempre ha sido sobre Queen Bey.
-En un artículo en profundidad de la revista Atlantic se argumenta cómo Boeing dejó de ser una compañía de ingeniería —y si puede volver a serlo— es una mirada inteligente a por qué es importante fabricar cosas.
-Cualquiera que me conozca sabe cuánto adoro a Joseph Stiglitz, el economista progresista que ganó el Premio Nobel de ciencias económicas por demostrarnos que los mercados no son perfectos. El escritor neoyorquino John Cassidy describe en The New Yorker a Joe y su nuevo gran libro, The Road to Freedom (El camino hacia la libertad), que, con toda razón, pretende recuperar la noción de libertad y lo que realmente significa. Se trata del equilibrio entre la libertad individual y comunitaria, una cuestión que no puede ser más relevante en el momento actual.
-En Financial Times, les recomiendo leer mis dos columnas anteriores, una donde analizo la incómoda tensión entre la política fiscal posneoliberal y los mercados financieros altamente neoliberales, y el otro es una historia más personal sobre mi reciente debacle con los seguros de vivienda y lo que puede presagiar para los mercados inmobiliarios.
Peter Spiegel responde
Rana, el diagnóstico que hace Chris Murphy de inmediato me recordó el famoso (¿tristemente célebre?) discurso de “malestar” que se televisó a escala nacional pronunciado por el entonces presidente de Estados Unidos Jimmy Carter a mediados de 1979. Carter tenía la intención de que el discurso fuera sobre la crisis de energía que estaba en curso, pero después de un retiro de diez días con líderes empresariales, comunitarios y religiosos, decidió enfocarse en una “crisis de confianza” estadunidense más amplia.
Después de recibir tu nota, Rana, decidí volver a leer el discurso de Carter, y este es el párrafo que más me llama la atención, en relación a lo que escribiste sobre las recetas de Murphy:
“Es una crisis que golpea el corazón, el alma y el espíritu de nuestra voluntad nacional. Podemos ver esta crisis en la creciente duda sobre el significado de nuestras propias vidas y en la pérdida de la unidad de propósito de nuestra nación. La erosión de nuestra confianza en el futuro amenaza con destruir el tejido social y político de Estados Unidos”.
Suena familiar, ¿no?
Lo que la gente olvida del discurso es que el mensaje galvanizó a los estadunidenses en un primer momento. Las cifras de las encuestas sobre Carter se dispararon 11 por ciento inmediatamente después.
Sin embargo, los opositores políticos —desde el senador Ted Kennedy, que se estaba preparando para competir con Carter por la nominación presidencial demócrata de 1980, hasta Ronald Reagan, que se encontraba alistando su propia campaña finalmente exitosa hacia la Casa Blanca— aprovecharon el tono de autocastigo del discurso y lo criticaron como una señal de que Carter no entendía el alegre optimismo que subyace en el sueño estadunidense.
Al final, el discurso se convirtió en parte de lo que arrastró a Carter durante su campaña de reelección; en realidad, nunca pronunció la palabra “malestar” en el discurso, pero tanto Kennedy como Reagan atribuían la palabra a los sentimientos del presidente y los hacían parecer fuera de sintonía con los valores de los estadunidenses.
Así que, si bien me intriga la iniciativa de Murphy, la lección que extraigo del esfuerzo de Carter es que los estadunidenses no buscan en sus políticos una guía o elevación moral; eso es para el clero. Claro que quieren el liderazgo de sus representantes electos, pero el de una variedad más temporal. Los esfuerzos de Murphy deben ser aplaudidos, pero no creo que sean una salida a nuestra era hiperpartidista.