Los bancos están diseñados para fallar… y lo hacen

El sistema es esencial para la economía de mercado, pero no opera con sus reglas y todos los activos corren peligro

La fila afuera de una sucursal de Silicon Valley Bank. Reuters
Martin Wolf
Londres /

Los bancos quiebran. Cuando lo hacen, los que salen perdiendo piden a gritos un rescate del gobierno. Si la amenaza de los costos es lo suficientemente grande, lo conseguirán. Así es como, crisis tras crisis, hemos creado un sector bancario que en teoría es privado, pero en la práctica está bajo la tutela del Estado. Éste, a su vez, intenta frenar el deseo de accionistas y directivos de explotar las redes de seguridad de las que disfrutan. El resultado es un sistema esencial para el funcionamiento de la economía de mercado, pero que no opera de acuerdo con sus reglas. Esto es un desastre.

El dinero es lo que uno debe tener para comprar las cosas que necesita. Esto es cierto para los hogares y las empresas, que tienen que pagar a proveedores y trabajadores. Esa es la razón por la que las quiebras bancarias son calamidades, pero los bancos no están diseñados para ser seguros. Aunque se supone que sus pasivos de depósito lo son, igual que líquidos, sus activos están sujetos a riesgos de vencimiento, crédito, tasas de interés y liquidez. Son instituciones que funcionan cuando las cosas marchan bien. En los tiempos difíciles, quiebran y los depositantes salen corriendo.

A lo largo del tiempo, las instituciones estatales han respondido a la incapacidad de los bancos para proporcionar el dinero seguro que esperan sus depositantes. En el siglo XIX, los bancos centrales se convirtieron en instituciones de crédito de último recurso, aunque con una tasa de penalización. A principios del XX, los gobiernos garantizaron los depósitos más pequeños. Luego, en la crisis financiera de 2007-2009, pusieron todos sus balances para respaldar a los bancos. El sistema en su conjunto se convirtió, sin ambigüedades, en una parte del Estado. A cambio, se aumentaron los requisitos de capital, se endurecieron las normas de liquidez y se introdujeron pruebas de estrés. Entonces, todo iría bien. O no.

La quiebra de Silicon Valley Bank (SVB) demuestra que hay agujeros en el dique regulador de Estados Unidos. No es casualidad. Es lo que pedían los grupos de cabildeo: si nos deshacemos de regulaciones onerosas, clamaban, lograremos milagros de crecimiento. En el caso de este banco, lo que destaca es su dependencia de depósitos no asegurados y su apuesta por bonos a largo plazo seguros. A finales de 2022, tenía 151 mil 600 millones de dólares en depósitos nacionales no asegurados, frente a alrededor de 20 mil mdd en los sí asegurados. También tenía importantes pérdidas no realizadas en su cartera de bonos, a medida que subían las tasas de interés. Si se juntan estas dos cosas, es probable que se produzca un pánico bancario: las ratas siempre abandonan los barcos financieros que se hunden.

Las que no logren escapar a tiempo pedirán a gritos un rescate. Puede ser divertido que los que chillan esta vez hayan sido los libertarios de Silicon Valley. Pero pocas personas son capitalistas cuando se ven amenazadas por perder un dinero que consideraban seguro y nadie mejor que un capitalista para explicar lo esencial que es su riqueza para la salud de la economía. Se rescató de forma oportuna a los depositantes no asegurados de SVB y de otros lugares. Esto elimina otra fuente de disciplina del sector privado sobre los bancos.

Sin embargo, SVB solo era el decimosexto banco más grande de EU, razón por la que quedó fuera de la red regulatoria que se aplica a los bancos más importantes desde el punto de vista sistémico. Era no significativo en vida, pero se convirtió en sistémicamente significativo en la muerte. La Fed también ofreció prestar a valor nominal a los bancos que necesiten liquidez. Se trata de recortes negativos —llámenlos injertos de pelo— a bancos que necesitan préstamos de emergencia. Más allá de esto, el presidente Joe Biden declaró que “haremos lo que sea necesario”. Es cierto que esta vez no se rescatará a los accionistas ni a los tenedores de bonos. Además, se supone que las pérdidas serán asumidas por el sector bancario en su conjunto; sin embargo, las pérdidas vuelven a estar parcialmente socializadas.

La gente se pregunta qué significa esta crisis. Algunos analistas creen que la Fed ya no endurecerá la política monetaria este mes. Está claro es que hay mucha incertidumbre, lo que puede justificar el retraso de un nuevo endurecimiento, pero reducir la inflación aún es esencial: el indicador de EU subió 6 por ciento interanual en febrero.

La gran cuestión no es qué pasará con la economía, sino con las finanzas. Un punto es que es bueno que el miedo se haya reavivado en el sistema financiero. La ansiedad que se crea por las pequeñas conmociones hace que las grandes crisis se vean menos probables. Hay otras lecciones: los bancos son tan vulnerables como siempre y, les guste o no, los depositantes no asegurados no desaparecerán en caso de quiebra. La confianza en la seguridad de los depósitos es demasiado importante desde el punto de vista económico y político.

Entonces, ¿cómo se refleja en la política esta nueva evidencia de hasta qué punto el Estado respalda a los bancos? Una respuesta es que la regulación de los bancos de importancia sistémica debe extenderse a todo el conjunto. Otra es que los depósitos deben situarse por encima de cualquier otra deuda en caso de insolvencia, para reflejar su importancia social y económica. Otra es que los balances deben reflejar siempre la realidad del mercado. Por último, los requisitos de capital deben ajustarse en consecuencia. Si el capital de los bancos es demasiado bajo hay que aumentarlo sin demora.

La lección que tenemos que volver a aprender es que incluso en una crisis modesta no se pueden sacrificar los depósitos, y las reglas sobre los recortes para la provisión de liquidez van a desaparecer. Los bancos están bajo la tutela del Estado, en parte porque son el núcleo del sistema crediticio, pero sobre todo porque sus pasivos en forma de depósitos tienen una gran importancia política. La unión de activos de riesgo y que a menudo tienen falta de liquidez con pasivos que tienen que ser seguros y líquidos dentro de instituciones descapitalizadas, con fines de lucro y que pagan bonos, reguladas por sectores públicos políticamente serviles y a menudo incompetentes, es una calamidad a punto de ocurrir.

La banca necesita un cambio radical. La semana que viene hablaré de cómo conseguirlo.


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