El tema de la sucesión está de moda estos días, y no solo porque la serie de la HBO con ese nombre se acerca a su final. Mientras los hermanos Murdoch —oops, quiero decir Roy— se disputan el trono del imperio de medios de su papá, en el mundo real la heredera de Zara, Marta Ortega, tomó el timón de Inditex. Mientras el extravagante titán del sector de tecnología, Jack Dorsey, deja su puesto de director ejecutivo de Twitter para centrarse en Square, su compañía de fintech, Parag Agrawal, director de tecnología, ocupa su lugar en el gigante de las redes sociales.
Elliott Management, el activista inversionista de Paul Singer, presionó para que Dorsey fuera destituido con el argumento de que nadie debería dirigir dos compañías públicas. También podría ser una señal de un mayor éxodo de la alta dirección, a medida que las condiciones de los mercados y de la economía real se endurecen y el liderazgo de las grandes empresas públicas se hace más difícil.
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Por supuesto, se podría argumentar que ese ha sido el caso durante los últimos dos años. Durante la primera parte de 2020, cuando comenzó la pandemia, los Consejos de Administración querían mantener a los directores ejecutivos en su puesto. Pero el número de anuncios de transición aumentó considerablemente a partir de la segunda mitad del año, según un estudio de Conference Board a principios de 2021.
Los directivos de las empresas citaron el aumento de los niveles de “agotamiento tras un año tumultuoso y agotador de gestión de crisis”.
Esta tendencia puede reflejarse en el hecho de que la brecha en los índices de sucesión entre las compañías con peores y mejores resultados, que suele ser bastante grande, se redujo significativamente. El aumento de las salidas al parecer se debe tanto a que los altos ejecutivos se alejan tambaleantes de sus puestos de trabajo como a que son expulsados de ellos.
La situación puede empeorar. Incluso antes de la pandemia, la profundidad y amplitud de la transformación digital estaba creando uno de los entornos empresariales más dinámicos pero también más difíciles. Si a esto le agregamos las nuevas preocupaciones sobre la salud y el bienestar de los empleados, la confiabilidad de las cadenas de suministro, los cambios en el comportamiento de los consumidores y la inflación, tenemos los ingredientes de un año complicado.
Además, es probable que la ola de fusiones y adquisiciones que se avecina genere sus propios despidos en las filas de alta dirección de las empresas. El número de compañías públicas ha disminuido durante casi dos décadas. Un nuevo informe de Schroder's señala que de las 977 compañías estadounidenses que dejaron de cotizar en bolsa desde 2010, 84% lo hizo porque las compraron otras compañías.
El jefe de investigación y análisis de Schroder, Duncan Lamont, señaló que “el auge de las adquisiciones de empresas lleva varios años cobrando fuerza. Pero es posible que la fiesta apenas empiece. Las condiciones son perfectas para un nuevo aumento de la actividad de fusiones y adquisiciones: muchas compañías están llenas de efectivo, la “pólvora seca” del capital privado está cerca de un máximo histórico y los costos de los préstamos son históricamente bajos”.
Todo esto podría dar un empujón a las acciones. Sin embargo, también provocará una consolidación, que inevitablemente dará lugar a nuevas sucesiones.
Los directores ejecutivos que queden en pie tendrán las manos llenas. Los vientos favorables de la Fed indican que tanto el tapering (el retiro progresivo de los estímulos económicos) como los aumentos de las tasas podrían llegar antes de lo esperado. Esto es bueno, ya que eliminará la espuma de los mercados. Pero no será bueno para las utilidades.
Mientras tanto, a medida que los mercados cambien, los líderes corporativos probablemente se verán presionados por todos lados. En primer lugar, activistas como Elliott sin duda exigirán que se aprieten más el cinturón. Pero también habrá presión por parte de los sindicatos, de los gobiernos que buscan más y mejores compromisos ambientales, sociales y de gobernanza (ESG), y de todos los demás con un interés creado en el capitalismo de “partes interesadas” en lugar del capitalismo de “accionistas”.
Juzgar el éxito aparte del precio de las acciones es, por supuesto, una buena idea. Pero todavía no hay un acuerdo claro sobre cuáles deben ser los nuevos parámetros de desempeño de las empresas. Eso es difícil para los líderes empresariales.
Aunque las métricas sean difusas, los directores ejecutivos ya son evaluados por el mercado no solo por los objetivos de ganancias, sino por cómo articulan los valores, abordan la desigualdad, organizan las cadenas de suministro, afectan al medio ambiente y se comprometen con los empleados, los clientes y las comunidades.
De hecho, los autores del estudio del Conference Board señalan que es posible que “los factores que van más allá de los resultados bursátiles empiecen a tener más peso” en la decisión de un Consejo de Administración de conservar a un CEO.
Los Roy ficticios no son los únicos que tienen que lidiar con el escándalo, el precio de las acciones y la sucesión. Por elección o por la fuerza, es posible que pronto haya más ejecutivos que tengan más tiempo para su yoga.
gaf