El regreso de la inflación no solo es un acontecimiento económico importante, también es político. Dado que cada vez es menos probable que se desvanezca sin dolor, hay que tomar decisiones difíciles sobre cómo reaccionar ante ella.
Esto plantea grandes interrogantes. ¿Cómo llegamos aquí? ¿Qué tan grande y duradera será la desaceleración necesaria para volver a controlar la inflación? ¿La política es lo suficientemente estricta? Si no es así, ¿qué otras medidas hay que tomar? En particular, ¿debe reducirse la inflación hasta los objetivos anteriores o los responsables de las políticas debe renunciar a ella y elevar sus objetivos?
El último informe anual del Banco de Pagos Internacionales (BPI) ofrece un excelente análisis de lo que está ocurriendo. Y, lo que es más importante, pone de manifiesto los peligros de abandonar el régimen de baja inflación de los últimos 40 años.
En abril de 2022, señala el BPI, “tres cuartas partes de las economías experimentaban una inflación superior a 5 por ciento. La inflación estaba de regreso, no como un amigo añorado, sino como un enemigo amenazante”. En efecto, el indicador es alto y está muy extendido entre países y sectores. Al principio fue inesperado y luego se descartó como algo transitorio. Ninguno de los dos puntos de vista ha tenido éxito. La inflación también es importante desde el punto de vista económico y político. La gente se preocupa por ella. No en vano, una inflación inesperada significa también un recorte inesperado de los ingresos reales. No es de extrañar que sea impopular.
El peligro ahora es el de la estanflación, definida como un episodio prolongado de débil crecimiento más inflación variable y persistente. Para ayudarnos a entender mejor la naturaleza de este reto, el BPI explica las diferencias entre un régimen de baja y uno de alta inflación. Para esto examina “bajo el cofre” (todos los detalles) cómo funcionan los regímenes de inflación.
Cuando la inflación es baja de forma duradera, por ejemplo, su volatilidad también disminuye, al igual que su persistencia: se autoequilibra. Esto se debe en parte a que la gente espera que se estabilice y también a que la mayor parte del tiempo la ignoran. La baja volatilidad de la inflación no se debe a la de los precios individuales, sino a la poca correlación entre ellos. Las variaciones de precios relativos, incluso las grandes, tienen poco impacto en el nivel general de precios.
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Un régimen de alta inflación es lo contrario. Los grandes cambios en los precios relativos (una gran depreciación de la moneda, por ejemplo) se propagan rápido por toda la economía, ya que la gente se esfuerza por protegerse contra los impactos en los ingresos reales. El mecanismo que está detrás son las espirales de precios y salarios. Además, mientras más grande es la preocupación, mayor es el esfuerzo preventivo. Las expectativas son cruciales. Cuando la gente deja de saber qué esperar, se pone a la defensiva aún más urgente.
Explicar lo que ocurre como si se debiera a crisis de oferta “exógenas” es un error. Lo que es exógeno para una economía suele ser endógeno para todas ellas. Así, la rápida expansión de la demanda en una serie de economías importantes creará un aumento de la demanda mundial. En tercer lugar, el exceso de demanda siempre aparecerá primero donde los precios son flexibles antes de extenderse.
Lo más importante es que ahora estamos en la antesala de un cambio de un régimen que pasará de baja inflación a uno de alta. ¿Por qué llegó este peligro? Una de las explicaciones fue el exceso de confianza y la fijación de objetivos retrospectivos de inflación promedio e ignorar el dinero cuando, una vez más, era importante. Otra fue el exceso de confianza en la capacidad de oferta. Por supuesto, también hubo crisis, como la guerra.
A medida que esté más arraigado ese cambio de régimen, mayores serán los costos para revertirlo. En el peor de los casos, puede ser necesaria una fuerte recesión o una desaceleración prolongada. Hasta ahora, los responsables de las políticas no lo han dejado claro. Por eso también es probable que cedan antes de alcanzar su objetivo.
Una cuestión importante es si los responsables de las políticas hicieron lo suficiente para reducir la inflación. El principal argumento que tienen es que las condiciones financieras ya se han endurecido mucho. Esto está relacionado con el aumento de la fragilidad financiera desde el episodio de estanflación de la década de 1970. Es posible que la política tenga que endurecerse más en los próximos meses.
Un posible resultado es un ciclo de estanflación, ya que los bancos centrales oscilan entre hacer muy poco, dar marcha atrás y volver a hacer muy poco. Muchos responsables de las políticas están de acuerdo en que una inflación de 2 por ciento es demasiado estricta. ¿Por qué no ir al 4 por ciento o más?
El argumento es atractivo, sobre todo desde el punto de vista político, pero hay fuertes objeciones. Rendirse cuando las cosas se ponen difíciles le dice a la gente que los responsables de las políticas siempre se van a rendir cuando las cosas se pongan difíciles. Además, existe la alternativa de utilizar tasas de interés negativas. En un entorno tan sensible a la inflación, a los ciudadanos no solo les resultará mucho más difícil separar las variaciones relativas de las generales de los precios, sino que solo estarán esperando que los responsables políticos los engañen una vez más.
El dinero es un bien público esencial. Una moneda sólida es la base de la estabilidad política y económica: no hay que tirarla por la borda.